La reina Sairel permanecía inmóvil frente al espejo de obsidiana. La imagen proyectada por el hechizo Revelumomentum aún flotaba en el aire como una herida abierta: Biff, su consejero más cercano, irrumpiendo en sus aposentos, abriendo el cofre sagrado y robando el libro de hechizos prohibidos.
El dolor era profundo. Pero no había tiempo para lamentaciones.
Caminó lentamente por el salón, como si cada paso pesara más que el anterior. El eco de sus pensamientos retumbaba en las paredes vivas del palacio. Finalmente, se dejó caer sobre el trono de raíces entrelazadas, permitió que las lágrimas brotaran. Lágrimas silenciosas, densas, que no eran de debilidad, sino de traición.
Biff; no era solo un consejero. Era su confidente. Su sombra leal. Su familia elegida.
Recordó el día en que lo conoció: un joven de mirada brillante, atento, siempre dispuesto a ayudar. Había llegado a Claro Verde como aprendiz de los jardineros de luz, pero pronto demostró una inteligencia inusual, una sensibilidad para la magia que pocos poseían. Fue ella quien lo tomó bajo su ala, quien le enseñó los secretos del equilibrio, quien le confió tareas que ni siquiera los Spectrums más antiguos conocían.
—¿Cómo no lo vi venir? —susurró, con la voz quebrada.
Las imágenes del pasado se mezclaban con la realidad: Biff riendo junto a ella en los festivales de floración, Biff cuidando a los brotes de los Quercus Robur, Biff escuchando sus dudas en las noches de luna doble. Todo parecía sincero. Todo parecía real.
Y sin embargo… todo había sido una máscara.
Se incorporó lentamente, secándose el rostro con la manga de su túnica. Su mirada, ahora endurecida, se clavó en el espejo aún encendido.
—Si me traicionaste, Biff… no fue solo a mí. Fue a todo lo que juramos proteger.
El aire del salón pareció estremecerse. Las raíces del trono se tensaron como si compartieran su dolor. Sairel alzó el cetro y lo golpeó suavemente contra el suelo.
—Convoca a la reina Alondra. De inmediato. —ordenó con voz firme a uno de sus mensajeros.
Horas después, en el Salón de las Cúpulas Vivientes, las dos reinas se encontraron. El recinto, tallado en cristal vivo y cubierto de enredaderas que susurraban con el viento, parecía contener la respiración del mundo.
Alondra llegó envuelta en una túnica de pétalos entrelazados, su corona de tulipanes vibrando con una luz tenue. Al ver el rostro de su hermana, supo que la situación era grave.
—¿Qué ha ocurrido, Sairel? —preguntó, sin rodeos.
Sairel no respondió de inmediato. Caminó hacia el centro del salón y, con un gesto, proyectó la imagen del robo. Alondra observó en silencio, su rostro endureciéndose con cada segundo.
—Biff… —murmuró—. Siempre fue ambicioso, pero jamás imaginé esto.
—Ni yo —respondió Sairel, con amargura—. Ha robado el Necromicron. Y lo peor: ha cruzado al mundo no mágico. No sabemos qué ha hecho… ni qué ha liberado.
Hubo un silencio denso, como si el aire se hubiera vuelto piedra.
—¿Y Zoe? —preguntó Alondra.
—La hechizó. Le borró la memoria del cruce. Pero ya ha despertado. Está alerta.
Alondra asintió, y su voz se volvió más grave:
—Entonces no hay tiempo. Debemos actuar. Si el Necromicron cae en manos humanas… o si Biff lo usa para alterar los portales, podríamos perder el equilibrio entre los mundos.
Sairel se acercó a una mesa de raíces vivas y desplegó un mapa encantado. Las regiones de Agestes, Claro Verde y los puntos de cruce con el mundo humano brillaban con luz tenue.
—Propondremos tres acciones —dijo, señalando con su cetro:
Sellar los portales secundarios: Aquellos que no están bajo vigilancia directa. Si Biff intenta regresar, deberá usar uno de los principales, donde lo esperaremos.
Convocar a los Caminantes del Bosque: Los árboles vivientes pueden detectar alteraciones en la energía del suelo. Si Biff intenta abrir un nuevo portal, ellos lo sabrán.
Formar un Círculo de Defensa: Un grupo de élite compuesto por Spectrums, Anisoperium y sabios de ambos reinos. Su misión: rastrear a Biff y recuperar el libro.
Alondra asintió con solemnidad.
—Yo enviaré a mis mejores emisarios. Y tú… ¿confiarás en los humanos?
Sairel —No todos. Pero hay uno que ya ha sido tocado por la vara. Y si el universo lo eligió… no podemos ignorarlo.
Las dos reinas se miraron. No como hermanas. No como aliadas. Sino como las últimas guardianas de un mundo que comenzaba a resquebrajarse.
—Entonces que comience la defensa. —dijeron al unísono.
Y el viento, como si escuchara, se llevó sus palabras hacia los confines de ambos mundos.
Mientras tanto Biff sostenía el Necromicron entre sus manos como si fuera un corazón palpitante. El libro, cubierto por una capa de símbolos vivos, no se abría. No importaba cuánto lo intentara, cuántos hechizos susurrara o cuánta energía canalizara: el grimorio permanecía sellado.
—Necesito la vara… —murmuró con frustración.
No era cualquier vara. Era una reliquia ancestral, forjada con savia de los árboles primigenios y bendecida por los cuatro clanes mágicos. Solo ella podía desbloquear los secretos del libro. Solo ella podía revelar el hechizo de poder absoluto que Biff tanto ansiaba.
Pero no bastaba con la vara. El conjuro requería más: un círculo de energía, un catalizador… y una segunda mente. El Necromicron no respondía a voluntades solitarias. Exigía colaboración. O manipulación.
Y Biff ya tenía en mente a sus futuros aliados: los Vespidae
En su guarida oculta, iluminada por hongos fosforescentes y cristales oscuros, Biff desplegó un mapa de Agestes. Sus dedos se detuvieron sobre el territorio del sur: Zarvok, el dominio de los Vespidae. Un reino de colmenas negras, espinas venenosas y cielos cubiertos por enjambres.