Un día después.
Corina se encontraba en la florerísteristeria de la señora Holly, una vieja amiga de sus padres. Venía a trabajar aquí desde el invierno pasado. Miraba las padres llenas de fotos y cuadros extraños. El aroma a canela y frutos rojos, le recordaba al perfume de su padre.
Las canciones tristes que reproducía la radio le daban escalofríos. Sin darse cuenta, La señora Holly entró por la puerta. La saludó.
—Corina, te he traído algo muy especial —anunció la señora Holly, quien traía una caja verde entre sus manos. La abrió y sacó la una cámara fotográfica antigua.
Tenía algunos dibujos de flores pintadas en el borde del lente de la cámara.
—Gracias. —Corina tomó la cámara fotográfica entre sus manos y sintió un leve escozor en su corazón. Quería llorar de emoción—. Este es el mejor regalo que alguien me pudo haber hecho.
La señora Holly sonrió, le gustaba la sonría de Corina le hacía recordar a la… De su madre. La señora Holly usó su sombrero azul como abanico. Parecía algo agitada y sentimental.
—Hace algunos días, estuve limpiando mi habitación y la encontré. Me trae amargos recuerdos, aquellos que quiero olvidar —murmuró la señora Holly como si todos sus recuerdos se hicieran presentes—. Alguna vez amé con toda el alma, pero lo perdí. Tal vez debí abandonarlo todo e ir tras él.
—¿Por qué no lo hizo? —Se atrevió a preguntar.
La señora Holly pocas veces hablaba sobre su vida. Era un poco reservada, temía ser juzgada. Corina supuso que hay cosas que siempre dolerán, a pesar de pasado el tiempo.
—Estaba casada —confesó con vergüenza y culpa—. Atada a alguien que nunca me amó. Intenté que me amara, pero jamás lo hizo, y murió sin hacerlo. Cometí muchos errores y pagué cada uno de ellos…. Y algunos los sigo pagando.
Corina se quedó en silencio. Era muy joven para entender el verdadero matiz de la vida, que para entenderlo tendría que vivir más.
—Lo siento, no lo sabia —dijo, débilmente.
La señora Holly sonrió con tristeza. Tal vez nunca paguemos el dolor que le causamos a otros, pero si lo pagarán las personas que amamos. Eso es peor, ¿no?
—Ya pasó muchos años y la herida casi no duele. Hay corazones que no nacen para estar juntos, y al obligarlos, solo los dañamos. —Respiró y le dijo—: Tal vez algún día te cuente mi historia.
Corina era buena escuchando, todos lo sabían.
—Solo si usted lo desea.
Varios clientes entraron por la puerta y Corina se dispuso a atenderlos. Siempre tenía que sonreír y mostrarse amable. Aunque era un poco más gruñona.
Las horas pasaron tan rápido que no se dio cuenta que eran las siete, hasta que la señora Holly se lo dijo. Ya era tiempo de ir a casa. Cogió la cámara fotográfica, su abrigo y salió a tropezones por la puerta. Era tardísimo. Seguramente Steve ya estaría esperándola.
★☆★☆
Cuando estaba a pocos metros de su casa, encontró a Lisa y Caled discutiendo en plena calle. Los había visto hacerlo en varias ocasiones. Le dolía ver como se lastimaban, pero no había nada que pudiese hacer.
Carina se escondió detrás de un arbusto para no ser vista.
—¡No puedo continuar con esto! —gritó Lisa con los ojos llorosos—. Te amo, pero hacerlo no me hace bien. ¿Qué puedo hacer?
Lisa se soltó del agarré de Caled.
—Te amo —contestó Caled haciendo que Lisa diera un paso atrás—. No puedes olvidar lo nuestro. Puedo volver a ser ese Caled que te hacia sonreír… ¿Lo recuerdas? Ese… Lo sé… Puedo volver a ser él.
Lisa negaba con la cabeza. Muchas veces escuchó esa promesa, una que Caled nunca cumplía, pero aún así no se atrevía irse. Le habían enseñado a no abandonar a quien amas.
Pero ¿cuántas veces más tenemos que romperlos para saber que algo tiene que terminar? ¿Cuántas veces? ¿Toda la piel, el corazón, el alma y hasta el espíritu debe estar lleno de heridas?
Lisa miró fijamente a Caled. Lo amaba… Y no le importaba sus fisuras, el amor lo cura todo, ¿no? Pero esas fisuras se estaban convirtiendo en enormes grietas que la estaban fragmentado poco a poco.
—Mírame a los ojos —le ordenó Caled—. Eres todo lo que tengo… Eres lo único que me mantiene con vida. Entre todo lo malo que me sucede… Eres lo especialmente bueno que no quiero perder, ese pequeño instante de felicidad.
Lisa obligó a su corazón a ser fuerte y no querer lanzarse a los brazos de Caled.
—Entonces, ¿por qué me estas matando?
Antes de que pudiera responder, el padre Caled salió e insultó a Lisa, creyendo que era su esposa. Estaba borracho y desorientado, con una botella de cerveza en la mano.
Lisa se fue llorando. Mientras que Caled y su padre se encerraron en su casa y comenzaron a discutir, de nuevo. Se podían oír a los lejos los gritos e insultos entre ambos.
Corina salió de su es escondite. Y cruzó la calle con dirección a casa. No le dio muchas vueltas a la situación de Caled. Sabia que él no quería ser ayudado. Además, ¿qué hubiera podido hacer una chica de diecisiete años como ella?
Corina abrió la puerta y llamó a Steve, quien aún no había llegado del trabajo. Así que decidió cocinar. Algo en lo que no era muy buena, pero que no era capaz de aceptar.
Media hora después.
Steve ya había llegado y se dio con la sorpresa que Corina había cocinado. Miraba la sopa de verduras, si es que se podía llamar así al platillo que había preparado Corina.
—Ehhhh, estoy lleno —se excusó Matt, apartando el plato de su vista.
Corina volvió a acercar la sopa.
—¡Esta deliciosa la sopa! Lo juró —ella alzó una mano.
Steve tomó una cuchara con pesar y sorbió la sopa. E inmediatamente, escupió la sopa por la boca. Sabia a calcetines remojados en miel.
—Esto es lo más horrible que he comido en mi vida —dijo con franqueza—. ¡Esta dulce! Ni siquiera la probaste, ¿cierto?
Ella, lo miró enojada y le dijo que jamás volvería a cocinarle. Algo que él le agradeció. Ambos rieron como dos niños. Corina tiró la sopa a la basura y calentó dos hamburguesas.
Una vez terminaron de comer. Corina le dio el reporte a Steve para que lo firmara. Steve que se estaba acostumbrado a recibir cada semana un reporte diferente de su hermana, sintió que debería hacer algo.
—¿Por qué volviste a discutir con Lewis? —dijo Steve con un tono suave.
Ella forzó una sonría para distraerlo. Pero eso sólo funcionaba con Lucas.
—Él… Él comenzó. Yo solo me defendí.
Corina odiaba reconocer sus errores y solía esquivarlos.
—¿Prometiste que no lo volverías a hacer? —Le recordó Steve—. No puedes romper una promesa.
—Yo… —balbuceó—. Lo siento.
Steve la miró con decepción. No era la primera vez que la expulsaban de clase. Y tal vez no sería la última.
—No es conmigo con quien tienes que disculparte.
—¿Y con quien debo disculparme?
—Corina… ¿Estoy hablando en serio?
Steve conocía a Lewis y su historia.
—No voy a disculparme con Lewis —sentenció Corina.
Se cruzó de brazos y le dio la espalda.
—Tienes que aceptar tus errores —Steve alzó la voz, sin darse cuenta— te vas a disculpar con Lewis. Lo quieras o no.
—¡No lo voy a hacer!
—Entonces, te voy a castigar.
—No eres mi padre…
—Sí nuestro padre viviera estaría de acuerdo conmigo y lo sabes.
—No lo sabemos —susurró Corina con un profundo dolor en su corazón—. Él no esta aquí…
Steve suspiró, al ver que Corina subió a su habitación. Se quedó reflexionando sobre si en verdad sus padres hicieron lo correcto en dejarla a su cuidado. A veces creía que sus padres se equivocaron. Él no era un hombre de responsabilidades o cumplir promesas.
Corina se lanzó a la cama a llorar, y con mucho esfuerzo ahogó un grito. Uno que venía desde el alma. Extrañaba a sus padres. Y no podía comprender como un accidente le cambió la vida y le arrebató lo que más amaba. A pesar de que las heridas se habían cerrado aún le dolían.
Steve y Corina no se dirigieron la palabra por dos días seguidos, y contando. Ninguno quería dar su brazo a torcer. Steve insistía en que ella debía aprender a enmendar y aceptar sus errores. Y bueno, Corina no podía ni pensar en la idea de pedirle perdón a Lewis.