Un giro inesperado

Capítulo 6: La mancha y revelaciones

En el norte de Neraida, ya el cielo había perdido su color.

Donde antes danzaban luces verdes y azules como auroras líquidas, ahora flotaba una neblina gris, espesa, que se adhería a las hojas como ceniza. El aire olía a hierro y a raíces podridas. Y lo más inquietante: las criaturas estaban huyendo.

Bandadas de aves de alas cristalinas cruzaban los cielos en dirección sur, chillando con un tono que no se había escuchado en generaciones. Los Helix Aspersa, lentos pero sabios, abandonaban sus jardines de pétalos secos. Incluso los Quercus Robur, los árboles más antiguos, comenzaban a moverse con urgencia, sus raíces arrastrándose como si el suelo quemara.

En el corazón de Claro Verde, la reina Sairel observaba el mapa viviente de Neraida. Las zonas afectadas por la mancha se expandían como una enfermedad. Lo que al principio era un punto oscuro en el norte, ahora se extendía como una telaraña de veneno.

Un grupo de emisarios Spectrums irrumpió en la sala del consejo, cubiertos de polvo y con las alas opacas por el viaje.

—Majestad… —dijo el primero, inclinándose—. La mancha no se ha detenido. Al contrario… ha crecido. Y más rápido de lo que esperábamos.

Sairel cerró los ojos y de su cetro vibró levemente, como si compartiera su angustia.

—¿Qué hay de los valles de Lirien? —preguntó.

—Desiertos. Las flores han muerto. El agua se ha vuelto espesa. Y los animales… han desaparecido.

Otro emisario, con la voz temblorosa, añadió:

—Los árboles del Bosque de los Susurros han comenzado a llorar savia negra. Dicen que escuchan voces… voces que no son de este mundo.

Un silencio helado se apoderó del salón.

Sairel se volvió hacia su círculo de sabios.

—Esto no es solo contaminación. Es una invasión. Una ruptura del equilibrio.

—¿Y si es el Necromicron? —preguntó uno de los sabios, con voz baja.

—Entonces no tenemos tiempo —respondió la reina—. Debemos actuar antes de que la mancha toque el corazón de Neraida.

Se giró hacia uno de los mensajeros.

—Envía un mensajero con la reina Alondra; que le den aviso que prepare sus guardianes florales. Y que proteja Agestes. Si la mancha cruza el río de luz… no habrá vuelta atrás.

Y mientras las órdenes se esparcían como semillas al viento, la mancha seguía creciendo. Silenciosa. Imparable. Viva.

En el corazón de Agestes, el aire olía a flor de luna y a peligro.

La reina Alondra se encontraba en el Salón de los Pétalos Eternos, rodeada por sus guardianes florales y sabios polinizadores. La noticia había llegado como un rayo: la mancha avanzaba, y no respetaba fronteras. El norte de Neraida estaba cayendo, y si el río de luz era cruzado… Agestes sería el siguiente.

Un mensajero de Claro Verde, con las alas rasgadas por el viento y el rostro cubierto de polvo, se arrodilló ante ella.

—Majestad… la reina Sairel solicita su ayuda. La mancha ha tocado el Bosque de los Susurros. Las criaturas huyen. El equilibrio se rompe.

Alondra cerró los ojos. Su cetro, hecho de tallos vivos y gemas de rocío, vibró en su mano como si compartiera su angustia.

—Entonces ha comenzado.

Se volvió hacia su círculo de estrategas.

—Convocad a los Jardineros de Luz, a los Tejedores de Polen y a los Custodios del Rocío. Que cada flor sea protegida, cada raíz reforzada. Si la mancha llega a nuestras tierras, no encontrará un campo abierto… sino un bosque despierto.

Uno de los sabios, de túnica lavanda y ojos como semillas antiguas, dio un paso al frente.

—¿Y si la mancha no se detiene con defensas? ¿Y si no es solo materia… sino voluntad?

Alondra lo miró con gravedad.

—Entonces no solo defenderemos. Responderemos.

Se acercó al gran ventanal de pétalos abiertos. Desde allí, el valle de Agestes se extendía como un tapiz vivo. Las flores aún brillaban. Los árboles aún cantaban. Pero el viento… el viento traía un murmullo nuevo. Un susurro de miedo.

—Que se prepare el Escuadrón de Polinización Rápida. Que los Quercus Robur despierten. Y que los Helix Aspersa comiencen a sellar los túneles subterráneos.

—¿Y los humanos? —preguntó uno de los guardianes—. ¿Les enviaremos un mensaje?

Alondra dudó. Luego asintió.

—Sí. A través del espejo. Gibrán debe saber que el velo entre mundos se está debilitando. Y que su vara… pronto será más que una guía. Será un arma.

El salón entero se estremeció con la fuerza de sus palabras.

Y mientras los preparativos comenzaban, mientras las flores se cerraban como escudos y las raíces se entrelazaban como murallas, la reina Alondra alzó su cetro al cielo y pronunció una sola palabra:

—Resistiremos.

Todo queda en familia.

La noche había caído sobre la ciudad, y Gibrán se encontraba en su habitación, sentado frente a su escritorio. La vara descansaba sobre la repisa, inmóvil, pero con un leve resplandor que parecía latir como un corazón dormido.

El día había sido largo. Las pruebas, la persecución, la conversación con Angélica… todo giraba en su mente como un remolino. Pero entonces, algo cambió.

Un resplandor suave emergió del espejo de su ropero. Una luz cálida, pulsante, que parecía llamarlo por su nombre.

Gibrán se levantó lentamente. Se acercó. El espejo vibraba, como si el cristal respirara. Recordó las instrucciones de la reina Sairel.

—Dos toques… para cruzar. Uno… para hablar.

Luego, con el corazón acelerado, tocó el espejo una sola vez.

El cristal se onduló como agua. Y en segundos, la imagen de Alondra apareció, rodeada por pétalos flotantes y una bruma dorada. Su rostro, aunque sereno, mostraba una preocupación que no intentaba ocultar.

—Gibrán… —dijo su voz, clara en su mente—. Debes escuchar con atención.

Él asintió, sin palabras.

—La mancha ha cruzado los límites del norte. Neraida está en peligro. Las criaturas huyen. Los árboles lloran. El equilibrio se rompe.




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