Un giro inesperado el origen

Capítulo 3: El don de la magia

El sol apenas se filtraba entre las hojas del gran árbol cristalino cuando Elyra y varios chicos mas junto con Gibran y Angelica estaban en el claro donde el aire parecía más denso, cargado de energía viva. Allí, el suelo estaba cubierto de musgo brillante, y pequeñas criaturas de luz danzaban entre las raíces.

—Aquí es donde comienza todo —dijo Elyra, arrodillándose junto a una piedra cubierta de líquenes—. La magia no se impone. Se escucha.

Gibrán y Angélica y lo demas la imitaron, sentándose frente a ella. Elyra extendió las manos y tocó la tierra con las yemas de los dedos.

—Cada elemento tiene un pulso. La tierra, el agua, el fuego, el aire… incluso la luz y la sombra. Si aprenden a sentir ese pulso, podrán invocar su ayuda.

Cerraron los ojos. Al principio, solo oyeron el viento y el canto lejano de los pájaros. Pero poco a poco, algo más profundo emergió: un latido suave, como el de un corazón enterrado bajo siglos de silencio.

—¿Lo sienten? —susurró Elyra.

Angélica asintió, con los ojos aún cerrados.
—Es como si la tierra respirara.

—Exacto —dijo Elyra, sonriendo—. Ahora, pídanle algo. No con palabras, sino con intención.

Gibrán pensó en una flor. No una cualquiera, sino una que su madre solía cuidar en su jardín. Sintió el recuerdo como una chispa en el pecho… y entonces, frente a él, un pequeño brote emergió del suelo, tembloroso pero vivo.

Angélica, en cambio, pensó en agua. En la necesidad de limpiar, de sanar. Y una gota se formó en el aire, suspendida, pura.

Los demas chicos por mas que intentaban no les salia nada.

—Ustedes… —murmuró Elyra, sorprendida—. No son como los demás.

Gibrán abrió los ojos.
—¿Por qué lo dices?

—Porque la tierra los escucha como si ya los conociera.

Desde la sombra de un árbol de corteza negra, Kael observaba en silencio. Sus ojos, como brasas encendidas, seguían cada movimiento de Gibrán y Angélica. No era celos lo que sentía, ni desconfianza… era curiosidad profunda, casi reverencia.

Había visto a muchos humanos intentar comunicarse con la tierra. Algunos lograban hacer brotar una hoja, otros apenas sentían el pulso del suelo. Pero lo que acababa de presenciar era distinto.

La flor que Gibrán había hecho nacer no era común: tenía pétalos dobles, con un brillo tenue que solo se veía en las plantas bendecidas por el Velo. Y la gota de agua que Angélica había invocado no se había evaporado… seguía flotando, girando lentamente, como si esperara una orden.

Kael frunció el ceño.
—No son del sur —murmuró para sí—. Y esa vara…

Se giró y desapareció entre los árboles, su mente ya trabajando en silencio. Si esos dos eran lo que él sospechaba… podrían ser la clave para algo más grande. O el inicio de una grieta que aún no existía.

El claro de aprendizaje se llenaba cada día con más voces. Hadas de distintas regiones enseñaban a grupos de humanos —jóvenes, adultos, incluso ancianos— a escuchar los elementos, a invocar sin dominar, a pedir sin exigir.

Gibrán y Angélica se integraron con naturalidad. Su conexión con la magia fluía como si siempre hubiera estado allí, dormida, esperando despertar.

Uno de los aprendices humanos —un joven de andar silencioso y mirada aguda— los observaba desde el primer día. Misael se llamaba, y aunque su rostro aún guardaba la redondez de la juventud, sus ojos parecían tallados por años que no le pertenecían. Sus cejas, gruesas y tensas como ramas bajo tormenta, se fruncían cada vez que Angelica, Gibran o la misma Elyra se acercaba, como si sus presencias le irritaran alguna herida invisible.

Misael no hablaba mucho, pero estaba siempre ahí. Bajo el roble donde se practicaban los cantos de arraigo. Junto a la fuente de savia donde los aprendices aprendían a escuchar el pulso de la tierra. Incluso en los márgenes de las comidas comunales, donde la música de las hadas solía aflojar las lenguas de todos... menos la suya.

Era hábil, sí. Sus manos se movían con una precisión casi mecánica, como si cada gesto estuviera grabado en sus huesos. Sus dedos trazaban runas en el aire con exactitud de escriba antiguo, y sus labios pronunciaban los viejos sonidos de la lengua mágica sin titubeos, como si los hubiera memorizado desde antes de nacer. Los hechizos tomaban forma ante él, sí… pero no florecían.

Había algo en su magia que no vibraba con la misma energia que el resto del asentamiento. No tenía la suavidad de una hoja al caer, ni la calidez de la savia cuando fluye. Su poder era rígido, como una rama que se niega a doblarse. No era una danza con la energía del bosque: era una lucha. Como si la tierra no lo reconociera, y él se empeñara en arrancarle lo que no estaba dispuesto a dar.

Era un conjuro sin alma. Una fuerza invocada a golpes, a voluntad pura, pero sin la cadencia del corazón abierto. Era como ver a alguien forzar el crecimiento de una flor estrujando la semilla.

Los árboles no respondían a su llamado con gratitud, sino con resignación. El aire se espesaba a su alrededor cada vez que alzaba la voz, y a veces, las hojas temblaban... no de emoción, sino de aviso.

Misael lo sentía. Aunque no lo decía, lo sabía. Por eso su rostro se endurecía cada vez que Angelica cerraba los ojos y dejaba que la magia la encontrara a ella. Por eso su puño se apretaba al ver cómo Gibran susurraba a las brasas y estas bailaban felices en su palma. Su poder era real, sí. Pero carecía de lo que más anhelaba y no sabía nombrar: la armonía.

Y esa ausencia, en un lugar donde todo estaba vivo, lo volvía más solo de lo que él mismo se atrevía a admitir.

Los más sabios decían que la magia debía ser invitada, no domada. Que ella respondía al canto del alma, no al grito de la ambición. Pero Misael, quizás sin darse cuenta, la buscaba como quien exige respuestas al silencio.

Y cada vez que Angelica canalizaba sin esfuerzo una brisa dorada, o que Gibran invocaba un fuego que no quemaba, los ojos del joven aprendiz brillaban con una mezcla inconfundible de asombro... y envidia.



#1231 en Fantasía
#210 en Magia

En el texto hay: magia, amistad, hadas y trolls

Editado: 22.07.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.