(Tarik)
Otto Ferraz entró a la estancia con ese aire petulante tan característico en él que nos dejaba saber que era dueño de todo lo que veía. Sus ojos recorrieron sus bastas posesiones esparcidas por el salón, las costosas vasijas, las estatuas de mármol, los sillones acolchados, la amplia chimenea… entonces reparó en mí y una ira silenciosa se apoderó de él.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Quién te invitó? —preguntó con voz tajante.
—¿Necesito invitación para venir a mi propia casa? —inquirí con fingida sorpresa.
—Esta no es tu casa, Tarik. Lo dejó de ser en el momento en que te mudaste para poderte revolcar con cuanta mujerzuela se te cruzara enfrente con libertad —dijo en tono recriminatorio.
Consulté mi reloj de bolsillo. Seis minutos. Ese era el tiempo transcurrido desde que llegué hasta el momento en que mi padre empezó con sus reclamos. Solo seis condenados minutos. Y luego se preguntaban por qué no venía de visita más seguido.
—Pensé que era lo mejor para todos, no deseaba escandalizar a Nora si llegaba a ver algo inapropiado —respondí con aire inocentón.
Esa era la razón que le había dado a todo el mundo cuando me mudé de casa hacía unos cuantos años. Dije que quería mi privacidad para poder disfrutar de mi vida de soltero sin tener que incomodar a mi familia, pero esa solo había sido parte de la razón. La casa en la que ahora vivía llevaba años en posesión de la familia y yo la había usado para mis encuentros pasionales desde que era un adolescente, así que no era estrictamente necesario que la hiciera mi residencia permanente para poder seguirle sacando provecho. La razón por la que me había decantado por hacerla mi hogar definitivo era la búsqueda de paz que aquí jamás conseguí. ¿Quién podía tener paz con un padre como Otto Ferraz?
Ahora ya podía ir y venir a mi antojo sin nadie detrás de mí juzgando cada uno de mis movimientos. Y las peleas ya no eran cosa del diario, sino raras ocurrencias cuando, contra mi mejor juicio, visitaba el hogar paterno.
—¿Vienes por dinero? —preguntó mi padre a la defensiva.
Puse los ojos en blanco, ¿cuándo venía yo a pedirle dinero? Hacía tiempo, el hijo de un conocido de mi padre resultó ser adicto a las apuestas y, para cuando su familia se dio cuenta, ya había despilfarrado media fortuna familiar en el juego. Como para mi padre yo era la peor clase de canalla y todas las maldades existentes podían atribuirse a mí, en su mente se fijó la idea de que con seguridad yo también sufría de una adicción a las apuestas que me estaba llevando al camino de la perdición.
—No necesito un centavo tuyo. Mis rentas me alcanzan y me sobran —contesté en un tono hostil que odiaba emplear.
—¡Tarik, ya llegaste! —exclamó Nora al entrar al salón. Aprisa, rodeó uno de los sillones para llegar a mi lado y llenar mis mejillas de besos—. Te echaba tanto de menos. Casi nunca vienes de visita, ¿acaso no sabes cuánto me encanta tenerte en casa?
Envolví a mi madrastra en un abrazo para que supiera que yo también la echaba de menos. Nora era la segunda esposa de mi padre, él la desposó poco después de la muerte de mamá con la intención de que no nos faltara una presencia femenina en casa y poder tener más hijos. Su elección resultó muy atinada pues, si bien Nora nunca pudo darle hijos a mi padre como él quería, hecho que a ella la llenaba de profunda tristeza, sí había sido una figura cariñosa y maternal en nuestro hogar. Sin hijos propios que criar, Nora puso todo su empeño en ser una madre para mi hermana y para mí, por lo cual yo le estaba profundamente agradecido. Por eso aceptaba sus invitaciones a almorzar, aunque estas vinieran con guarnición de recriminaciones paternas incluidas.
—Así que esto es obra tuya, Nora —musitó mi padre tomando asiento con los brazos extendidos sobre el respaldo.
Ella me sonrió, fingiendo que no escuchaba a su marido. Luego me invitó a sentarme sobre uno de los numerosos sillones de la estancia.
—El almuerzo va a encantarte, le pedí al cocinero que hiciera tu platillo predilecto —me informó con satisfacción en el rostro.
—Sabes que yo comería lo que fuera —le dije dedicándole una sonrisa cariñosa. Después me removí en mi asiento, algo ansioso—. De hecho, tengo noticias interesantes: el rey me ha pedido acompañar a su hijo en el viaje que hará a Encenard.
Nora pestañeó con sorpresa, mi padre entornó los ojos.
—¿Para hacer qué exactamente? —inquirió con gesto severo.
—Acompañarlo, cuidarlo… prevenir que se meta en problemas con su nueva familia política —expliqué—. También se lo ha solicitado a Enzo, así que iremos los dos. En sí el rey solo desea que el príncipe tenga el apoyo de sus amigos, que estemos cerca por cualquier cosa que se suscite.
Una maliciosa risotada escapó de los labios de mi padre. Nora agachó la mirada como hacía cuando desaprobaba alguna actitud en su esposo.
—Debo decir que esto es inesperado. Siempre he considerado que nuestro rey es un hombre de gran juicio, pero ahora sí que se ha equivocado. ¿Tú? Cualquier otro joven del reino sería mejor escolta que tú —dijo con voz despectiva.
—No todos tienen una opinión tan desfavorable de mí como tú, padre —me defendí lamentando siquiera habérselos mencionado.