Un final feliz

Capitulo dos: Álgebra

Por la mañana, en las clases de álgebra Corina se sentó al final del salón junto con Ivy, una de mis mejores amigas. Ivy era una chica de cabellos castaños, dulce en carácter, pero firme en sus decisiones. Mientras que Lucas, Matt se sentaron en medio del salón. 
—Saquen su libro y resuelvan los ejercicios de la página cincuenta —dijo el profesor. 
Toda la clase se la pasaron resolviendo problemas y saliendo al pizarrón. Corina apenas pudo resolver tres, y el profesor Robert dio la clase por terminada, no sin antes dejar aclarar que la próxima semana daría un examen muy importante. 
Todos los estudiantes se quedaron, en especial Sam. Quien maldijo al que creó los exámenes. El profesor Robert lo regañó por su comentario, aunque a él también le había causado  
—¿Ya nos podemos ir? —dijo Sam.  
El profesor asintió, mientras todos arreglaban sus mochilas para salir, le pidió a Corina y Lewis se quedarán. Ambos se miraron y se acercaron al escritorio del profesor. 
—Señorita Becker lamento decirle esto, pero es la peor en mi clase. —Dijo con pesar— Y si sigue así, voy a tener que reprobarla. 
Corina bajó la cabeza. 
—¿Por qué estoy aquí? —Preguntó Lewis, aburrido. 
—Calma Joven Avenat. 
El profesor Robert volvió hacia Corina y le dijo que lo tenía que recibir clases particulares. Y era urgente y necesario que alguien le enseñase. 
—¿Usted me dará las clases? 
El profesor vaciló por unos segundos. 
—Estoy muy ocupado —dijo el profesor—. Lo hará su compañero, el joven Avenat. Ya lo he conversado con él y está de acuerdo. Confío que hará un buen trabajo. 
El profesor tomó su maletín con sus libros y salió, apresuradamente, del salón de clases. Había mentido, nunca le había dicho a nada a Lewis.  
Corina giró su cabeza, y vio a un Lewis disgustado. 
—¡No creas que te voy a ayudar! —masculló Lewis, parecía muy decidido a no ayudar a Corina—. No tengo la menor intención de hacerlo. 
Lewis caminó unos pasos hasta la silla. Se sentó, y le lanzó una mirada de frialdad y dureza, como diciéndole: “Jamás te ayudaré, púdrete”. Y ella lo miró de la misma manera o lo intentó. A quién engaño, ni un ratón se sentiría intimidado por mí, pensó ella. 
—¿Podrías intentarlo? Por favor… —murmuró a regañadientes, él ni se inmutó—. Por favor. 
Lewis levantó una ceja. 
—No, no pienso intentarlo —sentenció. 
Aún recordaba la manera en la que se conocieron. Fue hace tres años, Corina bajaba por las escaleras del instituto, y sin querer tropezó con él, y ambos rodaron por las escaleras. Lewis se rompió el brazo y ella se torció el tobillo. Por más de una semana no asistieron a clase. 
Al volver a clases, Lewis esperó que Corina se disculpara con él, pero para ella todo fue un accidente y no había porque pedir perdón. 
—No, eres insoportable —le sonrió con arrogancia—. Estoy convencido que me asesinarías y enterrarías mis restos en tu patio —ironizó.  
Ella quería golpearlo por idiota.  
—¡Eres un idiota, Lewis Avenat! —le gritó. 
—¡Y tú una egoísta! 
—¡Sapo con lentes! 
—¡Duende! 
—¡Te odio! 
—No me importa. —Se encogió de hombros y se fue. 
Corina se quedó inmóvil, mirando la puerta por donde había salido, esperaba que volviera. Cosa que, por supuesto, no hizo. Lewis era muy orgulloso o lo suficiente para no dar vuelta atrás en sus decisiones. 
Así que sin más, corina se dirigió a la cafetería, enojada. Ahí estaban sus amigos: Matt, Lucas e Ivy. Se sentó junto a ellos y les contó todo lo sucedido. 
Le hicieron bromas para animarla, en especial Lucas, quien se ofreció a enseñarle álgebra. 
—Una tortuga le enseñaría algebra mejor que tú —señaló Matt. 
No es Lucas fuera malo en álgebra solo que nunca se podía concentrar cuando estaba cerca de Corina.  
—¿Y tú? —le preguntó Corina a Matt. 
—No puedo —le contestó masticando una manzana— no tengo paciencia. Además, esto se hubiera evitado sino no te la pasaras conversando con Lucas en cada clase. 
Y es que no podía evitarlo, le gustaba escuchar las historias de Lucas. Verlo emocionarse por cada sueño que tenía en mente. 
—Tal vez Ivy pueda hacer algo —dijo Matt. 
—¿Yo?  
—Sí. O acaso vas a decir que no te has dado cuenta como te mira. 
A Matt le encantaba poner en aprietos a todos.  
—Me mira como mira a las otras chicas. —Las mejillas de Ivy adquirieron un color rojizo. 
—Mmmm…  
—Lewis es… Amigable  —susurró Ivy— solo eso. 
Corina frunció el ceño. Para ella, Lewis era el chico más arrogante y frío. Casi nunca lo había visto sonreír.  
—Yo creó que alguien esta enamorada —bromeó Matt. 
Ivy regañó a Matt, y guardó silencio. Todos se rieron. Dijo que no era cierto y que estaban inventado tonterías. Matt continúo con sus incesantes bromas, por lo que Lucas le metió un emparedado en la boca para que se callará.  
Por la puerta entraron Lisa y Caled. 
Ambos se sentaron junto a los chicos, uno al lado de otro. Pero ni siquiera se dirigieron la mirada. Lisa ocultaba su mirada llorosa, entre sus manos, mientras que Caled y Matt se dedicaban miradas furtivas cargadas de rencor y resentimiento. 
—¿Y? —preguntó Matt—. ¿Por qué han discutido? 
Caled sonrió con sarcasmo, todo le daba igual. El dolor que cargaba consigo inmunizaba sus emociones. 
—¡No es tu asunto! —Masculló Caled—. Métete en tus problemas. Oh, no es que tu único interés es meterte en la vida de los demás. 
Matt ladeó la cabeza. 
—Lisa es mi prima y tú… Eres mi amigo… ¿no? —Apretó los labios, a Matt llamar amigo a Caled le sonaba tan extraño—. Y su felicidad es mi asunto. 
Caled abrió los brazos y lo retó, Matt estuvo tentado a levantarse y golpearlo, pero si lo hacía sería expulsado definitivamente del instituto. Ivy y Corina intercambiaron miradas con terror. La situación estaba a punto de salir de control. De pronto, Lisa se levantó y salió corriendo. Caled tardo unos segundos en reaccionar y salió tras ella. Los cuatro se quedaron en silencio, ofuscados. Sin saber que decir o hacer. 
—¿Qué le pasó a Caled? —susurró Lucas, jugando con la llave de su casillero. 
Matt soltó un resoplido de fastidio.  
—Lo que le pasa a todos, cambio con una increíble facilidad —respondió Matt. 
Todos comieron en completo silencio. Ahogando sus preocupaciones en su ser. 
El timbre sonó. Era hora de regresar a clase. Todos recogieron sus cosas y entraron a sus correspondientes salones. 
★☆★☆ 
Aquella tarde Steve no había podido recoger a Corina del instituto. Así que, le pidió a la Sra. Kelly, la madre de Ivy, que lo hiciera, ella lo hizo con mucho gusto. Parte de la tarde Corina se la pasó viendo películas y meciéndose en el columpio. Mientras tanto, Ivy pintaba un cuadro, que no habría de enseñárselo a nadie hasta terminarlo. Por eso ni le insistió en que se lo mostrase. 
—¿Algún día vas a regalar o vender uno de tus cuadros?  
—No lo sé.  
—Eres muy complicada —regañó Corina, ante esto Ivy solo sonrió. 
Las horas pasaron sin mayor contratiempo. 
Llegada la noche, Steve llegó en su auto por Corina para llevarla a casa. En el trascurso del viaje le preguntó cómo le había ido. Ella le dijo todo lo que había pasado, omitiendo el incidente con Lewis y lo que el profesor Robert había dicho.  
Lo primero que hicieron al llegar a casa fue cenar. Al terminar Corina lavó los cubiertos (ambos hermanos se turbaban con las tareas de la casa) y se dirigió a su habitación a terminar las lecciones pendientes. 
Abrió su portátil y revisó sus correos. Lucas le había enviado el resumen del libro de historia. 
En ocasiones Corina se ponía en pesar que haría sin Lucas, ¿qué hubiera pasado si no lo hubiera conocido?  Lucas fue quien le enseñó a ser fuerte, ser optimista. 
Soltó un suspiro.  
¿Qué fue eso? Se preguntó a sí misma. ¿Por qué sentía esa extraña sensación en mi estómago? ¿Era por Lucas? No, definitivamente no. Se reprendió.  
Lucas y ella eran como hermanos. 
Se dispuso a terminar la tarea, que era mucha. Al acabarla se baño, se puso la bata de dormir y se envolvió en las sábanas. Y cuando estaba a punto de cerrar los ojos, escuchó los gritos de Caled discutiendo con su padre. 
Sus discusiones eran diarias, y cada vez peores. Corina se vio tentada a asomarme a la ventana y ver lo que sucedía, pero no lo hizo. Se quedó recostada en su cama, y cerró los ojos. 
Los gritos continuaron.  
A la mañana siguiente. Se despertó temprano y se alistó para ir al instituto. No tomó desayuno, porque a Steve se le hizo tarde y no pudo prepararlo. Tenía que llegar a primera hora a su trabajo. Condujo a toda velocidad por la pista y le dejó en la puerta del instituto, no sin antes darle diez dólares para su desayuno. 
Entró junto con los demás alumnos. Y corrió por los pasillos hasta llegar al salón de clase. Buscó un lugar para sentarse, pero todos estaban ocupados, menos uno. El que estaba junto a Lewis. 
Maldijo a Lucas por no guardarle un lugar. Lucas no lo hizo porque su mente distraída en otros dilemas. 
—Señorita, Becker —Corina oyó la voz la profesora Diana, tras de ella—. ¿Por qué no está sentada? ¿Acaso quiere otro reporté?  
Giró. La profesora Diana, era una mujer muy alta y un poco robusta. De ojos claros y tez oscura, y un mal genio capaz de asustar al más valiente. La miraba con enfado. 
—Todos los lugares están ocupados —murmuró conteniendo su respiración. 
La profesora Diana frotó su puntiaguda nariz, para luego ordenarle que se sentará junto a Lewis. Y me advirtió que la próxima vez que le faltaba el respeto o detenía la clase, le pondría un reporte y le echaría. Obedeció de muy mala gana, y se sentó junto a Lewis, quien ignoró su presencia. Ni siquiera le respondió cuando lo saludé. Mientras tanto la profesora comenzó a escribir en el pizarrón. 
—¿Lo has pensado mejor? —murmuró, y Lewis le lanzó un gruñido. 
—¿Pensar qué? 
—En ayudarme.  
—Mmmm —reflexionó—. No lo haré. 
—Maldito —dijo Corina entre dientes. 
Lewis sentía que había hecho algo muy malo en su otra vida para que Corina lo hostigará hasta el cansancio. 
—Insoportable —siseó, sin dejar mirar el pizarrón y escribir en su cuaderno. 
Corina también comenzó a tomar apuntes. Aunque, sus ideas no eran tan claras y precisas como las de Lewis, intentaba dar lo mejor de sí. 
Corina estiró la cabeza y miró lo que escribía Lewis, era relacionado a la profundidad y superficialidad de pensamientos.  
Lewis se dio cuanta que Corina miraba con mucho interés su cuaderno. 
—Deja de copiar. —Lewis puso sus brazos en su libreta y oculto su cara.  
—No te estoy copiando —replicó—. Estas diciendo estupideces. 
Se acomodó en el asiento, mientas lo seguía insultando. 
—¡Por un demonio! Manden la boca cerrada —gritó Lewis, y en un arrebato de ira se puso de pie—. ¡Eres tan…! 
Se calló. Y trató de controlarse. 
—¡No me voy a callar! —Replicó. Y se puso de pie, al igual que él—. ¡Es un imbécil! Solo te crees mejor que el resto…, porque… 
Todas las miradas estaban puestas en ellos. No era sorpresa que Lewis y Corina discutieran. Al contrario, sería una rareza que no lo hiciesen. 
—¡Cállese, señorita Becker! —exclamó la profesora Diana con firmeza, Corina tragó saliva, el terror que le producía su gruesa voz era evidente—. Le advertí que si volvía a interrumpir mi clase, la retiraría, ¿no es así? Ahora, tomé sus cosas y váyase.  
Lewis le sonrió con superioridad y gusto, pensó que se libraría de ella. Corina bajó la cabeza en señal de vergüenza.  
Steve se enojaría por esto de eso podía estar segura, pensó ella.  
Lewis estaba tan feliz que no notó que la profesora Diana lo observaba con desilusión. No podía creer uno de sus mejores estudiantes se regocijara por el mal de otro. 
—Usted, también. —Señaló la profesora Diana, a Lewis, con su dedo—. Retírese de mi clase. No admito replicas.  
A Lewis casi se le cae la mandíbula de la impresión, no lo esperaba. Corina mordió sus labios para no reírse. Y vaya que se esforzó por no reventar a cargadas. 
La profesora Diana les volvió a ordenar que se marchasen. 
Ambos tomaros sus cosas y salieron, no sin antes, recibir un reporte por mal comportamiento que deberá ser firmado por sus padres. Ya en el pasillo, Corina golpeó su cabeza contra la pared. ¿Cómo le diría esto a Steve? 
Por el rabillo del ojo, vio a un Lewis muy molesto, ella intentó acercarse, pero él retrocedió y desapareció por el pasadizo. Sin más que hacer, decidió ir al jardín del instituto. Ahí, encontró a Caled, mirando la nada. Apoyaba su mano derecha en el árbol de arce.  
Quiso alejarse y dejarlo solo, pero piso las hojas secas y el ruido hizo que Caled girará. La miró con asombro.  
—¿Por qué no estás en clase? —preguntó Caled, con un tono de preocupación. 
Ella soltó un suspiro.  
—Yo también podría preguntarte lo mismo —refutó, después de un rato. 
Caled le dedicó una sonrisa desdeñosa, la primera después de tanto tiempo, ya casi no le gustaba sonreír o tal vez le dolía hacerlo. 
Las sonrisas expresan lo que siente el corazón, le dijeron. Pero, ¿cómo sonríes cuando tu corazón está roto, completamente? 
Caled limpió la butaca que estaba junto al árbol para sentarán. Una pequeña ráfaga de viento, despeino sus cabellos. Estaban más largos de lo acostumbrado. Era raro, a él no le gustaba tener el cabello así.  
—Mmmm… —carraspeó Corina —. ¿Existe algo que quieras decir? 
Él agachó la cabeza y miró el suelo cubierto por la hojarasca. Sonrió con la nostalgia de los recuerdos. A él le gustaba brincar sobre las hojas secas. Amaba el otoño al igual que Corina. Ambos compartieron tanto. 
Caled y Corina solían ser amigos, confiaban el uno en la otro. Luego todo eso terminó de forma abrupta, ahora eran dos desconocidos que no podían ni siquiera decirse un simple hola. 
Y eso le dio enseñó una gran lección a Corina. No puedes estar seguro de que algo será eterno. Ni siquiera la amistad de una persona. 
Ella golpeteaba con nerviosismo las puntas de sus zapatos, haciendo menos incómodo el silencio o intentándolo. Hasta que Caled habló.  
—Lo siento. Prometo cuidar a Togo para que no vuelva a destruir tu jardín. —Sonó apenado. 
Caled quería pedirle un abrazo, como en los viejos tiempos, pero se tragó el nudo de su garganta y endureció su corazón. Ya había aprendido eso.  
—No te preocupes —le dijo ella, lentamente —. Intentaré reconstruirlo. ¿Hay algo más que quieras decirme? 
Ella sentía que él, la necesitaba. 
—Solo eso quería decirte. 
—¿Seguro?  
Él vaciló. 
—Sí, estoy bien —respondió, creyendo su propia mentira. 
Repentinamente, se levantó, y le lanzó un ademán de despedida. Luego lo vio cruzar el pasadizo y desparecer. 
Se quedó sola. Mirando el césped recortado. Faltaba una hora para su próxima clase. Lo suficiente para tomar algunas fotografías con su cámara.  



 




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