Un Hermoso Secreto

3. Miradas de odio

 

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Oliver

La descarada más grande de este planeta que fue capaz de desafiarme para obligarme a traerla conmigo, esquiva mi mirada cuando sin querer mis ojos se cruzan con los suyos. Me es imposible no mirarla, porque vamos en el avión privado rumbo a Alemania y le exigí sentarse justo frente de mí para vigilarla. Porque a mi hija le dio un ataque de llanto cuando salimos de la casa sin su mami. Solo en los mimos de su tía logró encontrar un poco de consuelo. Ahora va acurrucada entre sus brazos profundamente dormida. 

Mis ojos a cada nada buscan voluntariamente su ubicación por la desconfianza que sembró su actuar en mí. «No vaya a sorprenderme con un paracaídas y se lance al vacío para huir con mi nena»

—No me mires así. —Pide mostrándose inquieta.

—¿Cómo te miro? —cuestiono y sin importar que se incomode no le quitó mis ojos de encima.

—Con miradas de odio. Esa no es la mirada del Oliver que recuerdo. —responde atreviéndose a dejar sus iris enfocados en los míos 

—Ha de ser porque el Oliver que recuerdas, tú y tu hermana se encargaron de herirlo tanto como para que cambiara. —contrarresto, saboreando la amargura por sentirme traicionado precisamente por ellas. La verdad jamás me esperé algo así.

Con disimulo, empuño mis manos sujetando con fuerza la gruesa tela de mi blazer tratando con este acto bajarle un poco a la tensión y a la frustración que tengo encima.  Mientras que…

La chica que va frente a mí consintiendo a mi pequeña, no es capaz de decir nada más, me imagino que queda muda ante mis acusaciones, porque no hay palabras que justifiquen lo que ella y Karen hicieron. Solo me mira por algunos segundos más antes de bajar la cabeza.

Las horas de vuelo las siento eternas porque mi mente en este momento es un torbellino de pensamientos que parecen acorralarse unos con otros. No dejo de pensar en todo lo que está sucediendo, aún no logro asimilar muy bien la situación porque ese hombre que estuvo locamente enamorado de la mujer que pensó era el amor de su vida y así como también adoraba a esa amistad tan bonita que forje con su hermana menor. Para mí las hermanas Ferrer fueron mi luz en ese momento gris de mi vida, donde mis sueños amenazaron con convertirse en cenizas. Ellas se convirtieron en un motor encendido que me impulsaba para no dejarme vencer, Y yo aposté a quererlas sin ningún tipo de límites. He aquí la razón del porqué me siento tan dolido, cuando se supone que amas de verdad, no mientes, no engañas, no lástimas, y mucho menos con algo tan delicado. Esa nena que hoy me dice, señor, es mi bebé y verla tan grande y tan hermosa me hace desear no haberme perdido ni un solo segundo de su vida. —Voy sumido en mis pensamientos sin poder quitar mis ojos de Emma Ferrer. Mientras sigo cuestionándole a la vida ¿En qué momento, todo lo que fuimos cambio tanto?

Pierdo la noción del tiempo envuelto en una ansiedad que me tiene inquieto. Transcurren horas sobre nosotros en vuelo, hasta que por fin el avión aterriza en tierra firme, en Berlín, la capital alemana. 

La mujer que tiene cargada a mi hija se pone pie e intenta caminar con ella a la puerta de salida. 

Sin decir nada, me le atravieso para no dejarla avanzar y antes de bajar del aparato metálico vuelvo a tomar a mi niña en mis brazos. Viene tan profunda que no nota el cambio cuando pasa de los brazos de su tía a los míos. De inmediato su cabecita se acomoda contra mi pecho y sus bracitos por instinto parecen buscar sentirse seguros porque me abrazan para quedar completamente adherida a mi cuerpo. 

Con mi mano libre agarro la maleta de mi niña, su tía arrastra la suya, salimos del aeropuerto, sin demoras el chofer del auto que nos espera sale a nuestro encuentro, se encarga de guardar el equipaje al tiempo que subo con mi nena y con Emma a la parte trasera del vehículo, el cual en menos de nada se pone en marcha con dirección fija hacia mi casa. 

—¿Me vas a seguir ignorando? —rompe el silencio quién va a mi lado, mostrándose algo ansiosa— Yo, quiero que hablemos, que aclaremos las cosas. —insiste dejando sus iris fijos en los míos. 

—Y yo te dije que no quiero hablar. 

—Por favor, Oliver. 

—Por favor, ¿qué? ¿Tienes alguna razón convincente que justifique haberme mentido de esa forma? Solo estaría dispuesto a escuchar esa justificación válida para que hayas ocultado a mi nena, y hablo en singular, porque tu hermana no está aquí para que me mire a los ojos y me explique ¿por qué si decía amarme tanto, me hizo esto? Ella ya no puede responderme, solo estas tú, Emma, y lo único que deseo escucharte decir es una razón válida que justifique este engaño, para poder quitarme este sabor amargo que me causa tenerte cerca. ¿La tienes? —cuestiono a la pelinegra que me retó con meterse a la fuerza en mi casa si no la traía conmigo.

—No, no la tengo, yo, solo quiero que hablemos para…

—Entonces si tus explicaciones no pueden quitarme esta desagradable sensación que siento, no me interesa nada de lo que tengas que decir. Llevaba mucho pensando en ustedes dos, añorando volver a verlas, soñaba con ser los mismos de antes. Cuando llegué a tu casa, lo único que anhelaba era encontrar a Karen con vida para decirle eso que quería escuchar de mí, quería abrazarla y decirle muchas veces que siempre la adoré. Fue muy duro para mí no llegar a tiempo, y sabes que necesitaba, en ese momento, un abrazo tuyo, me estaba ahogando y sentía que solo un abrazo de esa amiga que tanto extrañaba podía consolarme un poco, porque los dos teníamos una tristeza en común. Nunca entendí ¿por qué la perdí a ella? Y ¿por qué te perdí a ti también? ¿Qué les hice Emma? ¿Cuál fue mi error? —cuestiono tragándome las lágrimas, porque la rabia no me permite ser sensible. 



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En el texto hay: bebe, secreto, amor

Editado: 08.05.2024

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