Un final feliz

Capítulo cinco: ¿Destino?

Steve solo se preocupa por ti —afirmó Lucas,  mientas mordía una galleta—. Sabes que lo hiciste estuvo mal. Ahora, te queda asumir las consecuencias de tus actos. Y sí, le debes una disculpa a Lewis. 
—¿Tú también estás en mi contra? —Se alejó de él—. Él me odia. 
Lucas dejó el plato de galletas de chispas de chocolate. Unas que había preparado Corina. 
—No estoy en tu contra —aclaró Lucas con suavidad—. Y sé que eres lo suficientemente valiente para reconocer tus errores. Eres mucho más valiente que yo después de todo ¿no? 
—Sí… Lo supongo. 
Bajó la cabeza, vencida. 
A Corina no le gustaba reconocer sus errores. Eso significaría rectificar sus acciones, y Corina era muy orgullosa para hacerlo.  
Luego de que terminaron de ver la película, Lucas se fue a su casa. Él no quería irse, pero si llegaba a tarde a cenar, su madre lo regañaría. 
Corina se quedó esperando a Steve para pedirle una disculpa. 
Steve llegó a casa. Muy cansado como siempre. Tenía el cabello desalineado y capa de sudor resbalaba por su frente. Se sentó en el sillón junto a ella. Ambos eran incapaces de pronunciar palabra. 
—Yo… —dijeron al unísono. 
Ella le pidió que se callará y la escuchará un momento.  
—No debí decirte lo que te dije —se disculpó voz—. Yo solo estaba enojada y no quería reconocer mi error. 
Me miró con sus hermosos ojos verdes y dio una media sonrisa. Ya no era la misma sonrisa de años atrás, jovial y socarrona. Ahora era un poco más llena de tristeza y melancolía.  
—En ocasiones, siento que soy una carga para ti. 
Steve se culpo así mismo por hacerla sentir mal. No era muy afectuoso o cariñoso con Cory, y eso tenía que cambiar. 
—Nunca serás una carga para mí—dijo al fin—. Te quiero mucho, Cory. No sé si estoy dando lo mejor o hago lo correcto, pero te juró que cumpliré la promesa que le hice a nuestros padres. Voy a estar en cada momento. Curar tus heridas. Abrazarte… 
Ella lo abrazó con todas sus fuerzas. Ahora solo se tenían el uno al otro, y lo sabían. 
De pronto, un pensamiento cruzó por la cabeza de Corina, en unos meses se iría a la universidad y Steve se quedaría solo. ¿Qué pasaría con él? Nunca lo había visto volver a salir con una chica desde que terminó con su novia anterior. ¿Dónde estará ella ahora? ¿Se acordará de Steve? Porque ella sabia que él nunca la olvidó. Porque Steve suele mirar por horas su portátil, ahí tiene guardadas varias fotos y videos de ella. Cory finge que no sabe si secreto para no incomodarlo. 
Tal vez sea como dice Lucas y el destino o algo misterio como la naturaleza los ayude a rencontrarse. Tal vez ese hilo rojo invisible no se haya roto y es posible que estén juntos. No lo sé. Pensó ella, confundida. 
☆★☆★ 
Por la mañana, Corina paseaba por los pasillos del instituto saludando a todo el mundo, llevando en los manos sus libros. Repentinamente, Lewis se cruzó en su camino. Irradiaba felicidad y arrogancia por igual.  
—Hola, duende —le saludó. 
Lewis sabía que ella odiaba ese maldito sobrenombre. Simplemente no la soportaba, y ver su rostro de fastidio lo ponía de buen humor. 
—¿Qué quieres? —respondió ella, secamente. 
Corina dio dos pasos hacia adelante. Queriendo irse.  
—Lo he pensado mejor y decidí ayudarte con las clases de matemáticas. 
—¿Lo dices en serió? —Ella sonrió. 
Ivy lo había convencido, pensó ella. Estaba casi segura. ¿Quién más podría lograr milagros como estos?  
Y era cierto, si no fuese porque ayer en la tarde Ivy fue a visitarlo y a pedirle que ayudara a Cory. Lewis difícilmente hubiera aceptado.  
—Sí, pero hay una condición —soltó. Y la sonrisa de corina se borró.  
—¿Cuál? 
—Tendrás que pagarme diez dólares por clase —escupió—. Te daré tres clases por semana. ¿Aceptas o no? Y tienes prohibido hablar o mencionar algo sobre nuestro trato.  
Ella abrió los ojos. No podía esperar menos de Lewis, maldito cretino, quiso gritarle Corina. Pero se mordió la lengua y aceptó de mala gana, sin más opción. Y le dio diez dólares por la clase de mañana. Él los guardó en su bolsillo y se fue.  
Cory guardó sus libros en su casillero y fue al patio del instituto. Seguramente ahí estarían sus amigos. Pero solo encontró a Ivy, sentada sobre el fresco césped y bajo la sombra de un gran árbol de arce. Estaba muy concentrada trazando líneas en su cuaderno. Cory se acercó a ella y le susurró cerca de su oído: 
—¿A quién estas dibujando?  
Ivy dio un respingo por el susto. Y oculto el dibujo en sus manos. 
—A nadie —le contestó Ivy. 
Cory le quitó el dibujo de las manos. Ivy le miró con reproche y le dijo que se lo devolviera. No le hizo caso. 
—No es nada importante, ¡devuélvemelo! —exigió—. No te atrevas a mirarlo.  
Ella lo miró, era el retrato Lewis. Corina arrugó la hoja de papel y la tiró al suelo. No podía creer que Ivy estaba enamorada de Lewis. Su nefasto compañero de clase.  
—¿Te has enamorado de Lewis? —le preguntó, desconcertada. Ivy levantó la hoja de papel—. Ivy, tú no puedes haberte enamorado de él. ¿Verdad?  
Intentó negarlo, pero falló. El rubor en sus medidas la delataban. Además, siempre se ponía nerviosa cuando le mencionaban el nombre de Lewis.  
—No… —Ivy insistió en negarlo, pero Cory no le creyó—. Ni siquiera somos amigos. ¿Él y yo? No. Él es muy diferente a mí.  
—¿Por qué?  
—Él es muy atractivo, es listo y muy inteligente. Y yo… Me siento muy simple a su lado. 
—Eres simplemente extraordinaria. Él es feo… Siempre lleva esos lentes ridículos, es pretencioso y casi no sonríe, es un completo amargado y aburrido —se quejó Cory y continuó hablando mal de Lewis. 
Corina sentía que eran suficientes motivos para no enamorase de alguien como él, pero para Ivy eso no importaba. Tal vez Lewis no le sonría a nadie porque se guardaba su sonrisa para Ivy. Solo para ella. 
—Deberías conocerlo. Si se dieran la oportunidad se volverían amigos. 
—Eso es imposible —dijo recordando la actitud de Lewis de esta mañana. 
Ivy frunció el entrecejo. 
—Nunca te das la oportunidad de conocer a las personas, eres a menudo prejuiciosa. Si lo conocieras, en vez se juzgarlo, entenderías porque me estoy… —retuvo la última palabra—, lo quiero.  
Cory rompió la rama del árbol.  
—Tiene un millón de defectos. ¿Cómo puedes enamorarte de alguien así? —interrogó con insatisfacción—. Tiene un defecto de fabrica, es muy feo. 
Ivy rio. 
—No busco la perfección. —Aseguró Ivy dándole una mirada severa a Cory—, y ningún chico es perfecto! ¿Por qué tendría que serlo? 
Cory soltó un resoplido. Ivy era tan necia, creyó ella. Acaso no podía darse cuenta que Lewis le rompería el corazón. Y por ende ella tendría que golpearlo por lastimar a su amiga. 
—¡Esta loco! Habla solo.  
—Todos lo estamos de alguna forma —le oyó decir—. Eso hace especial este mundo. Lo diferente. Compartir gustos únicos. No porque una persona sea, totalmente opuesta a ti o porque no comparta tu forma de pensar o ser, es mala. No todos van a estar de acuerdo con tus decisiones, solo deben respetarlas. 
Cory intentó convencer a Ivy de no salir con Lewis. Pero ella le dijo algo que jamás borraría de su mente: Lewis perdió a su hermana, él también ha perdido a personas que lo aman. Cory, tienes que ver mucho más allá de lo sientes. Lo invisible.  
Cory se dio por vencida y cambió el tema. 
Le comentó sobre las clases que le daría Lewis. Ivy estaba muy feliz. Dijo que era una oportunidad para conocernos e iniciar una gran amistad. Cory lo creía imposible, pero no tubo el valor de romper sus ilusiones. Solo le respondió que lo intentaría. 
—Solo prometo no asesinarlo. 
—¡CORINA! 
—No le haré nada. —Cruzó los dedos—. Está bien. 
Por la tarde, después de clases, Lucas y Corina salieron a tomar fotos por la cuidad. Era una temporada muy hermosa, se acercaba el otoño. Portland contaba con una de las mejores ciclo vías. Por eso, conducían en sus bicicletas. Agradeció a Caled por haberle enseñado. Aunque se habíamos distanciado, aún recordaba con cierta nostalgia  su amistad. Y se preguntaba constantemente: ¿Cuándo se volvieron dos extraños? 
Cory y Caled habían sido grandes amigos de la infancia, pero, ahora, cuando lo miraba solo podía ver un desconocido. 
—¡Hemos llegado! —anunció Lucas, mientras dada vuelvas alrededor de ella con su bicicleta. 
Corina sacudió la cabeza y bajó de la bicicleta. El parque estaba muy cerca de los suburbios, en donde vivía Corina. Ella amaba venir a comer helados, pasear, tomar fotos, mirar como las hojas de los árboles de roble caían sobre el pavimento o ver florecer los árboles de cerezo, pero faltaba mucho para marzo y poder ver el espectáculo. Esas cosas tan sencillas Corina las disfrutaba al máximo.  
—Vamos, mira hay una pequeño restaurante —dijo ella—. Recuerdo que hacen unas deliciosas donas y jugos de muchos sabores. 
Sin pedir permiso. Tomó de la mano a Lucas y lo llevó. Escogimos una mesa cercana a la puerta. Era un día cálido, como la mayoría. Aunque no podía esperar por el otoño, quería que llegara más rápido. 
—¿Qué desean? —preguntó amablemente la mesera. 
Ella ordenó tres donas y una taza de chocolate caliente con malvaviscos. Lucas solo pidió un café descremado. Parecía algo ido, miraba la puerta o las personas de sus costados porque no se atrevía a mirarla a los ojos como siempre lo hacia. Y apenas bebía pequeños sorbos de su café. 
—¿Qué te sucede? —le preguntó Corina. 
Él trago saliva. 
—No es importante. — Lucas forzó una sonrisa que no pudo mantener. 
—Lucas… —susurró su nombre—. Dime, ¿hay algo que quieras contarme? 
—No… 
—Te conozco. 
Se miraron. Y de alguna manera sus ojos les dijeron todo aquella tarde. Los planes que construyeron juntos ya no se realizarían y no fue tan doloroso para Lucas como pensó, fue peor, fue un vacío que tendría que aprender a llevar. Esa fue la primera vez que sintió ese silbido en su mente y quiso correr tal cual cobarde, pero no tubo las suficientes fuerzas de hacerlo. Se quedó esperando el final, sin arrepentimientos de ninguna clase. Cada paso que dio, lo dirijo al lugar correcto. Había la felicidad de Corina. 
—Ratoncito —lo llamó Corina. Le había puesto ese sobrenombre, porque una vez lo encontró robando unos de quesos de la cocina de la señora Martha. 
Además, a Lucas le encantaban los quesos. Siempre se comía algunos a hurtadillas de su madre. 
—¿Nunca lo olvidaras?  
—No lo haré —respondió ella comiendo una dona—. Solo prometí no llamarte así delante de ninguno de nuestros amigos. Aunque me gustaría ver tu cara cuando Matt se burle de ti. 
Lucas le dedicó una sonrisa enigmática, cargada de amabilidad. Tomó uno de los mechones de sus cabellos y los colocó tras sus orejas. El simple roce de sus manos hacia que su piel se erizará y los bellos de su cuerpo se crisparan. Y su sonrisa, no me podía olvidar de ella, desencadenaba que un hipopótamo saltará en su estómago, lo sé, era ridículo pensarlo. ¿Lucas y ella? Eran un desastre colosal. Pero se podría derrumbar el mundo este instante y le bastaría con tomar su mano y dejar que todo siga su curso. 
—Este es nuestro último año en el instituto —murmuró Lucas con nostalgia—. No quiero despedirme de nadie. Ir a la universidad y conocer…, hacer nuevos amigos. Extrañe a todos. Madurar es algo complejo de asimilar. 
Él dio un suspiro.  
—Lo haremos juntos —le dijo Cory para calmarlo. 
Tomó uno de los girasoles que estaba en el florero de la mesa y se lo regaló. Acarició con suavidad mis mejillas con sus pulgares.  
—Me voy a ir —dijo en un susurró y con una mirada de abatimiento. 
Ella no podía respirar. 
—¿Qué? ¿A dónde? Es muy temprano para volver casa. —No le entendió. 
Una lágrima resbaló por el rostro de Lucas. Eso era un mal augurio para ella, pero no quería sacar conclusiones tan apresuradas. Después de todo, Lucas solía exagerar. 
—Después de graduarme, me iré a estudiar a la universidad de Francia — soltó y bajó cabeza. 
Cory sintió como si el frío la abrazara y el invierno llegara de pronto. Su cuerpo se congeló. Él intentó tomar su mano, pero la alejó. Y creyó ser  una hoja seca que se cae del árbol y que rueda por el mundo buscando su lugar. 
—¿Esto es una broma? —dijo en un hilo de voz—. Este tipo de bromas no me gustan. 
Cogió una servilleta y se limpió la frente.  
—No es una broma, Cory. Voy a mudarme, mis padres me lo han dicho para que me haga a la idea.  
—¿Tú quieres ir?  
No, él no quería irse. Sí ella se lo pidiera lo hubiera abandonado todo por ella. 
—Sí —se obligó a contestar con chispas en los ojos y desbordante emoción—. ¿Quién no quiere conocer la Torre Eiffel? Pero tengo toda mi vida aquí. Tú y nuestros amigos. Tengo miedo. Todo lo que dejaré atrás por un nuevo comienzo. 
Los dedos de las manos de Cory le comenzaron a hormiguear.  
—No quisiera que te vayas —confesó con su corazón partido por la mitad—. Tal vez si hubiera… 
Dejé al aire sus palabras. Ahora solo le quedaba hacerse a la idea que Lucas se iría y no lo volvería a ver en mucho tiempo. La sensación angustiante se instaló en su pecho, era como si se hubiesen llevado un gran pedazo de su corazón. Y es que Lucas se lo estaba llevando sin él saberlo.  
—Ni yo… 
Una canción triste comenzó a sonar. Una de los amantes perdidos. De un amor que pudo ser, pero nunca fue.  
—¿Se lo has dicho a los chicos?  
—Todavía. No les diré por ahora. Debes guardarme el secreto. 
Ella quiso pedirle que quedará a su lado, aunque eso no fuera lo correcto y fuera contra las normas. No le importaba, pero a él sí. No podía apagar el brillo de sus ojos. Él mismo que la mantuvo con las ganas de vivir en los momentos más oscuros de su vida. 
Era hora de decir adiós.  
—¿Qué haré sin ti? No voy a tener a quien hacer enojar y que me cuente sus malos chistes —bromeó—. O me llame a las tres de la mañana para decirme que ha creado un nuevo platillo.  
—Continuar. Eres la más valiente de los dos. —Besó el dorso de su mano y repaso con sus dedos los mechones de sus cabellos—. Pero no quiero pensar en cosas tristes. Deseó disfrutar de cada momento, cada minuto, cada instante junto a ti. Olvidar que pronto te tendré que decir a… Ni siquiera puedo pronunciar esa palabra. 
Enjuagó las lágrimas de los ojos de Cory. Y ese día, Lucas aprendió que todo lo que tiene un comienzo, inevitablemente, tendrá un final. Y no importa cuantas veces te lo digan, nunca estas preparado para decir adiós.  
—Pasaremos el mejor año de nuestras vidas, princesa de los desastres —prometió—. No debe importarlos lo que suceda después. Tú y yo somos invencibles. 
—¿Es un promesa? —Sonrió ella. 
Entrelazaron sus dedos. 
—No, es un juramento de vida —sostuvo la mirada—. ¿Sabes? El destino siempre ordena, organiza al modo correcto las cosas. No podemos escapar de él. Todo es y debe ser al ritmo correcto del tiempo, según mi padre. 
Ella maldijo entre dientes. 
Corina odió al destino, porque no la había colocado junto a él como había pedido. Y es que hay algo que aprender de la vida y es no nos da lo que queremos sino lo que necesitamos. 
Y el tiempo entre Lucas y Cory estaba por terminar, lamentablemente. Habían aprendido lo suficiente de cada uno. 
—Espero que nunca te olvides de mí —dijo ella—. Y recuerda enviarme muchas postales de París.  
—Tú te olvidarás más pronto de mí, que yo de ti.  
—No lo haré —prometió— no le olvidaré.  
—¿Me lo prometes? 
—Lo prometo. 
Ambos rieron como dos niños. Sabiendo que solo quedaba guardar todos los recuerdos posibles en sus memorias.  
Después de comer, pasearon por el parqué, se tomaron fotos y hasta bailaron. Sí, todos sabían que Lucas y Corina eran de los más terribles bailarines del planeta. Ninguno de ellos dos tenía noción de la coordinación o ritmo que se debía seguir. Pero no les importaba. El amor es un danza imperfecta que solo los corazones puros pueden seguir. 
—Bailas terriblemente mal —le susurró al oído en tono de broma porque para Lucas no existía mejor bailarina que ella. 
—Opino lo mismo de ti —replicó ella entre risas—. ¡No! Bailas peor que yo. Estoy llegando a creer que un oso polar tiene más ritmo que tú. 
—Los osos polares no bailan. 
—Y tú tampoco. Además, todos se burlan de nosotros por tu culpa. 
—¿Mi culpa o la tuya?  
—¡La tuya! 
Algunas personas que paseaban por el parque los miraban extrañados, se burlaban o les tomaban fotos, y otros preferían ignorarnos. Y es que parecían dos locos. 
A Cory no le importaba hacer el ridículo, mientras Lucas estuviera con ella. Con él perdía la vergüenza y el miedo a que dirán. Olvidaba su sentido común.  
Él era su brújula.  
Cuando Cory volvió a casa eran las seis. La cena ya estaba lista y puesta en la mesa. Steve comía con lentitud, mientras leía el periódico. Cory se sentó al  
—¿Por qué no has probado bocado? Te has enfermado, ¿es eso? 
—No… —murmuró con timidez— ¿Puedo ir a mi habitación? No tengo muchas ganas de comer. 
Steve viendo el estado de ánimo de su hermana la dejó ir.  
—Ve a dormir. 
Ella se levantó y fue a su habitación. Subió las escaleras tan rápido como un rayo. Abrió la puerta y se encerró. No quería hablar o ver a alguien. 
Al estar adentro se desplomó en el suelo y con el corazón hecho pedazos comenzó a llorar. Quería arrancarse el corazón y dejar de sentir. Odiaba el dolor de las despedidas. 
Y solo una cosa se repetía en su mente: Lucas se irá, encontrará otra chica, se enamorará y se olvidará de ti.  
Esa noche Corina lloró hasta quedarse dormida. Y decidió que no le dirigiría la palabra a Lucas por los próximos días. Porque no quería verse tentada a rogarle que se quedará por ella. No tenía derecho a pedírselo, pero su corazón le insistía que sí. 
★☆★☆ 
El viento impío hizo que las hojas del los árboles cayeran sobre el cuerpo de Corina. No era algo que le molestará. Era todo lo contrario, lo disfrutaba. Le gustaba tenderse en el suelo, sobre las hojas, y mirar las distintas formas de las nubes. Perderse en su propio mundo. 
Se levantó al oír unos pasos y volvió hacia atrás. Su rostro palideció al ver a Lucas, quien traía una canasta llena de comida entre las manos. Ella se quedó junto al árbol y contuvo las ganas de correr tas él. Su corazón quería salir y envolverse en los brazos de Lucas.  
—¿Por qué me has ignorado durante todo el día? —le preguntó. Ella solo atinó a bajar la cabeza—. ¿Cómo estás? Sabes que no me gusta que te enojes conmigo. Me duele. Porque solo hay una cosa que puede romper mi corazón, solo una, y es que tu seas infeliz.  
—No soy infeliz. 
—Estás triste y eso me pone triste a mí también.  
Ella negó. Solo quería tiempo para procesar lo que le había dicho. Tiempo para poder decirle adiós. Pero todo era tan confuso. Nunca toleró las despedidas. Ni siquiera había aceptado del todo la muerte de sus padres. Sabía que ellos no volvían, pero aún lo esperaba por las noches un beso hasta que el cansancio la vencía. 
No sé en que maldito momento comenzó a llorar. Solo sintió las gotas saladas en su boca, fue un sabor amargo. Tan amargo como el final de las cosas que pensó que iban a ser eternas, pero no lo fueron. Él, la abrazó y la contuvo en sus brazos. Después de un largo tiempo se apartaron el uno del otro.  
Y ambos se sintieron vacíos sin el calor del otro.   
Lucas quiso olvidarse de todo y besarla. Solo un beso seria suficiente para él. Sin embargo, sólo un beso podría condenar sus almas.  
—No, no estoy enojada contigo —le aseguró, mientas secaba mis lágrimas—. Estoy triste porque Steve me ha mandado a limpiar el ático. Y… Y… me he resfriado. No quería contagiarte. ¿Qué has traído en la canasta? 
Lucas abrió la canasta y extrajo un mantel. Lo extendió y coloco todas las cosas: Cubiertos, vasos, platos y servilletas. Sirvió la comida. Ella comió poco, no tenía muchas ganas. La comida que antes podría hacer devorado en un santiamén se volvió insípida. 
—Has comido muy poco. Algo te preocupa.  
—Solo me duele el estomago. Y… Y me duele la cabeza. —Tosió varias veces para dar más veracidad a sus palabras—. Creo que es el resfriado. 
—No sabes mentir —le susurró apretándola de un costado—. ¿Sabes? Cada vez que mientes tiendes a arrugar tu nariz. Y tus ojos brillan más de lo normal. 
Lucas había aprendido y memorizado cada uno de los gestos de Cory. 
—Tengo miedo —le confesó, resignada—. Tengo miedo de no ser valiente, ahora que tú vas a estar lejos. No quiero volver a… 
La silencio con su dedo, antes de que terminará de hablar. No tenía sentido volver a recordar el pasado y reabrir viejas heridas. 
—Eres valiente. Eres la chica más valiente que he conocido en este universo. Te he visto caerte y levantarte con más fuerza; curar tus alas rotas y volar más alto. Y no necesitas de mí o de nadie que te lo recuerde. —Levantó su mentón y la miró a los ojos, sus hermosos ojos esmeralda—. Y aunque buque en otros universos no encontraré una igual a ti. 
Ella rio. —No voy a tener a alguien que me diga cosas tan cursis. 
—Es algo bueno. —Agitó su dedo—, tengo algo para ti. 
Lucas buscó en la canasta. Luego de un segundo sacó un peluche de un koala color gris. Se mostró Cory, y lo estrujó con fuerza para que comenzará a cantar. Lo había comprado la noche anterior, en una tienda.  
—Mira, soy el señor Koala. Seré tu mejor amigo —imitó la voz del peluche y le hizo un gesto de dulzura con ojos. 
Ella le quitó el peluche y lo abrazó. Él enredo sus brazos en su cuello y se impregnó de el perfume de Cory. Ella olía a menta y lavanda fresca. Lucas quiso quedarse por siempre en esa posición. Luego ella se apartó. 
—Voy guardar a Tim —dijo Corina refiriéndose al oso de peluche.  
—No me gusta que se llame Tim. 
—A mí sí. 
—¿Así llamarás a n… tus hijos? ¿Qué clase de nombres son esos?  
Cory se levantó. 
—Nunca voy a casar —espetó—. Voy a vivir en medio del bosque como una ermitaña, alejada de todos. 
—Cuando eras niña te ponías el vestido de tu madre y me decías que querías uno igual el día de tu boda —le recordó— un vestido lleno de flores con muchos adornos. Y tú esposo tendría que saber cocinar y atenderte. No sabía si querías un esposo o un esclavo. 
Cory movió sus cejas de arriba a bajo.  
—No es cierto. 
—Lo es. 
—¡NO! 
—¡SÍ! 
—No, y es mi última palabra. Ve ordenando todo mientas vuelvo. —le gritó y corrió a casa para guardar el peluche. 
Al volver, encontró a Lucas tirado en el suelo, ya había puesto y ordenado todo en la canasta. Ella decidió imitar su acto y recostó junto a él, sin decir una sola palabra. Ambos saborearon el olor del otoño. Olor a hojas secas, madera vieja, castañas tostadas y al humo de los chimeneas. O casi lo olvido también olía a chocolate caliente con malvaviscos. 
No lo sé. Pero con Lucas todo el sentía mucho mejor para Corina  Y a esa sensación estaba tan acostumbrada que no quería que se desvaneciera. No quería soltar lo que la hacía feliz.  
No todo lo que amamos nos hará felices. Y no todo lo que nos trae felicidad lo terminaremos amando. Lamentablemente, el amor y la felicidad no están tan relacionados como se aparenta. 
Al cabo de unas dos horas, Lucas se tuvo que ir. Corina para distraerse decidió ir a limpiar el ático. Steve le había dicho que escogiera las cosas que tirarían a la basura y las que se debían conservar. 
El ático estaba sucio y tenía telas de arañas que colgaban por las paredes. Cory se había encontrado con una que otra (no les tenía miedo). Jugaba con ellas cuando era una niña y se las echaba a Lucas o a Matt para asustarlos.  
Sonrió al recordar sus travesuras. 
Había muchas cajas, todas llenas de papeles. Caminando entre ellas, tropezó con el viejo baúl de su madre. No lo había visto desde su cumpleaños, antes de su muerte. Se senté sobre el suelo, sin importarme ensuciar su ropa con el polvo. Y lo abrió. 
Fue como abrir la caja de Pandora. Miles de recuerdos flotaron en el aire.  
Lo primero que vio, fue a su vieja muñeca (Dalia). Le faltaban sus trenzas y un brazo. Casi se le salían los ojos. La puso a un costado, y reanudó su búsqueda, con más detenimiento, encontró varias cartas de mi padre hacia mi madre, y viviversa. Rio con las locuras que se escribían.  
No hubieran podido sobrevivir el uno sin el otro, pensó ella. 
Dio un largo suspiro. Y continuó con la labor, no sabia lo que buscaba. Solo seguía las pulsaciones de su corazón. De pronto, al abrir el libro favorito de su padre. Varias fotos cayeron sobre el suelo. Fotos que en mi vida había visto. Las recogió con cuidado, estaban arruinadas por la humedad.  
Al pasarlas una por una, se dio cuenta que eran fotos suyas con un niño un poco mayor. Ambos vestíamos de blanco y llevaban una corona de flores en la cabeza, eso la motivo a revirar por lados, no obstante solo había una firma borrosa al reverso de la foto: 
Davies. 
Forzó a su mente a recordar algo relacionado con ese nombre, sin embargo no lo logró. Era como si nunca hubiera pasado o tal vez su memoria era muy frágil pera recordarlo. Así que no le dio importancia, y volvió las fotos a su lugar.  



 




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