════ ≫ Lucas ≪ ════
Las enfermeras me sacan de la sala de parto a empujones, mientras que yo no logro asimilar todo lo que ha sucedido en un minuto.
—¡Ayleen! —Golpeo la pared, la frustración recorriendo cada centímetro de mi cuerpo—. ¡Ayúdenla, por favor!
Lloriqueo como un bebé, imaginando el peor escenario. La historia de Gabriel viene a mi mente y me hace sollozar de solo pensar en ese destino para Ayleen. Mis piernas se niegan a sostenerme y caigo al suelo, derrotado. La puerta se abre y un equipo de enfermeras y doctoras salen trasladando a mi hija a otra habitación. Y antes de que la puerta se cierre, mis ojos captan el caos dentro de la sala de parto. No puedo frenar más mis lágrimas al ver a Ayleen inconsciente mientras el equipo de médicos trata de reanimarla.
Mi corazón se divide entre mi hija y mi mujer, pues solo puedo acompañar a una de las dos. Por suerte, la voz de mi hermano me da la fuerza necesaria para levantarme del suelo y recobrar la compostura.
—Lucas, ¿qué sucede? ¿Por qué lloras así?
Su expresión de terror me dice lo mucho que esta situación le afecta. Los demonios que hay en su mente se asoman a través de sus ojos, pero lucha por mantenerse fuerte por mí.
—Ayleen, hermano… ella se desmayó y no logran traerla de vuelta —sollozo, apretando con fuerza mi cabello—. No me permitieron quedarme a su lado. Si algo le sucede yo…
—No digas eso —pide, sujetando mis hombros y buscando mi mirada—. Ayleen estará bien. Ustedes saldrán de aquí, irán a casa con Lucía y tú te encargarás de hacerlas muy felices ¿entendido?
—No lo sé, Gabriel, ella parecía…
No puedo ni siquiera pronunciar la palabra por temor a que se vuelva realidad. Después de negarme durante tanto tiempo a enamorarme de Ayleen, es una ironía que hoy diga esto, pero… si a ella le sucediera algo, me volvería loco. Estos meses a su lado me han servido para aclarar mis sentimientos. La amo con locura, y no puedo concebir una vida en la que ella no esté a mi lado. Juntos hemos soñado con nuestro futuro; Ayleen es una chica llena de sueños y, después de todo lo que ha sufrido, sería injusto que no pudiera alcanzarlos.
—Hermano, ¿puedes ver a Lucía? Debo quedarme con Ayleen y esperar noticias.
—Por supuesto. —Asiente—. Trata de estar tranquilo. Estoy seguro de que pronto despertará y juntos conocerán a su hija.
—Es lo que más deseo, hermano.
—Dulce está en la sala de espera; ella y Diego llegaron hace un momento.
—¿Llegaron juntos?
«¿Qué se traen esos dos?», me pregunto, aunque no es momento para eso.
—No lo sé, acabo de verlos —responde—. Avísame en cuanto sepas algo de Ayleen ¿está bien?
—Claro —digo—. Gracias por estar aquí, Gabriel.
—Siempre que me necesites, Lucas.
Gabriel me da un medio abrazo y se despide, yendo en busca de mi hija, mientras que yo me quedo a la espera de recibir noticias sobre Ayleen. La puerta de la sala de partos no se abre durante varios minutos y, cuando lo hace, de ella sale la obstetra con una expresión en su rostro que me hace palidecer.
—¡Doctora, al fin! ¿Cómo se encuentra Ayleen?
—Como pudo darse cuenta, hubo una complicación durante el parto. Su pareja perdió una gran cantidad de sangre, lo que la llevó a una descompensación. Hicimos todo lo posible por estabilizarla y…
—¡¿Y qué?! —cuestiono con desesperación—. ¡Vaya al grano, por favor!
—Y ahora se encuentra fuera de peligro —anuncia, quitando un enorme peso de encima.
—Gracias, Dios mío —sollozo con voz entrecortada, dejándome caer al suelo. Mis piernas tiemblan al igual que el resto de mi cuerpo, y siento que mi corazón late a mil kilómetros por hora. —Gracias, doctora. ¿Cuándo podré verla? —cuestiono, limpiando la humedad de mis mejillas.
—En un momento la llevaremos a una habitación y podrá acompañarla y esperar a que despierte.
—¿No lo ha hecho? Pensé que había dicho que ya se encontraba fuera de peligro…
—Y lo está, no tiene de qué preocuparse. El agotamiento es completamente normal después del parto. El esfuerzo es extremo y las madres suelen desfallecer por algunos minutos; incluso horas.
La doctora se despide después de decir que mi hija se encuentra en buen estado de salud, sin embargo, al haber nacido de forma prematura, permanecerá en la unidad de cuidados intensivos neonatales hasta que pueda regular su temperatura por sí misma y logre alimentarse correctamente, entre otras pruebas que deberán realizarle antes de darle el alta médica.
Espero algunos minutos más hasta que veo salir la camilla donde trasladan a Ayleen a la habitación. La sigo de cerca y, al verla así: inconsciente y tan frágil, no logro reprimir por más tiempo mis lágrimas; comienzo a llorar como si fuera un bebé debido a la mezcla de emociones que se agolpan en mi pecho. Me siento impotente al no poder hacer nada por ella, pero también siento una enorme dicha al saber que, por fin, después de tanto esperarlo, somos padres.
La felicidad no cabe en mi pecho y, después de acompañar a Ayleen a su nueva habitación y de asegurarme de que ella se encuentra a salvo, corro como un loco a la unidad de cuidados intensivos neonatales, deseando conocer a mi hija.