La mano me cosquilleaba por el contacto con la piel de mi acompañante. El simple toque de nuestras palmas era lo más estimulante que me había sucedido en semanas. Al menos así se sentía, aunque cabía la posibilidad de que la emoción del momento me estuviera nublando los pensamientos. Probablemente debí haber rechazado su invitación a bailar. Leonor iba a juzgarme duramente, pues escuchó la forma tan poco ortodoxa en la que él me pidió que lo acompañara a bailar; es más, ni siquiera lo pidió, fue más un comando que otra cosa. Debí haberme rehusado de forma tajante, mas no lo hice, mi curiosidad pudo más que mi prudencia. Era tan fascinante, tan seguro de sí mismo, ¿cómo poderme resistir? Ahora era tarde para cambiar de opinión, estaba siendo llevada a la pista de baile por este hombre extraño.
Mientras andábamos me deleité en lo amplia que era su espalda, en lo bien que caía la tela de su saco a sus costados, hasta volteado era atractivo. Era claro que se trataba de uno de los Dranbers que vinieron acompañando a Odette y a Luken, mi amiga me acababa de mencionar hacía unos minutos que estuvimos charlando que su suegro le ordenó a dos jóvenes de su reino que los acompañaran en el viaje. ¿Cuáles dijo que eran sus nombres? Enzo y Tarik… ¿cuál de los dos era el que me estaba sacando a bailar con tan poco tacto? Tal vez su forma tan directa de invitarme a bailar se debía a una diferencia cultural, tal vez así se acostumbraba en Dranberg… pero en mis breves interacciones con el príncipe Luken, él me había parecido un caballero de modales impecables, así que alguna noción de buen comportamiento debía tener la gente de ese reino.
No sabía por qué este Dranber actuaba así, lo único que me quedaba claro era lo atractivo que me resultaba. ¿Será que todos los hombres de ese reino parecían esculpidos a mano? El príncipe Luken era un hombre sumamente apuesto, pero este otro no se quedaba atrás. Alto, en forma, de piel bronceada, cejas pobladas y cabello quebrado obscuro. Aunque lo más intrigante de él era su expresión, rezumaba seguridad, como si se creyera superior a cualquiera de aquí a pesar de que literalmente estábamos rodeados de realeza.
El joven me llevó hasta donde se encontraban otras parejas bailando, luego colocó su mano libre en mi cintura y me acercó a él. Recargué una mano sobre su musculoso hombro y la otra la junté con la suya. El aire que exhalaba por la nariz cayó sobre mi rostro; estábamos realmente cerca, más de lo que era necesario para este tipo de baile.
Levanté mi vista hacia él, la fuerza de su expresión fue como un imán, por un instante me perdí en los detalles de su rostro. Su poder de atracción era desconcertante, quise hacerme hacia atrás para aclarar mis pensamientos, pero el hombre me sostuvo firme junto a él.
—Probablemente nadie te lo ha dicho antes, pero tienes los labios más sensuales que he visto en mi vida. Dan ganas de devorarlos a besos —soltó con un brillo seductor en la mirada que me hizo prender de todos colores.
Parpadeé con sorpresa, cualquier respuesta parecía insuficiente para tal atrevimiento. Sopesé la posibilidad de abofetearlo, era lo menos que se merecía por esa declaración, pero no quería hacer una escena en plena bienvenida de mi amiga. Si lo abofeteaba, se haría un escándalo y la gente no hablaría de otra cosa durante semanas. Además, tenía que pensar en la reputación de mi familia, mi abuelo materno solía tener fama de impulsivo e irascible, no quería que la gente pensara que había heredado esos defectos de él. Lo mejor era ponerle un freno de forma discreta.
—Habla usted con demasiada ligereza, señor…
—Ferraz. Tarik Ferraz. Algo que debes saber de mí es que acostumbro a decir la verdad, ¿por qué perder el tiempo haciéndote la plática sobre trivialidades como la música o el clima cuando lo único en que puedo pensar es en besarte?
—Por decencia, señor Ferraz —lo reprendí, aunque parte de mí deseaba que continuara, nadie jamás me había hablado con tanto atrevimiento. Era una sensación nueva y excitante, como si estuviera caminando muy cerca de un precipicio a punto de brincar… el peligro estaba justo ahí mirándome de regreso, llamándome hacia lo desconocido.
Mi respuesta lo hizo soltar una sensual carcajada.
—¿Decencia? Me temo que no estoy familiarizado con el concepto —expresó con picardía.
—Eso me va quedando bastante claro, señor —dije soltando un resoplido nada educado.
—¿Preferirías que fuera rígido y aburrido, que me limitara a hablar de temas intrascendentes en lugar de decir lo que tengo en mente? —inquirió.
—Dado que al parecer lo que tiene en mente es una afrenta a las buenas costumbres, sí, eso me gustaría.
—Me encantaría darte gusto, linda, aunque me temo que eso no lo puedo hacer. Eso sí, puedo buscar otras formas de complacerte… si te interesa.
El hecho de que esta fuera la primera vez que alguien me hablaba con tanta ligereza, no significaba que no entendiera la connotación de sus palabras. Sus obscuras insinuaciones me quedaban claras y me descubrí imaginando lo que sería aceptar. En mi mente me encontré a solas con él en una habitación, sin nada ni nadie que nos detuviera. En ese delicioso escenario no existían las convenciones sociales, ni los límites, solo nosotros dos y nuestro deseo. Lo imaginé desatando mi vestido… me vi quitándole el saco… besando su cuello… ¡Melina Godard! Me reprendí a mí misma al notar lo estimulada que me estaba haciendo sentir mi propia mente. Esa clase de pensamientos eran demasiado impropios para que los entretuviera en privado, mucho más rodeada de gente y sobre un hombre al que apenas tenía unos minutos de conocer.