'*•.¸♡ ♡Ayleen♡ ♡¸.•*'
—¿Ustedes se conocen? —pregunto con asombro.
—Solo desde que éramos unos niños —responde Dulce, dándole un caluroso abrazo a Diego—. ¿Cómo has estado? Dijo mamá que te habías puesto muy guapo, pero no le creí.
Lucas bufa, rodando los ojos al ver la escena.
—Siempre tan graciosa —dice Diego—. ¿Quién es este hombrecito?
—Es mi hijo. Mateo, te presento a Diego, un amigo de tu tío Lucas, di hola.
—Hola —saluda Mateo, sacándole una sonrisa a Diego.
—Ven aquí, campeón —pide Lucas—. Te tengo una sorpresa.
—¡¿Una sorpresa?! ¿Qué es, tío?
—Sabes que Ayleen tendrá un bebé, ¿cierto?
—¡Sí! Dijo mamá que será mi primito.
—Bueno… pues no será tu primito…
—¿No?, pero…
—…será tu primita.
—¡¿De verdad?! —grita Dulce, esquivando a Diego. Viene hacia mí y me arropa en un efusivo abrazo que me hace ver estrellas—. Lo siento. Estoy muy emocionada. ¡Te dije que sería una niña!
—Lo sé. —Me rio—. Tú siempre lo supiste.
—Bueno, ahora que sabemos que será una niña, hay mucho por hacer: tenemos que comprar una cuna, decorar su habitación, comprar ropa… ¡Dios! Tantos vestidos, zapatitos, accesorios…
Lucas sonríe y me lanza una mirada cómplice que dice «te dije que se volvería loca», pero es Diego quien rompe la burbuja de Dulce.
—Sigues siendo la misma loca de siempre. —Se ríe—. Me dio gusto saludarte, pulga.
—Espera… ¿ya te vas?
—Ya sabes lo que dicen sobre las visitas —murmura, dándole una fría mirada a Lucas—. Lo mejor es cuando se van.
—Siempre he dicho eso —espeta Lucas, suspirando—. En fin… fue bueno verte, amigo. Ahora que sabes que Ayleen y nuestra hija están en buenas manos, vete tranquilo. Yo me encargo desde ahora.
—No empiecen, por favor —suplico—. Diego, no te vayas así. Por lo menos quédate a desayunar…
—Gracias, Ayleen, pero no lo creo.
—Anda, Diego, quédate —pide Dulce—. Hace años que no nos vemos. Quiero saber qué ha sido de tu vida.
—No hay nada qué contar. Además, tengo una entrevista de trabajo hoy y necesito instalarme. No quiero llegar tarde.
—¡¿Aquí?! —preguntamos Dulce, Lucas y yo al unísono.
—Así es. Me contactaron poco después de que te mudaste, pero lo estuve posponiendo —me informa—. No quería que pensaras que te estaba siguiendo…
—¿Y no es así? —exige Lucas a la defensiva.
—No, Lucas, no es así. De haber querido, desde hace semanas habría venido.
—Bueno, eso es genial —dice Dulce, cortando la tensión—. Espero que consigas el empleo. Ahora, ¿en qué nos quedamos? Ah, sí… ¿podemos desayunar? Muero de hambre.
—Yo…
—Anda, Diego, no me hagas suplicarte.
—Por favor —resopla Lucas con fastidio—. Los dejo, voy a prepararme para el trabajo.
—Lucas —digo sujetando su mano, mientras Dulce lleva Diego por la fuerza a la cocina—. Sé que es incómodo, pero te lo pido, acompáñanos a desayunar.
—No lo sé, Ayleen…
—Por favor.
—Está bien —acepta a regañadientes—. Me vestiré y regreso.
—Gracias. Te esperaremos. —Sonrío, apretando su mano.
Dejo que vaya a su habitación, mientras yo voy a la cocina y, con ayuda de Dulce, preparamos el desayuno para cinco. Mateo conversa animadamente con Diego, le cuenta sobre sus amigos del preescolar y lo invita a su fiesta de cumpleaños que se llevará a cabo la próxima semana.
—¿De verdad tienes cuatro años? —pregunta Diego—. No lo creo. Debes ser más grande. Eres demasiado listo para tu edad.
—Mi mami siempre me dice lo mismo —presume Mateo.
—Pues es verdad. Eres un niño muy inteligente.
—Se parece a su tío —dice Lucas, acomodándose en una de las sillas—. ¿Verdad, campeón?
Mateo se lanza a sus brazos y siguen conversando en tanto Dulce y yo servimos el desayuno. El ambiente se vuelve un poco incómodo mientras comemos, pero la alegría de Mateo ayuda a disipar la tensión.
Una vez que terminamos de comer, Diego se despide, prometiendo visitar a Dulce. Mateo lo abraza con gusto, como si lo conociera de toda la vida, enseguida se va. Lucas sale después de él, dejándome a solas con su hermana y su sobrino.
—¡Dios!, eso fue raro —suspiro, aliviada después de tanto ajetreo entre Lucas y Diego.
—Ah, no te preocupes, ellos siempre han sido así. Desde que eran niños han tenido esas peleas por cualquier cosa.
—¿De verdad? —cuestiono—. ¿Entonces no es solo por mi culpa?
—¿Por tu culpa? ¿Por qué habría de ser tu culpa, cariño? Que ellos sean unos tontos e inmaduros no tiene nada que ver contigo, Ayleen. No debes sentirte mal por ellos.