Un Final Entre Actos

09

Octavo Acto: Un día normal 

Su forma de bromear era peculiar o no tan divertida como deberían ser las bromas.

—Estoy embarazada Dan... ¿Qué sentirás cuando me escuches decir eso? Sería asombro ¿A qué sí?

—– ¡Carajos Isa! Creí que lo estabas —por un segundo creí que estaba buscando papá para su bebé imaginario.

—¿No sería asombroso? —se retiró unos cuantos pasos.

—–Bueno sí, pero tú y yo —era una broma, sí. 

Me hubiese encantado tener un hijo con ella, claro.

¿Qué era lo que teníamos? Ni yo lo sabía.

—¿Es porque no tenemos la etiqueta de que somos pareja o por qué no hemos tenido sexo por lo que no sería tu hijo? —si, había reaccionado raro, pero no era para que ella se alterara. 

—Tranquila Isa —las personas a nuestro al rededor nos veían con diversión.  

—¡Qué me tranquilice! Ya que va —de un momento a otro empezó a reír. Era realmente molesto que actuará así—. ¿Te has molestado? —al percatarme de lo acontecido me di cuenta de que ya estaba caminando y ella venía tras de mí.

Frene de un golpe y ella choco con mi espalda —Solo bromeaba Dan, relájate —hablaba serena. 

—No piensas en las consecuencias.

—No entiendo por qué te molesta sino dije nada malo. 

—Pero si fuera de lugar —esos temas me hacían pensar, mi imaginación se oscurecía al fantasear con una esposa, hijos, una familia. La familia era ese algo que nunca tuve y que jamás podría tener.

—Lo lamento —expresó con melancolía—. Lo lamento ¿Sí? —me abrazo y lloro. No entendía porque sus cambios, quizá no fui lo mejor, aunque ella para mí si lo fue. 

—Está bien, no hay problema, supongo que así actúan las parejas —¿Éramos pareja? Para mí ya lo éramos desde que me fotografió la primera vez o eso había decidido hace un momento. 

—¿Lo somos?

—Desde que actuaste por primera vez —sorbio por la nariz. Levanto su rostro. 

—¿La fotografía? —sin poder evitarlo ambos reímos. 

—Si, por muy estúpido y egoísta que parezca.

—¿Y si hubiera pasado de ti después de haber tomado la fotografía?

—El secuestro es un muy buen recurso.

—Eso es lo que afirman los libros —y así, sin previo aviso me tiró una bola de nieve directo al estómago.

—Eso no dolió —fue como si un niño me hubiera dado una pequeña palmada. 

—Solo por una razón no le doy a tu rostro —corrió alrededor de mí.

—¿Por qué? —ya sabía la respuesta y esperaba escucharla de ella.

—No te gires —pare—. Agacha un poco —lo hice—. Aguanta —se trepó en mí. 

—¿Eh? — sus piernas estaban enroscadas en mi cintura y sus pequeños brazos alrededor de mi cuello.

—A tu rostro no, porque es demasiado hermoso para ser tocado por una bola de nieve, es mucho mejor que sean mis manos quienes la toquen... ¡Ah! Y mi boca —me dio un beso en la mejilla y se recostó sobre mi hombro.

No era para nada pesada, camine con ella sin rumbo viendo el poco tiempo que teníamos para estar en Norilsk.

Queríamos seguir lo que no habíamos terminado y eso era el Lago Dolgoye.

Sigo pensando si esa fue la mejor idea. Pero para que pensar en él hubiera cuando el tiempo no se puede retroceder.

—Y seremos submarinos en el Lago Dolgoye de esos que se quitan la ropa y se sumergen —tarareaba Iza a mis espaldas—. Ahí estaremos como un submarino que admira y siente cada hilo del agua Dolgoye.

» Y seremos aquellos submarinos que en realidad eran personas esperando jamás salir. Y seremos aquellos recordados como la pareja Dolgoye —cantaba Iza en lo que se quitaba el abrigo. 

Delante de nosotros estaba el lago, Steve y Verónica ya estaban dentro del agua. El lago se veía azul oscuro, en el cielo se veían a lo lejos las estrellas, las nubes cubrían parte del cielo esa noche. 

—Unidos quedaban por las aguas mágicas del Lago Dolgoye esa joya entre naturaleza y destrucción —como dije antes, todo lo que decía era como si supiera que me quedaba poco tiempo.

— ¿Lo que cantas viene a tu cabeza justo en este momento? —cantar era un pasatiempo suyo junto con la escritura, ambas cosas referentes a la muerte.

—Simplemente sale —tomó mi mano—.¿Juntos ahora y juntos después? —su rostro se tornaba pálido conforme pasábamos sin ropa. 

—Juntos ahora y lo que quedé de tiempo —aunque eso implicaría días, ambos lo sabíamos en lo más profundo de nuestros pensamientos. 

Entramos al agua fría, fue como meter una mano en el congelador. Duramos solo unos minutos.

—¡Dios! Esto si es agua helada.

—Exageras —bufó. En realidad, no exageraba. 

—Tu rostro está demasiado pálido —ya era pálida, pero se estaba tornando a blanco, como una hoja de papel.

—Des..cui...

Las sensaciones y esa velocidad de tu cerebro de procesar todo son grandiosas. Me quité la toalla y se la coloqué a ella, mi corazón se aceleró, mi cabeza empezaba a doler, cada músculo de mi cuerpo se tensaba y la mujer que amaba no reaccionaba por más que la agitara y es que verla en ese estado me asustaba tanto que mi cuerpo apenas reaccionaba. 

Su nariz sangraba con más rapidez que una corriente, su cuerpo entero daba temblores pausados. Era el infierno que estaba viviendo antes de morir.

Llegaron personas a ayudarnos, Steve corrió hacía Isa, su expresión demostraba lo mucho que le importaba.

Por otro lado, mi estado empeoraba, mi presión bajó y mis mareos aumentaron. Diría que soporte estar hasta saber de ella, pero no fue así. 

Solo recuerdo que al despertar tenía muchos cables alrededor de mi cuerpo. 

El cáncer me estaba matando con mucha más velocidad de la esperada.

Mis pulmones ya habían colapsado.

Mis pensamientos eran un revoltijo. 

Mi corazón bailaba normal pero mi cerebro estaba a punto de estallar. 

—Son unos jóvenes afortunados —-escuche a una señora hablar. 

—Yo no creo lo mismo —dijo una voz más aguda.

—Son las vueltas del azar.

—o las de la muerte —hablaron nuevamente. 



#12637 en Novela romántica

En el texto hay: 15 capítulos

Editado: 26.09.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.