Un giro inesperado el origen

Capitulo 8: La hada de las sombras

Nyssara no era como las demás hadas.

Desde sus ropajes hasta su forma de volar, todo en ella desentonaba con la armonía luminosa del resto. Mientras las hadas del consejo vestían túnicas de lino claro, adornadas con cintillas doradas que brillaban al sol, Nyssara prefería telas oscuras, casi siempre negras o azul profundo, que absorbían la luz en lugar de reflejarla. Donde otras volaban en grupos, formando espirales de danza y canto, ella lo hacía sola, deslizándose entre las ramas como una sombra con alas.

No era por desprecio. Era por elección.

Nyssara observaba más de lo que hablaba. Leía más de lo que compartía. Su mente era un laberinto de símbolos, teorías y secretos. Por eso, a pesar de su excentricidad —o quizás por ella—, había sido elegida para formar parte del Círculo Especial del Consejo.

No era la más poderosa. Pero sí la más analítica. Y eso la hacía peligrosa.

Desde joven, había sentido una afinidad inusual con el Velo. Mientras otras hadas lo percibían como una barrera sagrada, ella lo escuchaba. Literalmente. En las noches más silenciosas, cuando el mundo dormía, Nyssara oía susurros. Voces que no venían del bosque ni del viento, sino de algo más profundo. Algo atrapado.

Ella… quería entenderlo y ella… lo escuchaba.

Nyssara sabía que el Velo no era solo una barrera. Era un ser. Una conciencia. Y como toda conciencia, tenía memoria… y secretos.

En sus meditaciones más profundas, había sentido una presencia atrapada. Una voz que no era del todo ajena. Una sombra que no la asustaba, sino que la llamaba por su nombre.

Elarion.

No sabía quién era al principio. Solo que estaba allí, esperando. Observando. Y que, de alguna forma, la había elegido a ella.

—¿Por qué yo? —le preguntó una noche, mientras el bosque dormía.

“Porque tú no temes la oscuridad. La comprendes.”

Desde entonces, Nyssara comenzó a preparar el recipiente. No por obediencia. Sino por ambición. Porque si Elarion decía la verdad, si realmente podía ofrecerle un trono más allá de la luz, entonces todo lo que había aprendido, todo lo que había soportado, tendría sentido.

Y ella no sería solo una sombra entre hadas.

Sería la reina de las sombras.

Una noche, mientras seguía un susurro que solo ella podía oír, se desvió del sendero marcado y descendió por una grieta entre raíces retorcidas. Allí, en lo profundo de la tierra, encontró una cueva olvidada por el tiempo. No había luz, pero tampoco oscuridad. Solo un silencio denso, expectante.

Allí creó su santuario.

Un espacio oculto, protegido por encantamientos de sombra y silencio. Nadie debía saber lo que hacía. Porque Nyssara estaba segura de algo: si las demás hadas descubrían sus estudios, sus rituales, sus intenciones… no solo la expulsarían. La encerrarían.

Porque el propósito de las hadas era crear y fluir. No detener y poseer.

Pero Nyssara no quería fluir. Quería comprender. Quería reinar.

Y en ese santuario, entre símbolos antiguos y cristales oscuros, comenzó a construir el recipiente. No por obediencia. Sino por ambición.

Porque la voz que la llamaba desde el Velo no era una alucinación.

Era Elarion.

Y él le había prometido un trono.

En el santuario subterráneo, oculto bajo las raíces de un árbol muerto, Nyssara tejía con hilos de obsidiana y savia negra. Frente a ella, un cuerpo sin alma: un gólem de piedra y corteza, con un hueco en el pecho donde debía ir el corazón. Lo creo con instrucciones de Elarion, el le dijo como debia hacer ese gollum y que elementos debia usar.

—Ya casi estás listo —susurró Nyssara, mientras colocaba un cristal oscuro en el centro del torso.

El aire se volvió denso. El Velo tembló.

Y entonces, una voz emergió desde la nada. No era un sonido. Era una presencia que se filtraba entre los pensamientos.

“¿Estás lista para liberarme?”

Nyssara cerró los ojos. La voz de Elarion era como un eco que no necesitaba boca. Un espectro atrapado en el corazón del Velo, condenado a observar sin actuar… hasta ahora.

—Te daré forma —dijo ella—. Pero no por ti. Lo hago por lo que me prometiste.

“Un reino. Un ejército. Un trono más allá de la luz.”

El gólem se estremeció. El cristal brilló con una luz oscura, y una sombra se deslizó desde el techo, como humo que encuentra su recipiente. Elarion entró en el cuerpo artificial, y por primera vez en siglos, tuvo forma.

No era carne. No era vida. Pero era suficiente.

—Ahora —dijo Nyssara—, cumple tu parte.

Elarion alzó la cabeza. Sus ojos eran pozos sin fondo.

“Necesito el libro. El Necromicrón. Solo con él podré abrir las puertas del Velo por completo.”

—¿Dónde está?

“Oculto. Sellado por cuatro Velarianos. Cada uno dejó una pista. Pero nadie ha logrado unirlas… aún.”

Nyssara asintió. No estaría sola en esta búsqueda.

Horas más tarde, en un claro olvidado por el consejo, Kael y Misael se reunieron con ella. No por casualidad. Elarion los había llamado. A cada uno, les había susurrado lo que más deseaban oír.

—Poder —dijo Misael, con una sonrisa torcida—. Eso fue lo que me prometiste.

—Y a mí, conocimiento —añadió Kael—. El verdadero propósito del Velo.

Nyssara los miró con una mezcla de desdén y complicidad.

—Y a mí, un trono.

Elarion, desde el interior del gólem, habló con voz grave.

“Entonces, únanse. Encuentren el libro. Y yo les daré lo que buscan.”

Los tres se miraron. No eran aliados. No aún. Pero compartían algo más fuerte que la lealtad: ambición. Y el Velo… comenzaba a ceder.

Esperaron al anochecer y se volvieron a juntar en el claro donde Elarion los habia reunido antes dandoles la instruccion de buscar el libro: la luz de la luna apenas se atrevía a tocar el suelo. Las ramas formaban una cúpula natural, y en el centro, tres figuras se reunían por primera vez como conspiradores.



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En el texto hay: magia, amistad, hadas y trolls

Editado: 22.07.2025

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