Un extraño en mi alcoba

Capítulo 11

(Tarik)

Por más que deseaba seguir a Melina, hacer la lucha por doblegar ese frío exterior que me mostraba, había algo más apremiante que debía hacer: era necesario que hablara con los gemelos. Normalmente no era la clase de hombre que se echaba para atrás de un trato, aun si se trataba de una broma, pero desde el trayecto a la fiesta las dudas habían comenzado a asaltarme, empeorando considerablemente al llegar. Si bien era cierto que encontraba antipático a Carlo, arruinarle la fiesta era demasiado. Nuestro plan ahora me parecía excesivo. Era mejor informarles a los gemelos que había cambiado de parecer.

Los ubiqué de pie junto a una enorme vasija de porcelana, me encaminé hacia esa dirección, pero mi camino fue cortado abruptamente.

—Ferraz, diría que es un gusto verte en mi hogar, pero no se me da mentir —dijo Carlo plantándose frente a mí.

—Buena fiesta, Godard —dije con la mandíbula apretada.

Carlo dio un paso al frente de modo que quedamos excesivamente cerca, luego inclinó su rostro hacia mí con mirada amenazante.

—Odio tener que repetirlo, pero no quiero verte cerca de mi hermana esta noche. No me hagas darte una paliza —me advirtió.

Contuve una carcajada burlona solo para no atraer la atención de la gente hacia nosotros.

—¿Sabrá Melina que le espantas a los hombres que se le acercan? —pregunté con gesto divertido—. Estoy seguro que, al ser una joven en edad casadera, se enfurecería al enterarse.

Carlo hizo un gesto de desagrado, confirmado que su hermana no tenía la menor idea de que él tenía esta irracional costumbre.

—Estás advertido. Compórtate y no des problemas o lo lamentarás —dijo antes de alejarse de mí.

Una sonrisa sutil curvó mis labios. Oh, no, él que lo va a lamentar eres tú, Carlo, pensé para mis adentros. Había querido desistir de la broma, pero el encuentro con Carlo me recordó por qué había accedido en primer lugar.

Convencido de seguir adelante con el plan, llegué a donde estaban los gemelos. Gregor se pegó a mí e introdujo una tela en el bolsillo de mi chaqueta.

—Déjalo en el lugar más visible que puedas —susurró a mi oído.

—¿Me atrevo a preguntar de quién son? —pregunté refiriéndome a las bragas que ahora estaban en mi posesión, las que usaríamos para hundir a Carlo.

—Olvídate de eso, ahora solo concéntrate en lo que debes hacer —me recomendó.

—¡La búsqueda va a comenzar! Por favor, formen sus equipos —anunció nuestra anfitriona, la madre de Melina, de quien ella había heredado la mirada dulce y bondadosa, aunque en todo lo demás era el vivo retrato de su padre. 

—Es el momento, sube ahora en lo que todos están distraídos formando los equipos —dijo Gregor—. Si alguien pregunta por ti, les diremos que tuviste que excusarte un momento.

—Recuerda, la habitación de Carlo es la segunda a la izquierda —susurró Connor.

—Creí que dijiste que era la tercera —le recordé con cierto pánico, ¿no sabía qué habitación era o me estaba tomando el pelo? Pero no, por más bromistas que fueran, a ellos tampoco les convenía que esto saliera mal.

Connor meditó un momento su respuesta, como si no estuviera seguro.

—No, es la segunda. Estuve aquí hace años cuando éramos niños, es la segunda —concluyó con un movimiento energético de cabeza.

—Ve, ahora —me ordenó Gregor, pues debíamos aprovechar la distracción general.

Sin perder tiempo, salí al pasillo y me encaminé escaleras arriba. Mi mayor preocupación era que un sirviente diera conmigo y me acusara con sus patrones de estar husmeando donde no me correspondía. En mi mente había ideado un plan para fingirme el extranjero distraído que no sabía ni dónde se había metido, tal vez el acento de fuera aunado a mis dotes actorales pudieran salvarme el pellejo. Eso en caso de que alguien llegara a encontrarme. Afortunadamente, llegué a la planta superior sin toparme con nadie. Con seguridad los sirvientes estaban demasiado ocupados atendiendo al considerable número de invitados como para estar revisando las habitaciones. Ese hecho jugaba a mi favor, haría más fácil que pudiera salirme con la mía.

Doblé hacia la izquierda y me quedé de pie frente a la segunda puerta. La duda me asaltó, ¿dijo tercera o segunda puerta? Sentí el miedo cosquillear en las plantas de mis pies, mis nervios estaban traicionando mi memoria. ¡Dijo tercera!, recordé con alivio y corrí hacia esa puerta. La abrí de la forma más discreta posible y me introduje en el interior. La alcoba estaba sumergida en completa oscuridad, a tientas caminé hacia la ventana y corrí la cortina para que al menos la luz lunar iluminara un poco el interior. La luz azul ayudó, aunque solo mínimamente. Comencé a estudiar mi alrededor, buscando el lugar idóneo para dejar la evidencia que le arruinaría la noche a nuestro antipático amigo Carlo. Saqué las bragas de mi bolsillo mientras consideraba las opciones. ¿Era la falta de luz o la habitación de Carlo era bastante femenina? Por lo visto era un hombre de gustos muy delicados.

Mis críticas internas fueron violentamente cortadas en el momento que escuché pasos acercándose. Alguien venía a la habitación. Presa del pánico, lo único que se me ocurrió hacer fue correr hacia la ventana y ocultarme detrás de la cortina. Con que la persona no decidiera cerrarla, todo iría bien.



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En el texto hay: humor, romance, matrimonio obligado

Editado: 04.01.2023

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