El claro donde se reunieron estaba oculto entre árboles retorcidos, lejos de cualquier asentamiento humano o hada. Kael, Nyssara y Misael habían trazado un círculo con ceniza negra, siguiendo las instrucciones del pergamino hallado en Lirandel. En el centro, los tres fragmentos del Necromicrón brillaban con una intensidad inestable.
—¿Estás segura de que esto funcionará? —preguntó Kael, con la voz tensa.
—No se trata de funcionar —respondió Nyssara, mientras colocaba símbolos alrededor del círculo—. Se trata de abrir. De permitir que lo que está más allá del Velo nos escuche.
Misael ya había comenzado a recitar. Su voz era grave, gutural, como si no le perteneciera del todo. El aire se volvió espeso, y el suelo comenzó a agrietarse bajo sus pies.
Kael y Nyssara se unieron al canto. Las palabras velarianas resonaban con una fuerza que parecía desgarrar el tejido mismo del mundo. El Velo, invisible hasta entonces, comenzó a ondular como una cortina de humo entre ellos.
Pero algo estaba mal.
El círculo tembló. Las cenizas se dispersaron como si una fuerza las rechazara. El suelo se ennegreció, y una mancha oscura comenzó a extenderse desde el centro, marchitando la hierba, los árboles, y hasta el aire mismo.
—¡Detente! —gritó Kael, pero Misael no podía o no quería parar.
Del centro del círculo, una grieta se abrió. No era física, sino espiritual. Y de ella, emergió una figura envuelta en sombras, con ojos sin pupilas y una presencia que helaba la sangre.
Elarion había escapado y su escencia esta contenida en el gollum que Nyssara creo, Elarion aunque no estaba del todo liberado, se sentia despues de un siglo libre.
En Claro Verde, el cielo se tornó gris sin aviso. Las flores cerraron sus pétalos, y los árboles comenzaron a inclinarse como si una fuerza invisible los empujara hacia el suelo. Lirael, de pie sobre la plataforma de cristal del estanque sagrado, sintió el estremecimiento del Velo como un grito lejano.
—Ha escapado —murmuró, con la voz quebrada.
Gibrán y Angélica, que se encontraban junto a ella, intercambiaron una mirada de alarma.
—¿Quién? —preguntó Angélica.
—Elarion. El último de los Velarianos originales. El que fue sellado por intentar romper el equilibrio. Su esencia ha cruzado el umbral.
Lirael cerró los ojos. Su luz interior titilaba, como si algo la apagara desde dentro.
—Debemos prepararnos. Lo que viene no es solo oscuridad... es conocimiento corrompido. Poder sin alma.
Antes de que pudiera decir más, un estruendo sacudió el bosque. Desde el límite norte de Claro Verde, una figura emergió entre la niebla: Kael, cubierto de ceniza, con los ojos encendidos por un fulgor azul oscuro.
—¡Lirael! —gritó—. ¡Ya no podemos confiar en ustedes!
Las hadas se tensaron. Gibrán dio un paso al frente, pero Lirael lo detuvo con un gesto.
—¿Qué ha pasado, Kael?
—¡Nos ocultaron la verdad! ¡Nos negaron el acceso al conocimiento del Velo! ¡Y ahora, por su culpa, el equilibrio se ha roto! ¡Los humanos deben tomar el control de su destino!
—¿Qué hiciste? —preguntó Lirael, aunque ya conocía la respuesta.
—Lo que ustedes no se atrevieron a hacer. Abrimos la puerta. Y ahora, todos los humanos deben unirse. Convoco a los nuestros. ¡Es hora de la guerra!
El silencio que siguió fue más aterrador que el grito. Las hadas retrocedieron. Gibrán sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Angélica apretó su mano.
Lirael bajó la mirada. Una lágrima cayó al estanque, y el agua se volvió turbia.
—Entonces... la Fractura ha comenzado.
En lo profundo del bosque, lejos del caos de Claro Verde, el santuario oculto de Nyssara tembló. Las raíces que lo protegían se marchitaron, y la cueva que albergaba al gólem comenzó a resquebrajarse.
El gólem, construido con piedra, savia endurecida y fragmentos de obsidiana, yacía inmóvil en el centro del santuario. Pero ahora, sus ojos se encendieron con una luz púrpura. Su pecho, donde Nyssara había incrustado un fragmento del Velo, comenzó a latir con un ritmo irregular.
Una voz emergió desde dentro. No era un eco, ni un recuerdo. Era Elarion.
—Por fin... carne y piedra. Forma y voluntad.
El gólem se incorporó lentamente. Su cuerpo crujía como un árbol viejo, pero su presencia era imponente. No era solo una creación mágica. Ahora era un recipiente.
—Gracias, Nyssara —susurró la voz desde dentro—. Me diste un cuerpo. Me diste un camino.
En Claro Verde, Lirael sintió el estremecimiento. Cayó de rodillas, con las alas plegadas, y susurró:
—Ya no es solo una amenaza. Es una presencia.
Gibrán, aún confundido por lo que sentía, miró a Angélica.
—¿Lo sientes? Es como si algo... se hubiera encendido dentro de mí. Como si algo me buscara.
Angélica asintió, con el rostro pálido.
—Y no es algo bueno.
Mientras tanto, en el bosque, el gólem dio su primer paso. Donde su pie tocaba la tierra, la vida se marchitaba. No era solo un cuerpo animado. Era Elarion renacido.
Y la Fractura... ya no podía detenerse.
El cielo sobre Claro Verde se tornó blanco, como si el mundo contuviera la respiración. Lirael, con el rostro endurecido por la tristeza, se elevó sobre la gran explanada. Las hadas de todos los clanes acudieron al llamado: curanderas, tejedoras de luz, guardianas del bosque, incluso las más antiguas, que rara vez abandonaban sus santuarios.
Gibrán y Angélica estaban a su lado, confundidos, pero sabían que algo irreversible estaba por suceder.
—Hermanas —dijo Lirael, su voz amplificada por la magia del Velo—. El equilibrio ha sido roto. Un ser prohibido ha cruzado el umbral, y su esencia habita ahora entre nosotros.
Un murmullo recorrió la multitud. Algunas hadas miraron a Gibrán y Angélica con desconfianza.
—No todos los humanos son culpables —continuó Lirael—. Pero Kael y Misael han traicionado el pacto. Han usado el conocimiento prohibido, han abierto la grieta, y han traído de vuelta a Elarion.