¡LA LLEGADA!
10 de noviembre de 2022
6:00 AM Montevideo, Uruguay
A primera vista...
Brandon Clark;
Después de un arduo y prolongado viaje de nueve largas horas, finalmente habíamos alcanzado nuestro destino.
Llevábamos ya media hora en la zona de migraciones, donde nos hicieron presentar todos los documentos requeridos.
Una vez que el oficial examinó detenidamente nuestra documentación y comprobó que todo estaba en orden, nos sonrió con amabilidad y nos permitió continuar sin inconvenientes.
Con nuestras maletas en mano, nos dirigimos a la puerta de salida, ansiosos por iniciar esta nueva etapa de nuestra aventura.
Al salir, notamos que justo frente a la puerta había un hombre joven, de aproximadamente treinta años, esperando detrás de una cinta que delimitaba el lugar.
El joven sostenía un cartel en el que se podía leer Orfanato Central Four. Señores Clark Walker.
Su apariencia reflejaba una mezcla de seriedad y dedicación, lo que llamó nuestra atención instantáneamente.
Nos acercamos de inmediato, asegurándonos de confirmar que éramos las personas que él estaba esperando.
Se presentó como Fernando, el oficial de policía que se encontraba a cargo del centro, y también nuestro chófer.
Tras intercambiar un cordial saludo que consistió en un firme apretón de manos, lo seguimos mientras nos guiaba hacia la salida del aeropuerto.
Los cinco permaneciamos en la acera, aguardando mientras él se dirigía a buscar el automóvil.
Transcurrieron cinco minutos antes de que una camioneta negra se detuviera justo frente a nosotros.
Fernando salió de ella y, tras abrir la puerta trasera, nos ofreció su ayuda para acomodar todas las maletas en el interior.
Una vez que habíamos guardado todo el equipaje, se encargó de cerrar la puerta trasera con cuidado.
Con mucha amabilidad, abrió la puerta lateral del vehículo para que pudiéramos subir.
Mis hermanos y mi esposa entraron primero, se acomodaron en sus asientos y ajustaron los cinturones de seguridad.
Mientras tanto, yo tomé asiento en el lugar del copiloto.
Fernando nos informó que en aproximadamente cuarenta y cinco minutos llegaríamos al orfanato.
Así que, sin perder tiempo, emprendimos el viaje de inmediato.
El trayecto resultó ser muy agradable; íbamos conversando sobre temas cotidianos, disfrutando de la compañía y manteniendo un ambiente muy relajado.
La verdad es que, en lo más profundo de mi ser, sentía una gratitud sincera hacia Fernando por habernos distraído y evitar hacer preguntas sobre la adopción.
Su presencia y conversación aliviaron un poco la tensión que habíamos estado sintiendo.
Había pasado ya un tiempo, exactamente cuarenta y cinco minutos después de nuestra llegada, y su habilidad para mantener la charla fluyó de tal manera que, al menos por ese momento, pudimos desviar nuestra atención de ese tema tan delicado.
Nos sorprendió descubrir que el lugar era enormemente amplio y de una belleza excepcional.
La fachada estaba compuesta por ladrillos pintados de blanco, lo que le confería un aspecto luminoso y acogedor, mientras que el tejado, de un vibrante color rojo, añadía un toque encantador que recordaba a una cabaña en medio de la montaña.
La combinación de estos elementos resultaba magnífica, y no podía evitar imaginar que el interior debía ser aún más deslumbrante y agradable.
Descendimos de la camioneta y tomamos nuestras maletas. Luego, seguimos a Fernando hasta la puerta de entrada.
Él abrió con sus llaves y comenzamos a caminar por un pasillo que no era muy extenso.
Mientras avanzábamos, Fernando nos iba señalando y explicando la función de cada puerta que encontrábamos a nuestro alrededor.
La primera habitación era la portería, donde él realizaba sus labores. Justo al lado de esta se encontraba la dirección.
Enfrente de la portería había una enfermería, mientras que contiguo a esta última se hallaba la sala de psicología. Finalmente, en la última puerta antes de llegar al final del pasillo, se ubicaba una pequeña cocina-comedor.
Al llegar al final del pasillo, nos encontramos ante una amplia sala de estar.
En esta área, había dos puertas claramente visibles. La puerta ubicada a la derecha conducía a una pequeña terraza que daba acceso a un extenso patio, ideal para disfrutar del aire libre.
Por otro lado, la puerta a la izquierda se abría hacia el área del orfanato, un espacio que prometía ser acogedor y familiar.
Entre la entrada que daba al patio y el pasillo por el que habíamos transitado, se encontraba una tercera puerta que era la que nos llevaría a nuestra habitación, un lugar que esperábamos fuera un refugio cómodo para nosotros.
Al ingresar a la habitación, me di cuenta de que era bastante amplia.