Capitulo 1: Los Velarianos
El tiempo no siempre fue una línea recta. Hubo un momento, antes de los Guardianes, antes incluso de que Neraida y el mundo humano se separaran, en que todo coexistía en un mismo plano: luz, sombra, magia y materia.
En el corazón de esa era primigenia, un grupo de sabios —ni humanos, ni hadas, ni criaturas conocidas— descubrió una grieta en la estructura del mundo. No era una grieta física, sino un desgarro en la esencia misma de la realidad. La llamaron el Velo.
El Velo no es un lugar. Es una intersección de realidades, un espacio entre mundos donde las leyes del tiempo, la materia y la conciencia se distorsionan. No fue creado, sino que emergió cuando los primeros sabios intentaron comprender lo que no debía ser comprendido.
Naturaleza del Velo:
Es fluido y cambiante. A veces parece un abismo sin fondo, otras veces un bosque de sombras líquidas, o un cielo invertido donde las estrellas lloran.
No tiene un centro, pero todo lo que entra en él siente que está siendo observado desde todas partes.
El tiempo dentro del Velo no fluye linealmente. Un segundo puede durar una eternidad, o una vida puede pasar en un parpadeo.
Efectos sobre quienes lo cruzan:
La mente humana o mágica no está preparada para su lógica. Muchos pierden la cordura, otros se transforman.
Algunos pocos, como Elarion, logran adaptarse… pero ya no regresan siendo los mismos.
El Velo refleja lo que llevas dentro, pero distorsionado. Espejos rotos del alma.
Relación con el Necromicron:
El libro fue el primer intento de traducir los susurros del Velo. Pero el acto de escribirlos les dio forma, y con ello, poder.
El Velo se alimenta de intención. Cuanto más se le busca, más se manifiesta.
Color y atmósfera:
Predominan los tonos púrpura, negro, azul profundo y gris ceniza.
Hay una niebla constante, pero no es niebla: es memoria, pensamiento y olvido mezclados.
A veces se oyen voces. No llaman por tu nombre, pero saben quién eres.
Los cinco no eran humanos, ni hadas, ni criaturas conocidas por los pueblos actuales. Eran parte de una raza ancestral extinta, conocidos como los Velarianos.
Los Velarianos:
Seres de pura esencia mágica, nacidos en la convergencia de los mundos cuando aún no existía la separación entre lo físico y lo etéreo.
No tenían forma fija: podían adoptar apariencia humanoide, animal o elemental según su voluntad o estado emocional.
Su longevidad era tal que medían el tiempo en ciclos de creación y destrucción, no en años.
Eran los primeros en percibir el Velo, no como una amenaza, sino como una parte viva del tejido universal.
Con el tiempo, los Velarianos se dividieron entre quienes querían preservar el equilibrio y quienes deseaban explorar los límites del conocimiento. Cinco sabios últimos de su especie, los únicos que aún podían caminar entre los mundos sin ser consumidos por ellos y uno de ellos, Elarion, el más joven y ambicioso, propuso contener el conocimiento que emanaba del Velo en un artefacto “el necromicon”.
Los cinco sabios que habían descubierto la grieta:
Elarion, el visionario, impulsado por la sed de comprender lo imposible.
Maelis, la guardiana del equilibrio, que creía que todo poder debía tener un límite.
Tharun, el forjador de runas, un artesano de la materia mágica, capaz de encerrar energía en símbolos.
Seyra, la intérprete de los ecos, quien podía escuchar los susurros del Velo sin enloquecer, aunque a un alto costo.
Orvax, el más anciano, que había vivido más de lo que cualquier ser debía vivir, y que temía que el Velo fuera un espejo del fin.
Cada uno representaba una visión distinta del conocimiento. Mientras Maelis y Orvax advertían sobre los peligros de tocar lo desconocido, Elarion insistía en que ignorarlo sería aún más peligroso.
Seyra, atormentada por las voces que solo ella oía, apoyó a Elarion, esperando que el libro pudiera contenerlas. Tharun, neutral, aceptó forjar el artefacto si todos estaban de acuerdo; así nació el Necromicron, no como un libro maldito, sino como un intento de preservar lo incomprensible. Cada página escrita era una transcripción de lo que el Velo susurraba: fórmulas, visiones, advertencias. Pero al escribirlas, les dieron forma. Y al darles forma, les dieron vida.
Pero el Velo no era una fuente pasiva. Era consciente. Y al ser observado, comenzó a observar también.
El Necromicron cambió. Las páginas se reescribían solas. Los símbolos se retorcían. Lo que antes era sabiduría se convirtió en corrupción. Elarion, cegado por su deseo de comprenderlo todo, fue el primero en cruzar la grieta.
Nunca regresó.
Los demás sabios, horrorizados por lo que habían desatado, comprendieron que ya no podían controlar el poder del Necromicron ni las voces que lo habitaban. El Velo se había abierto como una herida en la realidad, y desde su interior, algo antiguo y hambriento comenzaba a despertar.
Maelis, con lágrimas de fuego en los ojos, fue la primera en hablar:
—Si no lo sellamos ahora, no quedará mundo que proteger.
Tharun talló los últimos glifos con manos temblorosas, mientras Seyra recitaba un conjuro que le arrancaba fragmentos del alma. Orvax, el más sabio, ofreció su propia esencia como ancla para cerrar la grieta. Y en el centro de todo, Elarion, ya transformado por el Velo, los observaba desde el otro lado, con una sonrisa que no era suya.