El aire era denso en las ruinas de Lirandel, un antiguo santuario velariano que alguna vez brilló con luz etérea. Ahora, solo quedaban columnas quebradas, raíces que se enroscaban como serpientes y una bruma púrpura que parecía susurrar secretos olvidados.
Kael avanzaba con cautela, su vara envuelta en un tenue resplandor azul, artefacto hallado en una de las busquedas, Elarion le dijo que lo tomara y la hiciera suya. A su lado, Nyssara mantenía los ojos entrecerrados, atenta a los ecos del Velo. Misael, en cambio, parecía impaciente, como si algo lo llamara desde lo profundo de la tierra.
—Aquí es —dijo Nyssara, deteniéndose frente a un altar derrumbado—. El Velo... susurra con fuerza.
Kael se arrodilló y la vara brillo con un blanco intenso, se arrodillo y apartó maleza y escombros. Debajo, hallaron un compartimento oculto, sellado con símbolos que solo respondían a la magia ancestral. Misael, sin esperar indicaciones, colocó su mano sobre el sello. Un destello negro recorrió su brazo, y el compartimento se abrió con un crujido seco.
Dentro, descansaban tres fragmentos de obsidiana, cada uno con inscripciones que parecían moverse como tinta viva. Al tocarlos, una oleada de energía oscura recorrió sus cuerpos. Kael retrocedió, pero Misael y Nyssara no soltaron los fragmentos.
—Esto... no es magia común —murmuró Kael, con el ceño fruncido.
—No —respondió Nyssara, con la voz más grave de lo habitual—. Es conocimiento prohibido. Pero si queremos encontrar el Necromicrón completo... debemos entenderlo.
Misael sonrió, y por un instante, sus ojos brillaron con un fulgor carmesí.
Mientras Misael examinaba su fragmento con una mezcla de fascinación y codicia, Nyssara se sentó en silencio frente al suyo. Las inscripciones parecían moverse, pero para ella no eran solo símbolos: eran palabras vivas, antiguas, cargadas de intención.
—¿Puedes leerlo? —preguntó Kael, aún con recelo.
Nyssara asintió lentamente, sus ojos tornándose de un violeta profundo mientras el Velo se entrelazaba con su conciencia.
—Es Velariano antiguo... muy anterior a los textos que estudiamos en el Consejo. Esto no fue escrito por hadas. Fue escrito por los Velarianos originales, los que tenían conocimiento del Velo.
Kael frunció el ceño.
—¿Originales? ¿Creímos que todos los Velarianos desaparecieron...?
—No —interrumpió Nyssara—. Uno fue sellado por intentar manipular la esencia del Velo. Este fragmento es parte de un tratado prohibido. Habla de cómo fragmentar el alma para contener más poder sin que el cuerpo colapse.
Misael se acercó, intrigado.
—¿Y eso es posible?
—Sí —respondió Nyssara, con un tono que mezclaba temor y asombro—. Pero el precio es alto. El alma se vuelve inestable. Vulnerable.
Kael se levantó de golpe.
—Esto es una locura. No podemos seguir por este camino.
Pero Nyssara no lo escuchaba. Sus dedos seguían las líneas del fragmento, y su voz comenzó a recitar en velariano. El aire se volvió más denso, y por un instante, el altar pareció latir como un corazón oscuro.
La noche cayó sobre las ruinas de Lirandel como un manto espeso. El cielo, cubierto de nubes violáceas, parecía reflejar la energía que ahora emanaba del altar. Los tres se habían refugiado en una cámara subterránea, donde el eco de los antiguos rituales aún flotaba en el aire.
Nyssara no dormía. Sentada en posición de loto, sostenía el fragmento frente a ella, murmurando en velariano. Cada palabra que pronunciaba parecía abrir una grieta en su mente, una puerta hacia algo más profundo.
De pronto, el fragmento vibró. Una voz surgió, no desde el exterior, sino desde dentro de su conciencia.
—Nyssara... tú puedes oírme.
Ella abrió los ojos de golpe. El fragmento brillaba con una luz oscura, y en su interior, una silueta se formaba: ojos sin pupilas, una figura envuelta en sombras.
—¿Quién eres? —susurró, sin moverse.
—Soy Elarion. Fui sellado por los míos por ver más allá del límite. Pero tú... tú puedes liberarme.
Nyssara tragó saliva. El nombre resonó en su memoria, en los textos prohibidos, en los susurros del Velo.
—Eres uno de los originales...
—El último. El único que comprendió que el Velo no es una barrera, sino un puente. Tus pensamientos me han traído. Tus dudas me han abierto paso.
Kael, que dormía cerca, se removió inquieto. Misael, en cambio, parecía en trance, con su fragmento apoyado sobre el pecho.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó Nyssara, aunque en el fondo ya lo sabía.
—Solo que escuches. Solo que aprendas. El poder que buscas no está en el libro... está en ti. El Necromicrón es solo una llave. Pero tú... tú puedes ser la puerta.
La voz se desvaneció, pero el eco quedó latiendo en su mente. Nyssara bajó la mirada. El fragmento ya no brillaba, pero algo dentro de ella había cambiado.
Y en la penumbra, Misael sonrió en sueños.
Al amanecer, la luz apenas lograba filtrarse entre las raíces que cubrían la entrada de la cámara subterránea. Kael se incorporó con el ceño fruncido. Había soñado con fuego, con una torre derrumbada y una estrella negra que giraba sobre un cielo sin luna.
Se acercó a Nyssara, que aún meditaba frente al fragmento. Su piel parecía más pálida, y una sombra tenue se extendía desde sus pies, como si el suelo la absorbiera lentamente.
—Nyssara... ¿estás bien?
Ella abrió los ojos, pero tardó en enfocar. Cuando lo hizo, su mirada era distinta: más profunda, más lejana.
—Estoy viendo más allá, Kael. El Velo me muestra cosas que antes no comprendía.
—¿Qué tipo de cosas?
—Verdades. Sobre nosotras, sobre los Velarianos... sobre el propósito del Necromicrón. No fue creado para destruir. Fue creado para trascender.
Al amanecer, la luz apenas lograba filtrarse entre las raíces que cubrían la entrada de la cámara subterránea. Kael se incorporó con el ceño fruncido. Había soñado con fuego, con una torre derrumbada y una estrella negra que giraba sobre un cielo sin luna.