La luz del pasillo iluminó la habitación de forma inesperada, haciendo que mi corazón diera un vuelco. Veinte pares de ojos nos miraban anonadados. A pesar de que me tomó menos de medio segundo empujar a Tarik para que me soltara, ya era demasiado tarde, todos nos habían visto besarnos. Solos, en mi habitación, a oscuras, comiéndonos a besos… La gravedad de lo que habíamos hecho se me revelaba en las miradas de estupefacción de los invitados, pero sobre todo en la de mi padre… ahí estaban los reyes, los Columbo, mi madre, los Schubert… pero yo solo tenía ojos para mi padre y el desconcierto que encontraba en los suyos.
—Papá, te lo puedo explicar —susurré aterrada en voz tan baja que no creí que nadie me hubiera escuchado.
—¡Voy a matarte! —exclamó mi padre saliendo como un toro a embestir a Tarik.
El aludido dio un paso hacia atrás, el color abandonó sus mejillas.
—Espere, puedo explicarlo, es un malentendido —se empezó a justificar mientras caminaba de espaldas por la habitación para que mi padre no le diera alcance.
—¿Son unas bragas lo que tiene en la mano? —preguntó la señora Columbo escandalizada.
Todos llevamos nuestra atención a las manos de Tarik, efectivamente sostenía ropa interior femenina en una de ellas… ¿Qué estaba pasando? ¡¿De dónde había sacado eso?! Ignoraba qué hacía Tarik con esas bragas en la mano, lo único que sabía era que todos estaban asumiendo que eran mías. Lo cual me hizo sentir todavía más mortificada de lo que ya estaba e incrementó la ira que sentía mi padre.
—¡Voy a matarte y luego arrastraré tu cuerpo por la ciudad, insecto!
—¡Dominic! —exclamó mamá aterrada en el momento en que él logró tomar a Tarik de las solapas de su saco. Iba a molerlo a golpes, no me cabía duda.
Llevé mis manos a mi boca sin poder apartar mi atención de la escena. Tarik cerró los ojos cuando mi padre alzó el puño para asestar el primer puñetazo contra su cara. Si bien la constitución de Tarik le daba todas las posibilidades de defenderse y golpear a mi padre de regreso, supuse que él no lo estimaba apropiado, lo acababan de encontrar devorando a besos a su hija, lo mínimo que podía hacer era recibir la paliza sin quejarse.
Para fortuna de Tarik, los gemelos se abrieron paso en la habitación a empujones.
—¡Fue nuestra culpa! ¡Fue nuestra culpa! —gritaron corriendo a interponerse entre Tarik y la furia de mi padre—. Nosotros lo hicimos subir.
—¿De qué están hablando? ¿Cómo que esto fue su culpa? —interrogó el rey Esteldor dando un paso al frente.
Sin quitarse de en medio para proteger a Tarik, los gemelos se giraron hacia el creciente número de observadores. Ya no solo era el grupo de búsqueda que nos había encontrado, sino que se estaban uniendo el resto de la fiesta, asomando sus cabezas por la puerta para echar un vistazo al alboroto que se había formado.
—Queríamos jugarle una broma a Carlo, así que le pedimos a Tarik que nos ayudara —explicaron de forma apresurada.
—¿Su broma era desgraciar a mi hija? —preguntó mi padre desbordado por el enojo.
Mi estómago cayó a mis pies, era verdad lo que decía mi padre, tal vez exageraba al decir que caería en desgracia, pero mi reputación sin duda quedaría manchada por este episodio.
—Creo que este es un asunto que debe resolverse en privado —intervino alguien entre la gente, posiblemente Teodoro Schubert, aunque estaba demasiado conmocionada para darle importancia.
Algunas voces concordaron.
—Sí, es verdad.
—Volvamos al salón.
Poco a poco la gente se retiró, en la alcoba solo quedamos unos pocos. Mi padre, Tarik, los gemelos entre ambos, el rey Esteldor, Carlo, mi madre y el príncipe Luken, quien seguro estaba aquí para procurar el bienestar físico de su amigo.
—¡Arruinaste mi fiesta de compromiso! ¿Estás contenta? —me reclamó mi hermano supurando odio de los poros.
Mi padre no estaba en mejor estado, mamá parecía que iba a desvanecerse de la congoja.
—Tarik, tienes un minuto para explicarte —intervino el rey Esteldor con expresión seria.
El aludido asintió, se acomodó el saco y tomó la palabra, quería aparentar un poco de seguridad, aunque sus nervios eran evidentes.
—Subí para gastarle una broma a Carlo, me equivoqué de habitación y, mientras estaba aquí, subió Melina…
—La señorita Godard —lo corrigió mi madre con la mandíbula tensa.
Contuve las ganas de resoplar y Tarik hizo lo mismo, nos acababan de encontrar en una escena muy comprometedora, ¿qué importaba que se refiriera a mí con familiaridad?
—La señorita Godard entró y, en un impulso estúpido, la besé —explicó Tarik. En secreto le agradecí echarse la culpa, pues en realidad la que había tomado la iniciativa para besarlo había sido yo— En verdad lo lamento, solo quiero aclarar que no sucedió nada más. Fue solo un beso.
La mirada de todos volvió a su mano, a esa inexplicable prenda que ponía en duda que entre nosotros solo hubiera pasado un beso inocente.
—¡Esas son mías! —aclaró Gregor, desconcertando a la habitación entera—. Quiero decir, yo se las di. Era la broma para Carlo, íbamos a dejarlas en su habitación para avergonzarlo frente a sus futuros suegros. No son de Melina, si eso están pensando.