El inicio de toda aventura…
Narrarlo es complejo, y lograr que me crean, aún más. Esta historia no surgió de la nada: la he ido armando con paciencia, como quien reúne las piezas dispersas de un antiguo rompecabezas. Mi abuelo apenas me habló de ello, y mi madre, siempre tan reservada, guarda silencio cuando intento indagar en lo que él vivió.
A veces me pregunto si alguna vez viviré algo parecido. Tal vez no. Tal vez no soy digno de una experiencia tan fantástica.
Pero aquí estoy, dispuesto a contar lo que sé. Lo que crean o no, lo dejo a su criterio. Yo, por mi parte, creo firmemente en cada palabra escrita en estas páginas. Solo les pido una cosa:
—ABRE TU MENTE. LA MEJOR FANTASÍA ESTÁ POR SER NARRADA—
Y sin más… aquí vamos.
Era un domingo caluroso, de esos que parecen derretir el tiempo. Muy temprano, Gibran, un chico de trece años, salió de su casa. Su cabello castaño oscuro, algo largo, comenzaba a formar rizos rebeldes. Vestía un pantalón azul marino, camisa color crema y zapatos negros bien lustrados.
Su madre lo esperaba afuera, junto al portón de la casa. Era una mujer de piel clara, cabello negro y rizado, vestida con un elegante vestido morado de círculos blancos y tacones altos del mismo tono. A su lado, una jardinera amplia rebosaba de plantas que parecían susurrar secretos al viento.
Gibran se disponía a acompañarla a misa, pero algo lo detuvo. A su derecha, en medio del jardín, un destello captó su atención. Se acercó con curiosidad, y al agacharse, encontró una piedra ovalada, de un plateado brillante que parecía latir con vida propia.
La tomó sin pensarlo. En ese instante, sin saberlo, activó un portal mágico. Un remolino de luz lo envolvió, y en un parpadeo, fue transportado a un mundo completamente nuevo. Un mundo que cambiaría su vida para siempre.
Y así comienza esta historia.
La historia de mi abuelo.