Un escudo roto

Ante los restos de una ciudad

—¿Cuánto tiempo crees que tardemos en revisar todo Missfargad? —preguntó Tiza, centrando su atención nuevamente en el estofado que preparaba.

—Tal vez una semana, pero con tres días estoy seguro que conseguiremos suficiente para sobrevivir por un buen rato

—¿Por qué tres días? —Dijo Tiza con un tono confundido.

—Porque las tribus carroñeras no tardarán en darse cuenta de la falta de ruido en una ciudad tan grande —respondió Skyddar mientras se sentaba en el suelo—. Después de eso, será imposible rescatar nada que haya quedado dentro, así que ve pensando que casas quieres priorizar

—¿No podemos escondernos mientras esperamos a que lleguen caravanas de otras ciudades? Ese era mi plan original. Missfargad es una ciudad importante, de seguro no tardará en llegar alguien

—En otro momento del año, sí. —recalcó Skyddar— Pero el invierno se acerca, y los únicos locos con la idea de adentrarse en los caminos con climas tan extremos fueron ustedes dos. Nadie se atreverá a venir hasta la próxima temporada de cosecha

—Perfecto —refunfuñó Tiza— otra noticia excelente. Bueno, puede que encontremos monedas en las casas y alcance para pagar un hospedaje en algún pueblo cercano, ¿Conoces la zona?

—Un poco, pero en este punto creo que es más factible regresar a tu aldea que vagar por los bosques repletos de nieve a ciegas

—¿Y qué harás tú? Tampoco puedes quedarte por aquí si algunos bárbaros vendrán… —La mente de Tiza maquinó una solución y su rostro se iluminó— Podrías llevarme hasta Hoglandet, a fin de cuentas, eres un escolta

—¿Qué? —Nuevamente, la confusión reinaba la cabeza de Skyddar.

—Puedes quedarte una parte de los que llevemos de aquí, y tendrías un lugar para alojarte durante todo el invierno. Además, viajar puede ayudarte a considerar tus opciones

Era casi como si Tiza tuviera la capacidad de bloquear la mente de Skyddar de un momento a otro con sus ocurrencias. Pero lo cierto es que tenía un punto válido para sugerirlo. Ante tal situación no existían demasiadas opciones cuerdas y, aunque esta tampoco lo fuera, era la que más se acercaba.

—Lo pensaré mientras recojo las cosas, pero tenemos poco tiempo

El guerrero se preparaba para ponerse de pie, pero fue detenido por Tiza

—Lo haremos después de que la comida esté lista —dijo la mujer mientras removía el estofado.

—¿Por qué?

—Porque tengo la habilidad de quemar todo lo que cocino en el momento que le quito la vista de encima —respondió Tiza con una mirada apenada.

Un argumento convincente para que Skyddar se quedara en su lugar, esperando. Tras unos minutos que transcurrieron en silencio, Tiza tomó dos tazones de madera y sirvió dos porciones de comida, acercándole uno al hombre. Era, ciertamente, distinto a lo que estaba acostumbrado a comer. La carne seca de su hogar suele tener un sabor más fuerte, y la sensación de no necesitar fuerza para arrancar pedazos de comida era algo novedoso, pero no desagradable. Ambos intercambiaron un par de palabras más, y al terminar sus platos, comenzaron a recorrer las ruinas de Missfargad para reunir provisiones suficientes para su viaje. Su objetivo era conseguir varios costales llenos.

Al pasar de las horas, llegó la noche; con la noche, la oscuridad. Suficiente para ocultar todo lo que no se alumbrara por la hoguera, por lo que decidieron descansar ante el riesgo de un accidente que les impidiera seguir con sus planes. Tiza reunió una pila de telas robadas para acostarse sobre ellas; Skyddar solo necesitaba el suelo. Incluso lastimado pudo ser de utilidad para recoger los escombros pesados y liberar los restos ocultos. Pero esa sensación de propósito se esfumaba rápidamente al tratar de pensar que iba a hacer después de terminar la misión impuesta por su nueva compañera. Esos pensamientos lo mantuvieron en vela hasta que el peso de sus párpados lo obligaron a descansar.

Antes de que el sol llegara a tocar su vista, Skyddar fue despertado por un indoloro pero constante movimiento en su pierna derecha. Al abrir sus ojos, observó a Tiza parada junto a él, pateándolo suavemente mientras repetía su nombre para intentar despertarlo. La confusión superaba el enojo.

—Me sorprende tu talento para ser una molestia mujer —Exclamó Skyddar.

—Lo heredé de mi abuela —contestó Tiza—. Ahora apúrate, tenemos mucho que hacer y poco tiempo antes de que llegue la gente loca y nos mate. Desayunaremos luego

Y así transcurrieron los siguientes tres días. El cansancio se esfumaba con la comida y las pequeñas pláticas que tenían a través de las horas, pero en la noche la mente del guerrero volvía a ser un desastre. Normalmente podría aguantar varias noches sin dormir prácticamente nada. Pero, para su suerte, el desgaste de tener que mantener su pequeña historia falsa con cada respuesta que daba era suficiente para dejarlo agotado y forzarlo a dormir tan pronto como tocaba el suelo. Para el amanecer del cuarto día, contaban con los costales a rebosar de suministros. Sería casi imposible llevarlos hasta Hoglandet entre dos personas, pero a los guerreros de Storkall no solo les enseñaban a pelear; ellos fabricaban sus propios trineos para transportar los frutos de su cacería. Tomando las tablas que se encontraban en mejor estado y varias cuerdas de las casas, Skyddar pudo construir una pequeña estructura para arrastrar los costales por el camino. Era rústico, por decir lo menos, pero era mejor que viajar sin nada.




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