Las manos me temblaban por los nervios, ni siquiera podía sostener los pasadores. Los invitados estaban por llegar y yo aún no estaba lista.
—Prym, por favor, date prisa —le pedí a mi duende en tono de urgencia.
—Ya casi. Solo falta el toque final a su peinado —me dijo tranquilamente.
Solté un suspiro largo, por más impaciente que me sintiera, debía admitir que con Prym la espera siempre lo valía. Ya lo podía comprobar yo en el espejo, la mitad superior de mi cabello estaba recogido en una media cola de caballo adornada con pequeñas perlas, la parte suelta caía sobre mis hombros, sedosa y gruesa. Alargué la mano para tomar el rubor con intención de retocar mis mejillas, pero Prym me detuvo a medio camino.
—Es mejor no exagerar, no queremos que la gente piense que planea unirse al circo —dijo con ese tono burlón que tan bien se le daba.
Devolví el rubor a su lugar haciendo un puchero de niña mimada. Luego la empecé a presionar mirándola insistentemente.
—Por más que me vea no me van a salir más manos —se defendió Prym con una ceja enarcada—. ¿Por qué está tan ansiosa esta noche, niña? Parece como si la prometida fuera usted… ¿espera algo especial esta noche? ¿Hay alguien a quien desea ver?
Su interrogatorio me hizo inspirar bruscamente, el aire se agolpó en mi garganta por la violencia con la que entró.
—¿Alguien a quien desee ver? ¡Qué disparate! Solo quiero estar lista para acompañar a mi hermano y a mi futura cuñada en su noche especial. Eso es todo —me defendí con aire de indignación.
Mi grosera reacción había sido desproporcionada ante preguntas tan simples, pero era inevitable ponerme a la defensiva al sentirme expuesta a que alguien pudiera descubrir mi verdad. Me aterraba que Prym o cualquiera lograran adivinar mis pensamientos… o, más bien, quién ocupaba mis pensamientos. Por más que lo intentaba, no podía pensar en otra cosa que no fuera Tarik. Las ganas de volverlo a ver me carcomían, lo cual era ridículo, yo tenía que estar pensando en buscar marido, no estar perdiendo el tiempo pensando en visitantes desvergonzados.
—Bien, no diré más. Qué mal genio trae esta noche —escupió Prym con hartazgo.
—¡Los Columbo están aquí! —exclamó mi madre desde la planta inferior.
—Oh, alguien que le diga que guarde silencio o van a creer que en esta casa somos unos salvajes —refunfuñó Prym, luego alzó los brazos en señal de triunfo—. Listo, ha quedado más que bella.
Le sonreí complacida y me puse de pie de inmediato.
—Gracias, Prym, eres fantástica —le dije antes de salir disparaba de la alcoba y escaleras abajo.
Mis padres y Carlo ya estaban en la recepción aguardando a que entraran los Columbo. Me les uní de un brinco, papá pasó su brazo por mis hombros dedicándome una sonrisa cariñosa. Su cabello negro, el cual le heredé, ya mostraba algunas canas en las sienes, pero en lugar de hacerlo ver viejo, solo le daba un aire más interesante. Añadía a su atractivo el toque de sabiduría que viene con la edad. Mamá siempre se quejaba de que muchas en el reino soñaban con robarle a su esposo y no dudaba que fuera cierto, pero mi padre solo tenía ojos para ella, la única mujer que le importaba.
El mayordomo abrió la puerta. Gema entró acompañada de sus padres y sus abuelos. Nuestra atención se giró inmediatamente al abuelo, Otelo Columbo, el tesorero del reino y uno de los hombres más cercanos al rey. Solo seis hombres en Encenard podían presumir de tener la confianza y la amistad de nuestro monarca, Otelo era uno de ellos y eso le confería un estatus superior al resto de los súbditos; sino en título, al menos sí en la estima de la gente. A causa de Otelo, Carlo insistía tanto en que todos nuestros tratos con su próxima familia política fueran perfectos.
—Bienvenidos sean todos a nuestro hogar —saludó mi padre con una amplia sonrisa.
—Son tan amables en dar esta fiesta. Les agradecemos todas las molestias que se han tomado —expresó la señora Columbo.
—No es necesario agradecer, lo hacemos con gusto para la feliz pareja —respondió mi madre haciendo un ademán para invitarlos a pasar a la sala.
—Debo admitir que estoy intrigado con esa búsqueda de tesoro que mencionó mi nieta Gema —dijo el señor Otelo mientras tomaba asiento en uno de nuestros cómodos sillones—. Jamás he participado en una actividad así, espero hacerlo bien.
—Oh, ya verá que es muy divertido —le aseguró mi padre.
—¿Qué es lo que vamos a buscar? —preguntó Gema.
—Una sortija de matrimonio —contestó mi madre—. Melina pensó que sería apropiado darle una temática de boda.
—¡Eso suena estupendo! —aplaudió Mirlo Columbo, el padre de Gema.
—Sí, nuestra hija se encargó de todo. Ella escondió las pistas y el tesoro. Solo Melina sabe dónde se encuentran —dijo mi padre.
Mientras las familias charlaban, repasé mentalmente las pistas que había colocado por la casa. En el comedor, el jardín, la cocina, la habitación de Carlo, mi habitación y finalmente la sortija oculta debajo de la cava de vinos. Los equipos se divertirían mucho de arriba para abajo resolviendo los acertijos y dando con las pistas.