¿Qué oscura ironía reside en pintar tantas sonrisas para que se desvanezcan con el susurro hiriente de unas palabras? Confundí la asfixiante necesidad de un aire prestado con la libertad de respirar para alguien; un error de perspectiva que mi alma tardó en discernir. Me despojaban de una venda solo para que mis propias manos vendaran de nuevo la herida. Dejé que la sombra de los insultos y el frío del rechazo se diluyeran en espejismos de alegría, abrazando fantasmas de momentos irrepetibles. Me resigné a las limosnas de atención, a las caricias inconclusas, a la perpetua invisibilidad, ciega al abismo de mi propio sufrimiento.
El despertar fue un grito silencioso, un "¡Ya no más!" que resonó en lo profundo. Y cuando la luz al fin inundó mi mirada, el rostro en el espejo era un eco distante de la muchacha cuya risa era un sol y su corazón, un manantial de felicidad. Ahora, solo veía una sombra de cabello opaco, unos ojos velados por la tristeza, apagados, y un alma que solo encontraba consuelo en el llanto constante.
La escritura, antes un diálogo íntimo, se tornó un recordatorio punzante de las noches en que confiaba mis días a la inocencia de un papel, a un amor inexistente. Mis palabras, buscando alivio, terminaron construyendo un muro protector contra el mundo. Atesoro la memoria de esa joven, pero la dejo partir, liberándola de la cadena que la ataba a quien no merecía su aliento.
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Editado: 24.08.2025