Días cortos y noches largas. Sonidos provenientes del viento similares al de un depredador esperando por su presa. Todo lo que queda a la vista durante el día es un segador tono blanco cubriendo cada parte del horizonte. En raras ocasiones la neblina de las montañas se despeja lo suficiente como para permitir que la luz ilumine por completo la aldea de Hoglandet, una pequeña localidad con menos de 15 cabañas, dedicada durante la temporada de cosecha a la agricultura y al ganadeo de cabras, limitándose a sobrevivir el resto del año. Un estilo de vida que Skyddar desconocía por completo.
A pesar de haber llegado a la aldea hace casi 6 inviernos todavía le impresionaban las vistas a las afueras de su casa; como en un panorama tan vacío podía prosperar la vida. Aún recuerda los primeros pensamientos que tuvo al conocer a los habitantes del lugar: <<¿Se quedan en sus casas durante todo el invierno? Como demonios pretenden llamarse hombres cuando ni siquiera intentan cazar su comida>>. El sabor de la carne de alce era un deleite, sobre todo por la satisfacción de derribar a un animal en su propio entorno, demostrando tu supremacía sobre él. Esas noches nunca abandonaron su mente, corriendo entre los árboles, siguiendo un puñado de luces que parecían destellos, confiando en sus sentidos y en el juicio de los hermanos que lo acompañaba. El combate mental que luchaban contra una bestia que en otras condiciones los aplastaría; la embriagante sensación de poder al hacerla correr como una simple presa más; los gritos regocijantes de los demás al regresar a Storkall y la mirada de orgullo de los ancianos al ver que los jóvenes estaban listos para portar sus armaduras de cuero adornadas con telas rojizas y unirse a los grupos de expedición. En un intento de nutrir su orgullo, a la mañana del quinto día tras su llegada a Hoglandet, amarró su cabello con los nudos tradicionales de su hogar y salió a los bosques tratando de replicar sus antiguas hazañas.
Pero esos recuerdos parecían casi una fantasía ante su situación actual. No es fácil cazar cuando no puedes ver pocos metros más allá de tu nariz. El clima era extremo, sumado a lo inhóspito de una tierra que no conocía. La impotencia de no poder formar un puño con la mano por el frío, la preocupación constante de tener que revisar tus extremidades porque ni siquiera tocándolas llegas a sentirlas y la agonía de los minutos que pasas finalmente frente al fuego tratando de recobrar la vida, sin poder hacer más que esperar a que ninguna de tus partes haya quedado inservible por someterse ante tal calvario. Nunca le desearía ni a sus enemigos encontrarse en esa situación, aunque sin duda aquello que le parecía más sorprendente era justo ese pensamiento, no desearle el mal a otra persona, una especie de compasión. Haber expresado algo remotamente similar ante sus hermanos le haría acreedor de una paliza que dejaría en ridículo al dolor por el frío, pero ahora eran emociones cada vez más frecuentes.
Logró regresar al pueblo casi arrastrándose junto al anochecer. Fue reprimido ante tal arrebato, pero poco le importaba cuando sabía que su hacha siempre se encontraba en su cintura; con solo un movimiento era capaz de arrebatarle la vida a decenas de personas, así que lo único que los mantenía vivos era su capricho. Con el tiempo esa soberbia se convirtió en vergüenza. Transcurrieron cuatro lunas hasta que pudo volver a ponerse en pie correctamente, pero todavía no fue capaz de utilizar su hacha durante otras tres lunas más.
El invierno se encontraba en su punto álgido, y el frío lo regresaba constantemente a su pasado mientras observaba el atardecer. Era en estos momentos donde iniciaba la temporada de caza en su antigua aldea, ya que los recursos saqueados durante el resto del año se agotaban. Una temporada hecha tanto para recuperar fuerzas como para formar lazos entre los guerreros. La desgracia los alcanzó cuando las raciones se terminaron antes de acabar la temporada de cosecha, a las puertas de un invierno que prometía ser brutal. Estaban desesperados y tomaron medidas arriesgadas. Nunca les gustó atacar por la noche, preferían aprovechar la luz del atardecer para demostrar su valía en combate y terminar con un festín bajo la luna iluminados por el fuego de las casas de sus víctimas.
Sin embargo, esta vez requirieron algo más elaborado; su lucha más grande hasta la fecha, utilizando a cada uno de los hombres del pueblo, todos en conjunto como una manada de lobos se acercaron junto a las estrellas hacia la ciudad de Missfargad, casi cinco veces mayor que cualquier otro pueblo que hayan atacado. El bosque al alrededor de la ciudad les permitió acercarse lo suficiente. Prendieron fuego a varias casas al llegar, esperando a los guardias para emboscarlos y empezar el combate con ventaja. Cuando los soldados llegaron a la zona, cada guerrero salió de su escondite asestando un golpe mortal a uno de sus enemigos, dando inicio formal al combate. Después de su primera maniobra, los guerreros de Storkall se dispersaron por toda la ciudad, distribuyendo a las fuerzas enemigas; estaban acostumbrados a ser superados numéricamente por parte de sus rivales. Su plan era mantener los combates en pequeños grupos a lo largo de todo Missfargad mientras el fuego se encargaba de arrasar con la mayoría de sus ciudadanos.
Skyddar se mantuvo junto a uno de sus hermanos, y al igual que el resto de guerreros, comenzaron con su misión de erradicar a los guardias. Decenas de estocadas rozaban su rostro, casi siendo atravesado en más de una ocasión. La adrenalina bombeada en su sangre le permitía mover su pesada hacha como si fuera una simple pluma. Cada golpe detenido por su escudo trasmitía el poder del impacto a su antebrazo, amenazando con astillar sus huesos. Las armaduras de cuero de Storkall no eran demasiado gruesas, pero eso las dotaba de una ligereza crucial en combates abiertos, posibilitando maniobras evasivas que salvaron su vida múltiples veces, pero la mejor estrategia seguía siendo bloquear y contratacar; eso le obtuvo una victoria fácil sobre tres guardias, pero rápidamente fue rodeado por más. Con su escudo en alto, estaba dispuesto a morir y llevarse a tantos hombres como le fuera posible.