Un Error a la Medida

Capítulo 20. Perros y gatos

'*•.¸♡ ♡Ayleen♡ ♡¸.•*'

La mano de Lucas continúa haciendo círculos sobre mi vientre, incitando a nuestra hija, la cual, no tarda en reaccionar. Sus movimientos son apenas perceptibles, pero nos recuerdan que no estamos solos; que hay alguien a quien afectan nuestras decisiones aparte de nosotros.

Sentir a nuestra bebé moverse por primera vez es una emoción indescriptible, una mezcla de alegría y asombro que me llena de esperanza.

Observo a Lucas y suspiro recordando ese beso que, tal vez para él no significó nada más que la satisfacción de una necesidad, mientras que para mí lo fue todo, y no puedo evitar desear que nuestra relación mejore. A pesar de los desafíos y malentendidos, hay momentos como este que me hacen soñar con un futuro juntos. Imagino un día en el que podamos superar nuestras diferencias y construir algo más sólido, algo que vaya más allá de las circunstancias que nos unieron.

Es increíble la manera en la que me hace sentir con solo una caricia, pero esto… la complicidad que surge entre los dos al saber que compartimos mucho más que una simple atracción física; me es imposible poner en palabras lo que estoy sintiendo en este momento.

«Esto es real. ¡Tendremos un bebé, por todos los cielos!».

—¿Qué pasa? —dice, sacándome de la ensoñación, y me estremezco al sentir su pulgar recogiendo una lágrima de mi mejilla que no sabía que había derramado—. ¿Por qué lloras, te sientes mal?

—No, para nada. Es solo que… estoy un poco emocionada, supongo.

—Es emocionante saber que hay una pequeña personita aquí dentro. —Sonríe, regresando su vista a mi barriga—. De ahora en adelante cuidaré lo que digo, recuerda que ya puede escucharnos. Nada de malas palabras en esta casa —decreta, haciéndome soltar una risita que sacude mi cuerpo, provocando que mi hija patee de nuevo.

—Gracias por todo, Lucas —se me escapa sin saber por qué.

—No sé qué agradeces, si lo único que he hecho desde que nos conocimos ha sido cometer un error tras otro —masculle más serio.

—Bueno, supongo que me refiero a este cambio de actitud. Y a no desmentirme frente a la doctora cuando preguntó si eras el padre —murmuro, evitando su mirada—. Me habría muerto de vergüenza si lo hubieras negado.

Lucas guarda silencio de pronto, y no me pasa desapercibida la manera en que traga saliva. Está incómodo, aunque no sabría decir si está molesto, o solo un poco avergonzado.

—¿Qué te hizo creer en mí al fin? —cuestiono con curiosidad—. Hasta hace unos días seguías firme en tu idea de demostrar que no era tu hijo.

—Solo lo sé y ya —explica, reticente—. Puedo sentirlo.

Su mirada se cruza con la mía y los latidos de mi corazón se disparan al notar la forma en la que sus ojos bajan a mis labios y se oscurecen, llenos de deseo.

Mi cuerpo traicionero se paraliza, impidiéndome alejarme cuando Lucas se acerca nuevamente y susurra sobre mis labios un:

—Sé que no has estado con nadie más, Ayleen. Puedo notar cómo reaccionas a mis caricias; tu inexperiencia te delata, y eso me vuelve loco…

—¿En… entonces por qué…?

—¿Por qué lo negué? —pregunta—. Porque soy un idiota, ¿no es obvio?

—Sin malas palabras —le recuerdo en un hilo de voz—. Y no eres un… bueno, lo que dijiste. Solo tenías miedo de perder tu vida como la conocías, y lo entiendo. Yo misma lo pensé cuando me enteré de mi embarazo. Me llené de dudas y de preocupaciones que casi me vuelven loca, pero créeme que nunca, ni por un segundo, se me cruzó por la cabeza la idea de renunciar a mi bebé.

—Eres una mujer muy fuerte, Ayleen. No sé si yo podría pasar por la mitad de las cosas que has tenido que enfrentar. Y soy yo quien te agradece que nunca hayas pensado en renunciar.

—Me dolió mucho tu actitud, no te lo voy a negar. Cada vez que negaste a nuestra bebé fue… —sollozo, sin poder controlar las emociones que me hacen derramar mis lágrimas.

—Lo siento mucho, Ayleen. No tengo palabras, de verdad. —Lucas me atrae a sus brazos y acuna mi rostro en su pecho, provocando que llore más fuerte.

—Perdón, son las hormonas del embarazo —me excuso.

—No. No es eso y lo sabes —replica—. He sido un imbécil y no merezco tu comprensión. Estás en todo tu derecho de odiarme.

—Yo no te odio, Lucas —espeto con rapidez, separándome de su pecho para poder mirarlo a los ojos—. Puede que no te lo merezcas, pero yo…

—No lo digas, Ayleen, te lo ruego. Déjame descubrir qué es lo que siento por ti —pide—. Estoy tan confundido, y no quiero hacerte más daño del que ya te he hecho. No me malentiendas, me gustas mucho. Me encantas. Eres tierna, hermosa, bondadosa y fuerte al mismo tiempo…

—Pero no sientes nada por mí —completo por él.

—No es eso, en verdad. Es solo que… quiero estar seguro de mis sentimientos, antes de poder ponerlos en palabras.

—Entiendo —digo, porque es verdad. De hecho, es lo más sensato que Lucas ha dicho desde que lo conozco y, aunque no es lo que me gustaría escuchar de su boca, prefiero que me diga la verdad; eso de alguna forma me de esperanzas de que, si todo va bien entre los dos, en un futuro nuestra relación pueda avanzar en la dirección correcta.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 20.11.2024

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