Un golpe más para no rendirse

III. Pensamiento en las nubes

No le di tiempo de responder. Abrí la puerta de un jalón. Ya estaban la mayoría en sus respectivos asientos con sus "caras de felicidad" por entrar a clases. La maestra nos quedó mirando, su rostro siempre era de seriedad, por ende, nunca sabías como realmente se sentía, tampoco podías descifrar que pasaba por su mente cuando te miraba, en verdad carecía tremendamente de expresión facial.

–Vaya, pero si tenemos a dos atrasados – miro el reloj haciendo una mueca exagera de sorpresa – y atrasados por casi una hora.

–Maestra, lo siento, tuve un incidente – dije con suma tranquilidad, recordé a mi nuevo compañero de clases detrás de mí – No volverá a suceder. Además, este chico es nuevo.

–Solo porque usted no llega tarde siempre la dejare pasar, al otro joven igual – dijo sin aparente disgusto, se puso de pie, una de las cosas que me da miedo de esa profesora era su altura más eso ojos que forman una mirada que causa escalofríos de pie a cabeza – Que tome asiento donde este desocupado.

La maestra no era tan mala después de todo, al menos se apiadaba de algunos en ocasiones. Pasé y me di cuenta de que Wendy no llegaba aún, me preocupó; sin saber por qué, siempre la he considerado como una responsabilidad. Me juntaba con ella hasta el año pasado, aunque de un momento a otro esta se alejó de mí y solo me hablaba en ocasiones cuando estaba sola. Wendy sabía que sus nuevas amiguitas me habían estado haciendo la vida imposible dentro del instituto todo el año que llevaba; sin embargo, nunca me supo dar una buena explicación del porqué ese cambio de actitud tan repentino hacia mí.

Desde entonces soy de las que le gusta sentarse al final, sola, en las salas de clases y me gustaba, así lograba una mejor concentración y a veces hacer trampa el algún examen, ocasionalmente.

Fue evidente que mi sentencia de odio no dio resultados y aunque me lo esperaba, de igual forma me fastidio que el chico nuevo ese tomara asiento junto a mí, sentía que invadía mi espacio de alguna u otra manera. Siempre he estado acostumbrada a la soledad, en cierto modo que Wendy ya no me hablara ni nada por el estilo no me causaba tanto mal, en un principio sí, pero no iba a andar sufriendo todo el tiempo por ello, el mundo sigue girando y pues no pude hacer nada para cambiar las cosas así que arroje bandera blanca hacia ella. Con todo siempre pensé que la soledad no me sienta mal, tal vez, por ley de vida ella debía ser mi única compañera.

Atrás justo venían, me refiero a Diane, Wendy, Juliana e Iliana. Estaban medias despeinadas, debió ser dónde venían corrían, lo digo dado que hasta la sala se sentían los tacones.

–Maestra, nos atrasamos porque el coche nos dejó botada a medio camino – habló agitada Diane, lucia tan radiante como siempre unos short ajustados azul marino oscuro con sus botas negras largas hasta las rodillas, más una camisa blanca muy estilosa – no volverá a ocurrir.

–Lo siento chicas, ustedes son unas irresponsables – miro a quien fue mi amiga que parecía una niña pequeña con miedo entre tres perros grandes, era muy indiscutible no encajaba en el grupo – Wendy y me sorprende de ti, siempre tan puntual.

– Pe... pe... pero maestra, ¿Por qué dejo que Rochele pasara? – gritó haciendo un berrinche de niñita de primaria, las otras dos Iliana y Juliana me miraban con un odio tan demoniaco – No es justo...

– ¡No me cuestione Señorita Diane!– Elevó la voz la gran Grance, se acercó a paso seguro sobre los tacones bajo que andaba al grupito acomodando su gafas, posicionándose para lanzar esa mirada casi perversa que tenía, tras mucho tiempo de analizar como manejaba esa mirada y el para qué la utilizaba, llegue a la conclusión que era su forma de implantar autoridad y respeto ante nosotros los alumnos – Ahora vayan todas a dirección y hare un cita con su padre Señorita Diane, su comportamiento y sus calificaciones no fueron la mejores, es más no sé cómo ha avanzado de nivel. Espero que cambien su actitud, tuvo varios días para meditar acerca de eso.

Tras esa escena tan gratificante, en parte, ya que no me agrada que Wendy pasara por esas cosas, no lo merecía termine suspirando un tanto tensa. Ahora si bien estaba cometiendo un error al escoger mal su grupo de amistades este año, sentía que no era para que pasara por tantos malos ratos ella ni su familia, porque sus acciones repercutían en su familia. En reiteradas ocasiones su madre me visitó en mi hogar para pedirme que la ayudara, que hablara con Wendy de lo contrario su esposo tomaría medidas más drásticas, como mandarla a estudiar a España al cuidado de su tía.

–¿Te llamas Rochele? – preguntó ese chico al momento que se acomodaba en su asiento, su expresión en la cara era de niño bueno – Mi nombre es Williams.




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