El molesto zumbido del teléfono fue creciendo hasta sentirlo contra su oído. Palpó a tientas entre las sábanas hasta dar con él. Ciega por la luz de la pantalla tocó sin saber si era la alarma o una llamada.
—¿Julieth? ¿Estas ahí?
—¿Susy? Hola. ¿Porqué llamas de madrugada mujer? Aún está oscuro.
—Julieth, son la una de la tarde.
—¡¿Cómo?!
—Seguiste bebiendo anoche ¿Verdad?
—Más tarde, quieres. En estos momentos solo quiero un súper café negro y chocolate.
—Bueno. Báñate y vístete. Te invitaré a desayunar.
—¿Vendrás por mí?
—Ni loca llego a tu casa. Ven a buscarme tú.
—Ok. Ok. Ya voy. Que molesta eres con resaca Sus.
—Pero así me quieres.
—Sí. Nos vemos.
Volvió a cubrirse el rostro con la almohada y el atisbo de un recuerdo pasó por su mente.
—Solo fue un sueño — dijo levantándose bruscamente de la cama.
Luego de que el mareo le pasó fue a darse una ducha y se vistió. El humo de un café negro la llamó desde el comedor.
La curiosidad le hizo buscar el basurero, efectivamente la copa rota estaba ahí. Pero al tocar la taza caliente un nombre vino a su memoria.
“John”.
Le dio unos sorbos al delicioso café y fue a buscar el pequeño bloc de notas que tenía en el cajón de la mesita de noche, donde escribió:
¿John? ¿Eres tú? ¿Eres real?
Gracias por el café.
Sintiéndose más loca de lo que ya creía estar salió de ahí.
—Susy…
—¿Ajá?
—Sabes, anoche…. Soñé algo…. Extraño.
—¿Ah sí? No me digas. ¿Soñaste con el muchacho que te sacó a bailar? Era lindo. Algo torpe pero lindo.
—¿Qué? No. Es…. Otra cosa — dijo sin mirarla.
—July. Está bien. Es normal que aún pienses en eso. Solo no le hagas caso a esos sentimientos.
—Eh. No. No es eso… Es que yo…. Pues…
Pero el miedo a quedar en ridículo frente a su amiga le hizo desistir.
“Además, estaba borracha, mi fluctuante depresión y el síndrome premenstrual no ayudan a la cordura”.
Ansiosa por saber si había recibido una respuesta de su alucinación, corrió a ver la nota.
Me temo que sí, Julieth.
Es un placer.
“Oh Dios. Oh Dios. Oh Dios”.
El resto de la tarde la pasó devanándose los sesos sobre la posibilidad de que aquello fuera real, de que en efecto existía un fantasma en su casa y había tenido contacto con él.
La división entre la curiosidad y él temor se acrecentaba por momentos, así como también disminuía.
“Si esta mansión es tan antigua como dicen, seguramente debe haber registros”. Pensó al estar en la cama.
Esa noche no hubieron ruidos de ningún tipo pero, la ansiedad por descubrir los secretos de ese espíritu la hicieron tener sueños extraños.
La ventaja de trabajar en registros públicos en la alcaldía era que tenía a la mano toda la información que quisiera. De manera que, tomó todo lo que él archivo tenía, recortes de periódico, registros de impuestos, entre otros. O por lo menos, aquello que pudo fotocopiar.
Pasó por la biblioteca pública para hacerse de más archivos incluyendo fotografías.
Con la mesa de la sala llena de su investigación se puso a la tarea. Decidió beber café pues quería estar completamente lúcida.
En el único y último registro de impuestos de la propiedad que logró sacar, descubrió que el propietario, John FitzGerald, pagaba una enorme suma. Y no solo por la casa. Tenía registrada una maderera de la que era accionista mayoritario, tres negocios locales a su nombre y prioridades que ya no existían como tales pues ni siquiera el nombre se le hacía conocido.
Cansada de leer tantos tecnicismos de contabilidad pasó a los artículos del periódico. Eran muchos.
En una parte se hablaba de un joven millonario y su socio. Decía que eran “Los lobos de Wall Street”. Todo en lo que invertirán y administraban era un éxito.
Una fotografía de ambos hombres estaba al principio del artículo. El periódico era de 1923 así que el retrato era un clásico ejemplo de la buena fotógrafa de la época.
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Editado: 08.09.2018