Un heredero para el playboy (#1 de la saga heredero)

Capítulo 24: Besorexia.

Amaia

Le di una mala mirada a Duncan tras ingresar el hospital.

¿Cómo podía ser posible que ese Playboy de mierda se desmayará al ver la cabeza de nuestro hijo?

Solo a él se le ocurría. Duncan Salvatierra había resultado siendo un hombre débil.

Me ingresaron de emergencia a la sala de partos y tras hacerlo vi a un grupo de personas entrar al lugar.

Me acomodaron en la silla de alumbramiento y dos doctores se colocaron  al frente de mi.

—Es hora de iniciar -escuche la voz de uno de los doctores.

Aquel momento de dolor e incertidumbre me sumergió en una vorágine de emociones encontradas. La espera se volvía eterna mientras buscaba a mi esposo, Duncan, por la estancia sin encontrarlo por ningún lado. La angustia se apoderaba de mí mientras las contracciones seguían castigándome.

Desesperada, me dirigí a una de las enfermeras en busca de respuestas sobre el paradero de Duncan. Sus palabras tranquilizadoras no hacían más que aumentar mi ansiedad.

—¿Dónde esta Duncan? ¿Dónde esta mi esposo? -le pregunté a una de las enfermeras.

—No desespere, señora, se está cambiando -me dijo con calma, pero yo no podía soportar esa tranquilidad cuando el dolor me envolvía por completo.

Como ella me decia que no me desespere cuando tenia un maldito dolor jodiendoendome por completo.

Estaba a punto de morir del dolor. Y ese idiota no aparecía.

Cuantas ganas de matarlo tengo en este momento.

Cerre los ojos con fuerza al sentir una nueva y fuerte contracción.

Con cada minuto que pasaba las contracciones se intensificaron, y cada segundo sin la presencia del playboy me hacía desear su compañía aún más. Maldije en silencio su demora, aunque sabía que no podía culparlo por las circunstancias. Me aferré a la esperanza de que llegara pronto, pero la impaciencia me carcomía.

En medio de la agonía, mi mente se llenó de furia, y pensamientos de querer matarlo se deslizaron por mi mente. Sabía que no era racional, pero el dolor y la ansiedad me nublaban el juicio.

Una nueva contracción me hizo cerrar los ojos con fuerza, intentando encontrar alguna forma de sobrellevarlo. Mi fuerza se estaba agotando, pero en medio de ese tormento, mi grito resonó en la habitación.

—¡Traigan a ese playboy de mierda en este momento, joder! - exclamé, con lo poco que me quedaba de energía.

Y entonces, un segundo después, vi a Duncan entrar en la sala. Su presencia fue un bálsamo para mi alma herida. Mi rostro se iluminó al verlo, y sus palabras de consuelo y apoyo me brindaron un alivio instantáneo.

—Ya estoy aquí, Amaia. Estoy aquí.

Mis lágrimas de dolor se mezclaron con lágrimas de alegría al verlo a mi lado, dispuesto a enfrentar juntos este momento crucial de nuestras vidas.

—Ya no soporto más. Ya no soporto más -dije mientras tomaba la mano de Duncan entre las mías —Este será nuestro único hijo playboy de mierda. Porque si fuera tan bueno alumbrar como hacerlo, todo fuera diferente, pero no... Así que mejor cerramos la fábrica.

Duncan enarcó una ceja ante estas palabras.

—No te dejaré ponerme una mano encima... ¡Augh! Duele, joder. ¡Duele! -estas palabras las acompañé con un gran grito de dolor.

—Cuando sienta otra contracción, empiece a pujar, señora. -miré al doctor e hice lo que él me recomendó.

Tomé una larga respiración, al igual que la mano que me ofrecía mi querido y adorado Duncan Salvatierra.

Y un segundo después, volví a sentir la contracción.

Empecé a pujar con todas mis fuerzas. Y un gran grito salió de mis labios.

—¡Ahh....! Ahh. -me dolía todo y tras pujar sentía que no me quedaban suficientes fuerzas. -No puedo, no puedo.

Dije dándome por vencida.

—Tú puedes, mi amor. Podemos lograrlo juntos, eres una guerrera, Amaia Montero. Puedes traer a nuestro hijo al mundo. Eres fuerte, puedes lograrlo. Podemos lograrlo... -por un momento me perdí en los hermosos iris de Duncan. Y sus palabras me hicieron tomar fuerza nuevamente.

Soy fuerte, puedo lograrlo. Puedo traer a mi hijo al mundo. Soy Amaia Montero, la mujer que defendió a su esposo ante el mal que lo asechaba. Soy quien acudió con él a la batalla. Soy quien empuñó un arma contra el enemigo. Soy una guerrera. Puedo hacerlo.

Luego de sentir otra contracción, miré al playboy. Tomé aire y cuando fue el momento cúspide, pujé con todas mis fuerzas.

Con la mano de Duncan en la mía, enfrentamos el dolor y la incertidumbre juntos. Sus palabras de aliento fueron mi fuerza, y su amor, mi ancla en medio de la tormenta. Cada contracción parecía menos aguda con su presencia a mi lado, y su apoyo incondicional hizo que me sintiera protegida y amada.

—¡Ahh!

—Veo al cabeza. Puje un poco más, señora -volví a pujar con todas mis fuerzas al escuchar la voz del doctor y tras un segundo después, el llanto de mi hijo llenó por completo la habitación.

Finalmente, llegó el esperado momento del alumbramiento. La emoción y el miedo se entrelazaron, pero con Duncan a mi lado, me sentí capaz de enfrentar cualquier desafío. Y así, entre susurros de aliento y manos entrelazadas, dimos la bienvenida a nuestro hijo, el fruto de nuestro amor y unión.

Esa experiencia de dolor y desesperación quedó eclipsada por la dicha de convertirnos en padres. Agradecí en silencio por tener a Duncan a mi lado, apoyándome en cada paso del camino. Su presencia, su amor y su compromiso me demostraron que juntos podríamos enfrentar cualquier adversidad que la vida nos presentara.

Lo había logrado. Había traído a mi hijo al mundo.

Recosté mi cabeza y varias lágrimas salieron de mis ojos al ver cómo depositaban a mi hijo en mi pecho.

Admiré el rostro de mi hijo y las lágrimas inundaron por completo mis mejillas.

—Un niño. Es un niño -levanté la mirada hacia Duncan. Y sonreí al ver sus ojos llorosos. —Te amo, Amaia Montero. Te amo con todas mis fuerzas.




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