Un giro inesperado el origen

Capítulo 4: La reina de la luz

El amanecer en Claro Verde no llegaba con el sol, sino con el canto de los árboles. Las hojas del gran árbol cristalino vibraban con una melodía suave, y la luz que se filtraba entre sus ramas no era solar, sino mágica: una mezcla de recuerdos, esperanza y equilibrio.

En lo alto de una plataforma tejida por ramas vivas y pétalos flotantes, se encontraba Lirael, la Reina de Luz de Raza: Hada primordial; su edad aparente: Indefinida (su rostro parece joven, pero sus ojos han visto siglos). Títulos: Guardiana del Equilibrio, Voz del Velo, Reina de Claro Verde.

Su aparencia es como que no camina: flota suavemente, como si la gravedad la respetara. Su cabello es largo, blanco como la luz de luna, y cae en ondas que parecen moverse con voluntad propia. Su piel tiene un brillo tenue, como si estuviera hecha de néctar y cristal. Sus alas, cuando las despliega, no son como las de otras hadas: son traslúcidas, con vetas doradas, y emiten un leve zumbido armónico que calma a quien la escucha. Sus ojos son su rasgo más impactante: verdes como el corazón de un bosque antiguo, pero con destellos de azul y violeta cuando entra en comunión con el Velo. Mirarla directamente puede provocar visiones en quienes son sensibles a la magia. Vestimenta: Lleva una túnica tejida con hilos de luz y pétalos eternos. El borde de su capa cambia de color según el estado del equilibrio entre los mundos. En su frente lleva una diadema de ramas vivas, símbolo de su conexión con la tierra y el Velo.

Poderes y habilidades:

  • Comunión directa con el Velo: puede recibir visiones del pasado, presente y posibles futuros.

  • Magia de equilibrio: no ataca ni destruye, pero puede neutralizar cualquier hechizo o energía desbalanceada.

  • Lengua de los Orígenes: habla el idioma primordial que puede ser comprendido por cualquier criatura viva.

  • Presencia pacificadora: su sola cercanía calma conflictos y purifica ambientes contaminados por magia oscura.

Lirael es de personalidad serena, compasiva y profundamente sabia. No impone su voluntad, pero cuando habla, incluso los más orgullosos escuchan. Tiene una tristeza silenciosa, como si supiera que todo lo que ama está destinado a cambiar. Cree en la unión entre especies, pero también en la necesidad de proteger el equilibrio a cualquier costo. El Velo no lo teme, pero lo respeta. Es la única hada viva que ha entrado en el corazón del Velo y ha regresado con la mente intacta. Desde entonces, el Velo le habla en sueños, y ella guarda sus secretos con devoción.

Su presencia no imponía, pero detenía el tiempo. Su cabello, largo y blanco como la luna, caía sobre una túnica de hilos dorados que parecían moverse con voluntad propia. Sus ojos, de un verde profundo, no miraban el presente: veían más allá.

Lirael no gobernaba con fuerza, sino con sabiduría. Era la única entre las hadas que podía entrar en comunión directa con el Velo sin perderse. Cada luna nueva, se retiraba al Santuario del Umbral, un círculo de piedra y agua donde el Velo susurraba verdades antiguas.

Esa noche, mientras el asentamiento dormía, Lirael se arrodilló en el centro del santuario. El agua se tornó negra. El aire se volvió denso. Y entonces, la visión llegó.

Vio fuego. Vio una grieta en el cielo. Vio a Kael y a Nyssara tomados de la mano, rodeados de sombras. Vio a un joven de ojos oscuros y vara brillante —Gibrán— enfrentando algo que no tenía forma. Y vio su propio rostro… llorando.

Cuando la visión terminó, Lirael cayó hacia atrás, jadeando. Las piedras del santuario brillaban con un resplandor tenue, como si hubieran absorbido parte de su dolor.

—El equilibrio… se romperá —susurró—. Y el Velo… ya lo sabe.

El viento del amanecer traía consigo un murmullo distinto. No era el canto de los árboles ni el susurro de las hadas. Era el Velo, hablando a través del mundo.

Gibrán se había alejado del asentamiento, buscando un momento de silencio. Se sentó junto a un estanque de aguas quietas, donde los reflejos no mostraban el cielo, sino recuerdos. Cerró los ojos.

—No es común que los recién llegados busquen soledad —dijo una voz suave detrás de él.

Gibrán se giró. Y la vio.

Lirael no necesitaba presentación. Bastó que entrara al claro para que el murmullo de los árboles se silenciara y la brisa cambiara de dirección, como si el bosque mismo la reconociera antes que cualquier boca pudiera pronunciar su nombre.

Su sola presencia lo envolvió como una brisa cálida al final del invierno, de esas que no se sienten con la piel, sino con el recuerdo. Sus alas, aunque plegadas contra su espalda, irradiaban una luz suave, temblorosa, como si contuvieran amaneceres que aún no habían ocurrido. El aire a su alrededor olía a lavanda antigua, a rocío bendecido por los primeros cantos del mundo.

Sus ojos —profundos, verdes como las grietas del tiempo donde la magia se esconde— se posaron en Gibrán con una familiaridad desconcertante. Lo miraba no como quien ve por primera vez, sino como quien reconoce algo que creía perdido.

—Majestad —dijo él, poniéndose de pie con torpeza, como si sus huesos supieran que no bastaba con estar erguido ante ella.

Pero Lirael sonrió con suavidad, una sonrisa que no juzgaba, sino que recordaba.

—No necesitas inclinarte —respondió con voz de agua quieta—. El Velo ya te ha tocado. Eso te hace parte de algo más antiguo que los títulos.

Las palabras cayeron sobre Gibrán como una balde de agua fria. El pecho se le apretó sin saber por qué, y tragó saliva, sintiendo el peso de algo que aún no comprendía del todo.

—¿Sabe quién soy?

Lirael guardó silencio. No por duda, sino porque sus palabras parecían buscar su sitio exacto antes de ser pronunciadas.

—No del todo —admitió al fin—. Pero te he visto… en sueños. En fragmentos desordenados, como espejos rotos bajo el agua. Te he visto caminando entre mundos, hablando con sombras que otros temen, sosteniendo una vara que no pertenece a este tiempo. Una que no se forjó con manos humanas… sino con voluntad antigua.



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En el texto hay: magia, amistad, hadas y trolls

Editado: 22.07.2025

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