El cielo de Neraida amaneció cubierto por una neblina plateada. Las campanas de cristal de Claro Verde resonaron por todo el bosque, un sonido que solo se usaba en tiempos de juicio. Las hadas más antiguas, los guardianes del Velo, y los representantes de los clanes humanos fueron convocados al Círculo de Raíces, un lugar sagrado donde la verdad no podía ocultarse.
Lirael, vestida con un manto de luz tenue, se encontraba en el centro del círculo. A su lado, Gibrán y Angélica observaban en silencio. El Velo flotaba sobre ellos como una cortina viva, sensible a cada emoción.
—Hoy no juzgamos con odio —dijo Lirael, su voz clara y firme—. Hoy buscamos restaurar el equilibrio. Kael y Nyssara han cruzado límites que no debían tocar. Pero aún pueden responder por sus actos.
Los asientos del consejo se llenaron. Las hadas miraban con tristeza. Los humanos, con tensión. Algunos aún creían en Kael. Otros temían lo que pudiera pasar si no se hacía justicia.
Un guardián del Velo se acercó a Lirael y susurró algo al oído. Ella frunció el ceño.
—No están aquí —anunció—. Kael y Nyssara no han respondido al llamado.
Un murmullo recorrió el círculo. Lirael alzó la mano.
—Aún así, el juicio se llevará a cabo. Porque el Velo ha visto. Y el Velo recuerda.
El Círculo de Raíces se iluminó con la luz del Velo. Lirael alzó la Vara de la Verdad, y el Velo proyectó imágenes en el aire: fragmentos de memoria, actos ocultos, decisiones tomadas en la sombra.
Se vio a Kael recitando palabras prohibidas. A Nyssara entregando su gólem a Elarion. A Misael sellando el pacto con los fragmentos del Necromicrón.
—Estas no son suposiciones —dijo Lirael—. Son hechos. El Velo no miente.
Un silencio pesado cayó sobre el consejo. Algunos humanos bajaron la mirada. Las hadas contenían lágrimas.
Pero entonces, una explosión de luz oscura sacudió el borde del círculo. Kael y Nyssara aparecieron, envueltos en una niebla densa. Misael los seguía, pálido, pero aún desafiante.
—¡Esto no es justicia! —gritó Kael—. ¡Es un juicio manipulado por quienes temen el cambio!
—¡El Velo no es absoluto! —añadió Nyssara—. ¡Nosotras también fuimos creadas por los Velarianos! ¡Tenemos derecho a cuestionar!
Lirael dio un paso al frente.
—Tuvieron su oportunidad. Pero eligieron el camino de la corrupción. El Segundo Velo ya ha comenzado a formarse. No podrán volver.
Kael miró a su alrededor. Sintió cómo la magia comenzaba a desvanecerse de su cuerpo. Misael cayó de rodillas, jadeando. Nyssara, con los ojos llenos de rabia, alzó su mano, pero el Velo la rechazó con una ráfaga de luz.
—¡Vámonos! —gritó Kael.
Y en un destello oscuro, los tres desaparecieron, huyendo hacia el mundo humano, donde la magia ya no los reconocería.
Lirael bajó la mirada. El juicio no había terminado como esperaba. Pero el Velo había hablado.
—Ahora sabemos quiénes somos —dijo—. Y también quiénes ya no pueden caminar con nosotros.
El destello oscuro que envolvió a Kael, Misael y Nyssara los arrojó fuera de Neraida. Cayeron en un claro seco, en el límite del mundo humano, donde la magia apenas era un eco.
Kael se incorporó jadeando. Su vara se había desintegrado. Misael intentó invocar un hechizo, pero solo obtuvo silencio. Ambos se miraron, pálidos, vacíos.
—Nos... nos rechazó —murmuró Misael.
Pero Nyssara no respondió.
Ella yacía en el suelo, retorciéndose. Su cuerpo comenzó a encogerse, a quebrarse, a transformarse. Sus alas se deshicieron en polvo, su piel se endureció, y de su boca brotó un chillido agudo.
Cuando el proceso terminó, donde antes había una hada poderosa, ahora había un insecto oscuro, de cuerpo segmentado y ojos múltiples. Aún conservaba un brillo violeta en su abdomen, como un eco de lo que fue.
Kael retrocedió, horrorizado.
—¿Nyssara...?
El insecto lo miró. No con odio, sino con una tristeza profunda. No podía hablar, pero su forma era un castigo viviente: la corrupción hecha carne.
Muy lejos de allí, en el santuario oculto, el gólem de piedra se alzó. Elarion, desde dentro, sintió la ruptura del juicio.
—El Velo ha hablado —dijo con voz grave—. Pero aún no ha terminado de escuchar.
Sus ojos brillaron con una luz púrpura. El Mandato Velariano se acercaba, y él lo sabía.
La noche cayó sobre Neraida, pero el cielo no estaba oscuro. Una luz suave, como un suspiro del Velo, iluminaba el sendero que llevaba al Corazón del Velo, un lugar que solo podía ser alcanzado por quienes portaban el Mandato Velariano.
Gibrán y Angélica se detuvieron frente a un arco de piedra cubierto de símbolos vivos. La Vara de Resonancia brillaba con fuerza, y el rompecabezas completo flotaba en el aire, girando lentamente como una constelación de palabras.
—¿Estás lista? —preguntó Gibrán.
Angélica asintió.
—No sé qué encontraremos ahí dentro. Pero sé que no estamos solos.
Ambos cruzaron el umbral. El Velo los envolvió, no como una barrera, sino como un abrazo. El aire era denso, cargado de memorias, de posibilidades. El corazón del Velo no era un lugar físico, sino un espacio entre mundos, donde la verdad podía ser tocada.
En el santuario oculto, el gólem de Elarion caminaba en círculos. Su energía era inestable. Las runas que lo sostenían parpadeaban. Dentro de él, Elarion gritaba en silencio.
—¡Esto no debía pasar! ¡Ellos no debían llegar tan lejos!
Buscaba entre los fragmentos del Necromicrón, entre los restos de antiguos conjuros, algo que pudiera cambiar el curso. Pero todo lo que encontraba eran ecos de lo que ya había fallado.
—El Mandato... no era para ellos. ¡Era para mí!
Su voz resonó en la piedra, pero el gólem no respondió. Era solo un recipiente. Y Elarion, por primera vez en siglos, sintió miedo.
Porque el destino que tanto había intentado controlar... ya no le pertenecía.