Un fantasma al atardecer.

Capítulo 12: Tacto.

“Es esta noche o nunca” se repetía John frente a la puerta de la mansión. No estaba seguro de qué pasaría con exactitud pero lo presentía. 

 

—Y… ¿Cómo te sientes? — Preguntó Julieth en su lado del sofá. Mientras que John se mantenía en un sillón individual cerca de la chimenea. 
—Había olvidado que era tener frío — dijo frotando sus manos. 
—Prepararé un poco de café — se ofreció ella. 
—Gracias. 
—Y ¿Has comido? Quiero decir, ¿Patrick, ha comido? Lo siento, es un poco extraño. 
—Sí. Gracias Julieth. 

 

De nuevo el silencio se instaló entre ellos. Julieth sirvió el café y bebieron los primeros sorbos sin palabras. 

 

—John. 
—¿Sí? 
—¿Te… Quedarás esta noche? 
—Si estás de acuerdo. 

 

Ella no respondió de inmediato. Se disculpó con él para ir a cambiarse. John revisó el reloj y comprobó que era la hora acostumbrada en que ella de iba a la cama y él le leía. 


Más nervioso de lo que imaginó que estaría se acercó a su puerta y tocó tal como cada noche. 

 

—¿Qué leeremos hoy? — Inquirió mirando los libros de la esquina —. Ya terminamos el otro. 
—M. Lo que tú quieras. 

 

Lamentablemente John no tenía cabeza para pensar en títulos de libros en ese momento, la idea de que estaría al lado de ella en ese espacio que por tantas noches habían compartido le estaba produciendo un pequeño mareo y calor. Así que tomó el segundo libro de la pila y lo abrió donde habían dejado el marca páginas. 

 

—Romeo: ¡Oh! Entonces, santa querida, permite que los labios hagan lo que las manos. Pues ruegan, otórgales gracia para que la fe no se trueque en desesperación.
JULIETA. Las santas permanecen inmóviles cuando otorgan su merced.
ROMEO. Pues no os mováis mientras recojo el fruto de mi oración. Por la intercesión de vuestros labios, así, se ha borrado el pecado de los míos [Besándola].
JULIETA. Mis labios, en este caso, tienen el pecado que os quitaron.
ROMEO. ¿Pecado de mis labios? ¡Oh, dulce reproche! Volvedme el pecado otra vez.
(Le da un beso de nuevo)
JULIETA. Sois docto en besar.

—Ese Romeo. Ahora que lo pienso fue un atrevido. Y ella una incauta, una muchacha con la mente llena de impurezas. 

 

John comenzó a reír al escucharla. 

 

—Creí que te gustaba. 

—Es un clásico. Es pecado no leerlo pero, cuando lo meditas bien, ves la desfachatez de los personajes. 
—¿Lo dices por el beso? 
—Lo digo por ambos. Ella incluso reconoce que él tiene pericia para besar. Eso quiere decir que ya la habían besado — dijo tocando su mentón apoyada contra el brazo de John. 
—De pronto esta historia me parece demasiado indecente — habló sonriendo. 


Puso el libro sobre la mesita y se acomodó a su lado como cada noche. Con la diferencia que ahora podía escuchar el corazón vivo latir dentro de su pecho con tal energía que estaba seguro que ella también lo oía. 

 

—John. 
—¿Sí? — dijo sin dejar de mirar al techo. 
—¿Estás bien? Te ves… Acalorado. 
—¿Cómo que acalorado? — dijo girando el rostro hacia ella. 
—Estas sudando. Tú frente brilla un poco. 
—Lo lamento. Discúlpame. 

 

De inmediato se dirigió al cuarto de baño. Efectivamente estaba sudando. Había olvidado sacarse el grueso suéter y la bufanda. Temiendo que las desagradables características físicas de un ser mortal se transformaran en un aspecto negativo y antihigiénico en presencia de Julieth, se sacó la ropa extra y lavó su rostro. 

 

—¿Qué se siente? — Preguntó Julieth mientras ambos estaban tumbados uno frente al otro en la cama y tomados de las manos. 
—Mejor de lo que imaginé y de lo que hubiera sentido antes — respondió besando su mano —. Espero también lo sea para ti. 
—Si eres tú. Claro que sí — dijo sonriendo. 
—Julieth… ¿Recuerdas lo que te dije cuando me pediste besarte? 
—Dijiste que resolverías ese obstáculo. 
—Así es — afirmó acariciando su mejía —. Ahora quisiera, mi dulce Julieta, santa querida, permita que mis labios hagan lo que las manos — dijo acercándose a ella. 
—Las santas permanecen inmóviles cuando entregan su merced. 
—Eso dependerá de ti mi Julieth. Pero por el momento, no os mováis mientras recojo el fruto de mi oración. 

 

Y en efecto no se movió más que para recibirlo. Lo primero que John percibió fue su calor, un calor grato como el de una chimenea en una noche de invierno o el del sol en un fresco día de otoño. 




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