La batalla en Claro Verde había cesado, pero el aire seguía cargado de tensión. Las hadas curaban a las heridas, y los árboles susurraban con un tono más grave, como si la tierra misma lamentara lo ocurrido.
Lirael, aún debilitada por el enfrentamiento con Nyssara, llamó a Gibrán y Angélica al santuario del estanque. La superficie del agua, antes cristalina, ahora mostraba reflejos de fuego y sombra.
—El Velo ha hablado —dijo Lirael, con voz suave pero firme—. Y ustedes dos han sido elegidos para restaurar lo que se ha quebrado.
Gibrán frunció el ceño.
—¿Cómo? ¿Qué podemos hacer nosotros?
—No se trata de poder —respondió Lirael—. Se trata de pureza. De intención. El Velo reconoce en ustedes una armonía que ni siquiera los Velarianos pudieron sostener. Por eso deben recorrer los Siete Nodos de Sabiduría, lugares donde los Velarianos originales dejaron fragmentos de conocimiento puro, antes de que Elarion los corrompiera.
Angélica dio un paso al frente.
—¿Y qué haremos con esos fragmentos?
—Los reunirán —dijo Lirael—. Y con ellos, podrán crear un nuevo sello, uno que no encierre, sino que purifique. El Necromicrón no puede ser destruido sin consecuencias. Pero puede ser transformado.
Gibrán asintió lentamente. Algo en su interior vibraba con esa idea. No era una misión de guerra. Era una misión de sanación, por eso fueron traídos a este momento. Debían sanar... y con ello, restaurar.
Lirael extendió la mano, y del agua emergió una vara de cristal blanco, distinta a la que Gibrán ya poseía.
—Esta es la Vara de Resonancia. Solo responde a quienes caminan con el corazón abierto. Te guiará cuando el Velo no pueda hablar.
Gibrán la tomó, y al hacerlo, una visión lo envolvió: siete lugares, siete luces, y una sombra que los seguía de cerca.
—¿Dónde está el primer nodo? —preguntó Angélica.
Lirael sonrió con tristeza.
—En el lugar donde todo comenzó: las ruinas de Lirandel.
El viaje hacia las ruinas de Lirandel fue silencioso. El bosque parecía observarlos, y el Velo susurraba fragmentos de palabras que solo Angélica lograba entender del todo. La Vara de Resonancia brillaba débilmente, guiándolos por senderos ocultos entre raíces y niebla.
Al llegar a la entrada de las ruinas, una estructura de piedra cubierta de musgo y símbolos velarianos se alzaba como un umbral olvidado. Pero algo los detuvo.
Una figura sin rostro, hecha de luz y sombra, emergió del aire. No hablaba, pero su presencia imponía respeto. Frente a él, una inscripción flotaba en el aire, escrita en velariano antiguo. La Vara de Resonancia la tradujo lentamente:
“Solo quien comprenda el ciclo puede avanzar.
Nómbrame sin nombrarme.
Soy principio y fin,
y en mí, todo se transforma.”
Gibrán frunció el ceño. Angélica se acercó, leyendo en voz baja.
—Es un acertijo. No es una trampa... es una prueba de comprensión.
—¿El ciclo...? —murmuró Gibrán—. ¿Vida? ¿Muerte?
—No —dijo Angélica, pensativa—. Es algo más profundo. No se trata solo de nacer o morir. Se trata de lo que une ambos extremos.
Gibrán cerró los ojos. El Velo le mostró imágenes: una hoja cayendo, un río que se seca, una estrella que explota... y luego, una semilla, una lluvia, una nueva luz.
—Cambio —dijo finalmente—. Eres el cambio.
La figura sin rostro se desvaneció en un remolino de viento. La piedra se abrió, revelando un pasaje oculto hacia el corazón de Lirandel.
La Vara de Resonancia brilló con fuerza. El primer nodo los esperaba.
El pasaje oculto los condujo a una cámara circular, tallada en piedra blanca con vetas doradas. En el centro, un pedestal sostenía una esfera de cristal opaco, suspendida en el aire por una fuerza invisible. Alrededor, siete arcos de piedra formaban un círculo, cada uno con un símbolo velariano distinto.
La Vara de Resonancia comenzó a vibrar.
—Este lugar... —susurró Angélica—. Es un nodo. Pero no el primero. Es un punto de enlace. Un lugar de juicio.
La esfera se iluminó, y una voz antigua resonó en la cámara. No era una voz física, sino mental, como si el Velo hablara directamente a sus pensamientos.
“Para hallar el siguiente nodo, deben responder con el alma.
No basta con saber. Deben recordar.
¿Qué fue lo primero que se rompió cuando el conocimiento se volvió ambición?”
Recordó a Biff y su ambición desbordada... Ahora lo veía también en Kael. Mismo fuego, mismo vacío. Luego vinieron a su mente Misael, Nyssara… Todos, en el fondo, impulsados por lo mismo: poder.
Lo que alguna vez fue un anhelo sincero por comprender, se había corrompido. Se transformó en deseo de poseer, de doblegar, de controlar.
—La confianza —dijo en voz baja—. Fue lo primero que se rompió.
La esfera brilló con intensidad, pero no se abrió. La voz continuó:
“¿Y qué puede restaurarla?”
Angélica dio un paso al frente. Su voz fue clara, sin titubeos.
—La verdad. No la verdad absoluta, sino la compartida. La que se construye entre dos que se escuchan.
La esfera se partió en dos, revelando un mapa etéreo flotante. Una línea de luz se extendía hacia el este, hacia un bosque cubierto de niebla.
—Ahí está el siguiente nodo —dijo Gibrán.
Pero antes de que pudieran avanzar, una figura surgió de uno de los arcos. Era una proyección de Nyssara, o quizás un eco de su sombra. No hablaba, pero su presencia era una advertencia.
—No será fácil —murmuró Angélica—. Nos están observando.
Gibrán asintió, apretando la Vara de Resonancia.
—Entonces que nos vean. Porque no vamos a detenernos.
Guiados por el mapa etéreo revelado en Lirandel, Gibrán y Angélica se adentraron en una región donde el Velo era más denso, como si el tiempo se ralentizara. Tres puntos brillaban en la distancia, formando un triángulo perfecto. La Vara de Resonancia vibraba con fuerza.
—Están cerca —dijo Angélica—. Los tres nodos... están conectados.