Un giro inesperado

Capítulo 30: El corazón del velo

La sala del consejo en Claro Verde estaba iluminada por cristales flotantes que pulsaban con una luz suave, como si respiraran al ritmo del bosque. Sairel, de pie en el centro, sostenía un mapa etéreo del Velo, donde la grieta aparecía como una herida abierta, palpitante, extendiéndose lentamente hacia los bordes del mundo.

—No tenemos mucho tiempo —dijo la reina—. La grieta se está alimentando del Necromicron. Si no lo destruimos… se abrirá por completo.

Gibrán, con la vara fusionada en la espalda, intercambió una mirada con Elías. El viejo Guardián asintió con gravedad.

—¿Y cómo se destruye algo que fue creado para no morir? —preguntó la reina Alondra, con la voz firme.

Sairel giró hacia ella.

—No se destruye. Se devuelve. El Necromicron fue creado con fragmentos del Velo original. Si logramos llevarlo al corazón del Velo… y unirlo con la energía de un Guardián verdadero… entonces se disolverá. Pero el proceso podría…

—¿Matar al Guardián? —interrumpió Gibrán.

Silencio.

—Sí —dijo Elías, con voz baja—. Pero no tiene que ser así. Hay una forma de canalizar la energía sin que te consuma. Pero necesitarás ayuda. De todos nosotros.

Sairel extendió la mano y una flor de Chronia se abrió en su palma.

—Esta flor solo florece cuando el Velo aún tiene esperanza. Y hoy… ha florecido.

Mientras tanto, en las profundidades de la grieta, Biff sostenía el Necromicron con ambas manos. Sus ojos estaban inyectados de poder, pero su cuerpo comenzaba a mostrar grietas: su piel se agrietaba como piedra, y su voz resonaba con ecos que no eran suyos.

—Ya no hay vuelta atrás —susurró—. Si el Velo no se rompe… me romperé yo.

Zarkon, a su lado, lo miraba con una mezcla de temor y fascinación.

—¿Y si ellos logran destruir el libro?

—Entonces que lo intenten —gruñó Biff—. Pero no llegarán al corazón del Velo. No sin pagar el precio.

Y con un gesto, liberó una nueva oleada de gollums, más grandes, más rápidos, más hambrientos. Criaturas hechas de sombra y savia negra, que comenzaron a marchar hacia Claro Verde.

En lo profundo de un búnker subterráneo, el presidente y el jefe de seguridad nacional observaban los documentos que el padre de Angélica les había proporcionado. Las luces eran tenues, y el aire estaba cargado de tensión.

El jefe de seguridad hojeaba los informes de energía con el ceño fruncido. Las lecturas eran inestables, imposibles de clasificar con tecnología convencional.

—Esto que vemos aquí… no lo puedo comprender del todo —dijo el presidente, con voz grave—. Lo que se me hacía imposible… es real. Hadas. Un mundo mágico. Debe haber algo más.

El jefe de seguridad soltó un suspiro incrédulo.

—¿Y qué propone, señor? ¿Que dejemos que una adolescente y un grupo de… hadas, resuelvan esto?

—Propongo que no hagamos nada que no podamos deshacer —respondió el presidente—. Si ellos creen que pueden sellarla desde dentro… les daremos tiempo.

El alcalde, sentado al otro lado de la mesa, cerró los ojos con alivio. Angélica, a su lado, sostenía la piedra de Chronia entre sus manos. No la había entregado como prueba. Solo la mostró… y luego la guardó de nuevo, como si algo dentro de ella supiera que aún la necesitaría.

—Gracias —dijo Angélica, con voz suave—. No por mí. Por todos.

En ese momento, la piedra comenzó a brillar. No con fuerza, sino con un pulso lento, como un corazón que despierta. Nadie más pareció notarlo… pero Angélica sí. La sintió vibrar contra su piel, como si respondiera a algo lejano. Algo que estaba ocurriendo… en el corazón del Velo.

Sus dedos se cerraron sobre ella. No entendía lo que significaba. Pero sabía que no era casualidad.

Y que pronto, tendría que decidir qué hacer con ese poder.

Muy lejos de allí, en la Tierra No Mágica, Angélica observaba la piedra que llevaba colgada al cuello. Desde que regresó, había vibrado suavemente, como si algo dentro de ella intentara despertar.

Esa noche, mientras el cielo se tornaba extraño y las nubes parecían girar sobre un punto invisible, la piedra comenzó a brillar con un fulgor tenue, pulsante.

Angélica la sostuvo entre sus dedos, confundida.

—¿Qué quieres decirme…?

No lo sabía aún, pero la piedra estaba respondiendo al llamado del Velo. Y aunque ella no lo comprendiera del todo, su conexión con Gibrán y con Neraida seguía viva.

Y pronto, sería crucial.

En Claro Verde, Gibrán se preparaba. La vara brillaba con una intensidad nueva. Elías colocó una mano sobre su hombro.

—¿Estás listo?

—No —respondió Gibrán—. Pero voy igual.

Y con Sairel, Angélica, Elías y un pequeño grupo de hadas, comenzaron el viaje hacia el corazón del Velo.

Donde todo comenzó.

Y donde todo podría terminar.




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