════ ≫ Lucas ≪ ════
—¿De verdad era necesario hablarle así? —pregunto a Gabriel una vez que estamos dentro de su departamento.
—¿Por qué, te molestaste?
—Por supuesto, me hiciste quedar como un estúpido —replico, tratando de controlar mi coraje, aunque no lo logro del todo.
—No te sentirías tan estúpido si la hubieras defendido allí en lugar de estar aquí reclamando tonterías. Por cierto, es preciosa, debo reconocerlo. No sé por qué te resistes tanto a estar con ella. ¿Cuál “pero” le pones?
—¿Crees que no lo sé? —pregunto, al borde del colapso—. Jamás he negado que lo sea. Ayleen es hermosa y tierna, no hay nada de malo en ella. Por última vez, ¡no se trata de ella!
—¿Entonces de qué se trata? —cuestiona con seriedad.
Gabriel se sienta en uno de los sofás de su sala de estar y señala el que queda frente a él, invitándome a tomar asiento.
No acepto de inmediato. Sujeto mi cabeza tratando de contener el cúmulo de emociones que se agolpan una sobre la otra. Inhalo profundamente y exhalo, antes de acomodarme en el sofá y esperar la segura reprimenda de Gabriel.
—¿Qué te tiene tan estresado, Lucas?
—¿Te parece poco todo lo que está sucediendo en mi vida? —Me rio de forma histérica, sin poder creer que de verdad haya preguntado eso—. Cometí un solo error y ahora debo pagar caras las consecuencias. ¿Qué más puedo tener? Me conoces, apenas tengo la madurez emocional para cuidar de mí mismo y ¿se supone que debo cuidar de dos personas más? No estoy listo. Esta situación me supera. Yo no pedí esto.
—No lo pediste, pero lo buscaste.
—Pensé que habíamos dejado de lado los sermones.
—Mientras sigas haciéndote la víctima, creo que el tema seguirá surgiendo.
—Es fácil decirlo desde tu posición —replico—. Tu vida es perfecta.
Gabriel suelta una risita irónica que deja entrever que me equivoco, pero no me sorprende que no de más explicaciones. Él jamás habla de su vida privada, mucho menos conmigo.
—Te contaré una historia, hermano —espeta, recargándose del respaldo del sofá—. Hace un tiempo conocí a una mujer. La empresa recién estaba dando frutos después de todo ese arduo trabajo y yo no tenía tiempo para tener una relación con nadie en ese momento; sin embargo, ella era… especial. Después de vernos durante un tiempo, ella empezó a exigir más de mí, ya sabes, quería formalizar nuestra relación. Yo no quería dejar de verla, pero tampoco podía darle más de lo acordado. Tenía muchas responsabilidades, además de que la idea de tener algo formal me provocaba alergia de solo pensarlo.
»El caso es que le di largas al asunto, pero, conforme pasaron los días ella se puso más y más exigente, por lo que discutimos y decidí terminar la relación. No quise saber más de ella. “No estaba listo” para dejar de lado mi vida, mi carrera en ascenso y todas mis responsabilidades por ninguna mujer. Ni siquiera por ella.
»No volví a saber nada de ella durante meses y, mientras más tiempo pasaba, más la extrañaba. De pronto un día me di cuenta de lo que tanto había tratado de negarme a mí mismo, estaba enamorado de ella. —Gabriel sonríe con amargura y una sombra de tristeza empaña sus ojos antes de proseguir con su historia—. Fue toda una revelación.
—¿Y qué hiciste? —pregunto, impaciente—. La buscaste, por supuesto, ¿cierto?
—Así es —responde con la mirada perdida en algún punto sobre mi cabeza—. Investigué su paradero y no perdí más tiempo, fui en su búsqueda.
—Entonces, ¿en dónde está? —cuestiono, confundido. Gabriel esboza una sonrisa triste que no llega a sus ojos y no hace falta que responda—. No te perdonó.
—¿Qué va? Estoy seguro de que, de haber podido, lo hubiera hecho —murmura, bajando la cabeza—. Porque yo no hubiera descansado hasta que me perdonara.
—Pero… ¿qué pasó?
—Ella murió, Lucas.
El aire abandona mis pulmones sin poder creer lo que ha dicho, y un nudo se forma en mi garganta al escuchar la forma en que su voz se rompe al pronunciar las palabras.
—¿Cómo? ¿Qué le pasó?
—Lucía estaba embarazada y murió en el parto —me informa, y mi piel se eriza de solo imaginarme en su posición—. Nunca me lo dijo, pero creo que esa era la razón de su insistencia en que formalizáramos nuestra relación. Y, ¿sabes cuál es la peor parte, hermano?
—No sé qué puede ser peor, Gabriel —murmuro apesadumbrado.
—Que, de haberlo sabido, estoy seguro de que mi reacción hubiera sido muy similar a la tuya.
Sus palabras se sienten como un gancho al hígado, pues, aunque sé que he renegado del embarazo de Ayleen, y sigo firme en mi postura de que no es lo que hubiera querido para mi vida, jamás desearía que le sucediera nada a ella o a su hijo. No puedo ni siquiera imaginar una realidad en la que ella no existiera.
—¿Por qué me dices todo eso ahora, Gabriel?
—Supongo que trato de hacerte entrar en razón. —Se encoge de hombros—. Sé que has dicho que no estás enamorado de esa chica, pero quizá podrías intentar tener una relación cordial con ella. Acepta de una vez por todas que su hijo es tuyo y toma las riendas de tu vida…