Un giro inesperado el origen

Capítulo 15: El equilibrio restaurado

l silencio de Neraida era distinto ahora. No era el que siguió a la huida de Kael y Nyssara, ni el que marcó la ruptura entre los mundos. Este era un silencio de introspección… de espera. Como si el bosque mismo contuviera el aliento.

Desde la formación del Velo, sellado por Lirael nada volvió a ser igual. El equilibrio fue restaurado, pero no sin precio.

Misael y Kael, despojados de su magia, se volvieron errantes en el mundo humano. Incapaces de comprender la pérdida ni de habitar plenamente el nuevo tiempo, la cordura se les fue disolviendo como niebla al sol. Vagan ahora como sombras de sí mismos, portando una nostalgia que no pueden nombrar.

Nyssara, por su parte, desapareció entre los árboles como un insecto errante; el día que el Velo se selló. Algunos dicen que fue absorbida por el bosque mismo, que su esencia se fundió con las raíces, con las piedras, con la niebla. Otros creen que aún camina, sin rumbo, buscando algo que ni ella recuerda.

Y mientras tanto, Neraida guarda silencio. No el de la resignación, sino el de una tierra que espera lo que aún está por germinar.

Lirael avanzaba sola por el Claro de las Raíces, donde el Velo se manifestaba con mayor nitidez. Las luces danzaban en torno a ella, pero no la tocaban. Por primera vez, no se sentía digna de su cercanía.

—Me equivoqué —susurró, y su voz se perdió entre las raíces y el musgo—. Creí que podía contenerlo todo. Que bastaba con proteger. Pero olvidé escuchar.

El Velo respondió con un murmullo suave, como si aceptara su confesión. No con juicio, sino con compasión.

Lirael no creó el Velo por ambición, ni para castigar. Lo hizo para proteger lo que quedaba, para evitar que futuras manos humanas se alzaran con el mismo deseo de dominio que corrompió a Kael y a Misael.

Aun así, sabía que su silencio había permitido demasiadas grietas. Que proteger no es lo mismo que comprender. Y en ese claro donde todo comenzó, comprendió también que el liderazgo no es cargar con todos los destinos, sino caminar entre ellos con los oídos abiertos.

Las luces volvieron a rozarla. No como una absolución, sino como un recordatorio: el Velo la seguía reconociendo como su guardiana. No por ser perfecta, sino por seguir escuchando.

Fue entonces cuando las hadas comenzaron a murmurar entre ellas. No con queja, sino con nostalgia. Extrañaban el mundo humano. No su caos, ni sus guerras, sino los amaneceres sobre las montañas, el aroma de las cosechas, las canciones que algunos corazones aún sabían cantar.

Lirael las escuchó, y esta vez no desvió la mirada.

Así nacieron los nuevos encargos: designó a las Liarellas, las tejedoras de lo visible, para que crearan praderas, bosques y manantiales en la frontera del Velo, hadas encargadas de los portales y las que crean las flores y asi cada una tenia un lugar en el mundo humano. Lugares donde el recuerdo del otro mundo pudiera florecer sin romper el equilibrio. Donde lo humano y lo mágico pudieran rozarse, como brisa sobre la piel, sin herirse.

Y así, mientras el mundo seguía girando, Neraida no solo sanaba: también recordaba.

En el centro del claro, Gibrán y Angélica colocaban el último fragmento del libro. No era un libro común: sus páginas estaban hechas de corteza viva, y las palabras surgían con tinta de luz, dictadas por el Velo mismo. Era el Libro de los Nuevos Pactos, un compendio de acuerdos entre mundos, de principios restauradores, de advertencias y esperanzas.

—Este libro no es nuestro —dijo Angélica, mientras lo cerraba con ambas manos—. Es del Velo. Nosotros solo fuimos el canal del canal del Velo, ella nos dijo que escribir.

Al cerrarse, un suspiro recorrió el claro, como si la tierra misma exhalara. Las raíces del bosque se agitaron bajo el suelo, y en algún lugar lejano, un viejo grimorio —el Necronomicón— se agrietaba en silencio. Su poder se desvanecía, absorbido, deshecho, anulado por la armonía renovada.

El Velo no lo destruyó con violencia. Simplemente dejó de permitir su existencia.

—Y ahora debe quedarse aquí —añadió Gibrán—. Para que quienes vengan después no repitan nuestros errores.

Lirael se acercó con los ojos humedecidos. Se arrodilló frente a ellos, no como reina, sino como igual.

—Gracias —dijo, con la voz quebrada—. No por salvar Neraida, sino por recordarme que el liderazgo no es control, sino confianza.

El Velo brilló con una intensidad suave, envolviendo el claro en un resplandor dorado. Una ráfaga de viento cálido acarició a Gibrán y Angélica, y entonces sus cuerpos comenzaron a desdibujarse, no con dolor, sino con una paz profunda. No se deshacían: volvían.

El Velo los reconocía. Y como muestra de gratitud, abría un pliegue en el tiempo para devolverlos al instante del que habían partido.

—¿Volveremos a verlos? —preguntó Lirael, mientras las luces ascendían al cielo como luciérnagas que cantaban en silencio.

Una última palabra apareció en el aire, escrita con luz:

“Cuando el equilibrio lo necesite.”

Y así, Gibrán y Angélica desaparecieron entre los susurros del Velo, dejando atrás un legado de restauración, y un libro que marcaría el inicio de una nueva era.



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En el texto hay: magia, amistad, hadas y trolls

Editado: 22.07.2025

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