Un giro inesperado el origen

Capítulo 7: El guardián silente

El claro había recobrado su forma, pero no su calma.
Algo en el aire seguía vibrando, como un susurro que se negaba a apagarse.

Gibrán y Angélica avanzaban en silencio, con los sentidos embotados y el eco de la visión aún palpitando detrás de los ojos. La torre derruida. La estrella negra. El fuego devorándolo todo.
Nada parecía un recuerdo ajeno.
Todo era demasiado tangible, demasiado cercano. Más real, incluso, que el suelo bajo sus pies.

—¿Crees que fue una advertencia? —preguntó Angélica, sin apartar la vista del sendero.

—No lo sé —respondió Gibrán—. Pero no fue solo una imagen.
Lo sentí… como si ya hubiese estado allí. Como si una parte de mí nunca hubiera salido.

Angélica se detuvo.
El viento sopló, suave, casi reverente. No era la brisa de siempre.
Era como si el bosque entero contuviera el aliento para escucharlos.

Como si algo invisible hubiese despertado.
Y ya no estuvieran solos.

—¿Y si lo que vimos es el futuro de aqui?

Gibrán la miró, y un escalofrío le recorrió la espalda. La posibilidad lo sacudió por dentro: si aquello pertenecía al pasado, significaba que ya había sucedido una vez. Y si había sucedido antes… podía volver a ocurrir.

Fue entonces cuando lo sintieron.

Una presencia.

No era como la de Lirael, cuya luz envolvía con ternura, ni como el velo, que palpitaba con una magia casi viva. Esta era otra cosa. Más antigua. Más densa. Como si el tiempo, al notarla, hubiese contenido el aliento.

Entre los árboles, la figura apareció de nuevo.

No caminaba. No flotaba. Simplemente estaba. Como si formara parte del bosque desde siempre, aguardando el momento exacto para dejarse ver.

Gibrán avanzó un paso, instintivo, pero Angélica lo sujetó por el brazo con firmeza.

—No lo provoques —susurró—. No es como los demás.

La figura permanecía inmóvil, en silencio. Pero su mirada —si es que tenía ojos— se posó sobre ellos como una pregunta muda, como una verdad esperando respuesta. Y entonces, sin emitir sonido alguno, proyectó una visión dentro de sus mentes.

Un círculo de piedra.
Una vara rota.
Y un nombre tallado en una lengua que no debería recordarse: Elarion.

Gibrán sintió un tirón en el pecho. La vara que llevaba vibró con fuerza, como si reconociera ese nombre.

—¿Quién eres? —preguntó, con voz firme.

La figura no respondió. Pero el viento trajo un susurro, apenas audible:

“El Guardián no ha muerto. Solo espera.”

Y luego, desapareció.

Angélica se llevó una mano al pecho. Su respiración era irregular, pero no era miedo lo que sentía. Era algo más antiguo, más visceral. Como si una fibra invisible dentro de ella hubiese sido rozada por una verdad que no alcanzaba a comprender.

—¿El Guardián…? —murmuró, apenas un aliento—. ¿Crees que hablaba de ti?

Gibrán negó lentamente con la cabeza, los ojos clavados en el lugar donde la figura había estado.

—No. Creo que hablaba de alguien más.
Alguien que aún sigue ahí… atrapado dentro del Velo.

Se miraron en silencio. La visión. La figura sin forma. El nombre prohibido.

Todo conducía a una única y escalofriante certeza: el pasado no estaba enterrado. No había sido olvidado.

Solo aguardaba.

Y ahora, sin saberlo del todo, ellos habían girado la llave.
Habían abierto la puerta.



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En el texto hay: magia, amistad, hadas y trolls

Editado: 22.07.2025

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