Un fantasma al atardecer.

Capítulo 3: Apariciones.

Era la segunda mañana de Julieth en su nuevo hogar y hoy cumplía una semana de haberse mudado a la ciudad. Así que determinada a volver a su rutina despertó puntual a las cuatro treinta de la mañana el día Domingo.


La primera diferencia que notó a su alrededor fue la ventana y la puerta cerrada. 


“Juraría que las dejé abiertas”. 


Atribuyendo el suceso a la vejez de la mansión se preparó para encontrarse con Susy en la calle. 

 

 

—¿Qué tal la noche? 
—No he visto al fantasma si es lo que preguntas Susy. 
—Bien. Oye, hice cita en la sala de belleza. Cabello, manos, pies y mascarilla. 
—Gracias amiga. Lo necesito. Siento los sacos de tierra en los poros de mi rostro. Además debemos llegar guapas mañana que es nuestro primer día— bromeó. 

 

Aunque lo último que Julieth quería en esos momentos era coquetear con el fin de comenzar a salir con alguien. Podría hacerlo claro, para espantar los recuerdos del hombre que juró amarla sobre todas las cosas, uno que prometió bajar del cielo las estrellas y la luna para ella. Sin embargo, al final todo fueron promesas vacías. Y no creía justo que otro pagase los platos rotos. 


Y que decir de Pamela, aquella que se había vuelto parte del gremio de los innombrables traidores, hipócritas y…  De los cuales no deseaba volver a saber nunca en su vida. 
Por eso mudarse tan lejos fue la única y la mejor salida. Sabía que no soportaría verlos juntos en todas partes pues al compartir el mismo grupo de amigos y lugares era muy probable que se los encontrara. Y con el fin de no dar pena y lástima a sus amigos fieles, optó por llevarse su dignidad en la valija. 


Y aunque no era muy dada a los cambios en su vida, cuando los hacía, estos eran radicales. 


Por ejemplo su aspecto. Siempre le gustaba traer su cabello en un castaño claro con luces y mechas rubias. Le encantaba que a… Él, el innombrable, la escoria, el pedazo de materia… Le dijera lo mucho que le gustaba su cabello con ondas. Quién iba a saber que era por que le hacía recordar los rubios cabellos de su amante, ahora su ex mejor amiga. 
Por eso esta mañana pidió: 

 

—Un alisado de keratina. Y el tinte negro. Completamente negro. 
—¿Negro July? ¿Segura? 
—Sí. Cien por ciento segura. No quiero ni un pelo que me haga pensar en esa… Bueno. 
—A mí siempre me gustó así tú cabello y esas ondas — opinó Susy con tristeza tocando el cabello de su amiga —. Pero si es para sentirte mejor, hazlo. 
—Gracias. Sé que es una tontería pero, significa mucho para mí. 
—No lo es Juls. El glamour no debe perderse jamás. 
—Jamás. Ni cuando me muera. Lo dejaré en el testamento. Que me pinten las uñas, me tiñan el cabello y me maquillen. 

 

Susy solo pudo reír con las ocurrencias. Pero prefería escucharla así, que hablando de un hombre que le rompió el corazón. 

 

 

La copa de vino le acompañó esa noche mientras caminaba por el resto de la casa. Habían tres  habitaciones más las cuales dos de ellas seguían vacías, la tercera se encontraba cerrada. Al final del pasillo en forma de “L” encontró una puerta que se confundía con el techo. Jaló de la cadena y desplegó las escaleras secretas. 
En lo alto una puerta asegurada le impidió continuar al ático. 

 

—Si que es vieja esta puerta — dijo al notar que tenía una cerradura antigua. 


Se asomó por el agujero pero estaba completamente a oscuras. Buscó alrededor del marco alguna llave pero no fue así. 


Continuó con su exploración en la sala. No había notado el reloj sobre la chimenea. La madera gastada le hizo pensar cuanto tiempo llevaba siendo testigo de la soledad de esa casa y aún así seguía funcionando. 


Recordó entonces un juego de llaves extra que la mujer de bienes raíces le entregó. Creyó que eran de los cajones o algo así pues no se veían como las que se utilizan normalmente. 


Probó una a una hasta dar con la correcta en la primera habitación desconocida. El chirrido de las bisagras al abrir le puso la piel de gallina pues el vacío a su alrededor lo acentuó más. 


Palpó en busca del interruptor. Tres lámparas de mesa iluminaron el espacio y un gran candelabro. Dos enormes ventanales cubiertas con pesadas cortinas que caían hasta el suelo se ubicaban en dos paredes. 


—Es….  Un estudio — habló en tono bajo admirando todo. 

 

Un estante lleno de libros, un gran escritorio y un sillón de cuero negro estaban a su derecha. Dejó la copa en el empolvado mueble para dar un vistazo a los curiosos objetos dentro de una caja de madera que se encontraba abierta. 

 

El escandaloso tono de llamada le hizo saltar de su sitio y soltar la delicada daga. Corrió a buscar el teléfono apagando las luces en el camino. 




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