Oliver
Abro mis ojos lentamente cuando siento cierto fresquito rozando mi brazo, busco la causa y se me enternece el corazón cuando noto que es la naricita de mi niña, que al respirar, el flujo del aire acaricia mi piel. Amaneció muy pegadita a mí, sus manitos están aferradas a mi brazo con algo de fuerza y su cabecita está reposando muy cerquita de mi pecho. Me enfoco en su carita inocente y en lo único que puedo pensar es en que, veo a mi hija como la pequeña más hermosa de este mundo.
El lado de Emma está vacío, hago el intento de levantarme también, medio me muevo y me quedo quieto de inmediato porque la criatura preciosa que está apoderada de mi brazo, en un movimiento rápido se pega más a mí y me abraza con más intensidad. Su acción me produce mucha ternura, por lo que sonrío como un tondo mientras uno de mis dedos se desliza con mucha sutileza por sus cachetitos gorditos.
—Eres preciosa, mi reina pequeña. Eso eres para papá, la reina pequeña que llegó a mi mundo para volverme loco de amor. Ya lo estás haciendo, porque te confieso que papá se empieza a sentir muy pero muy enamorado de su niña. —murmullos dulces brotan de mí, mientras siento que mi corazón se va llenando del sentimiento más genuino que puede experimentar un ser humano.
Por un largo rato me quedo inmóvil, consintiendo a mi nena, ensimismado, observándola dormir. Hasta que…
Sus ojitos se abren poco a poco y de inmediato con esa curiosidad que emana me detalla. No dice nada, solo me mira fijamente, y parece estar soñando despierta porque de un momento a otro me regala una sonrisa muy linda que me hace vibrar el pecho.
—Buenos días, mi reina pequeña. ¿Cómo amaneciste? —la saludo con amor, al tiempo que inclino mi rostro y dejo un beso en su frente.
—Señol. —dice muy bajito sin dejar de mirarme.
Trato de omitir el latigazo que siento somete a mi corazón, cuando la escucho pronunciar la palabra, señor. Entiendo que debo darle tiempo al tiempo, no es fácil para mí, pero, debo ser paciente, aunque las ansias porque me diga papá, me carcomen.
—Señol. —repite suavecito con sus ojitos puestos en mi rostro.
Me causa mucha curiosidad el porqué si ella no sabe quién soy, no huye de mí, no le afecta mi presencia, no se incomoda por tenerme tan cerca.
La veo bostezar y se estira un poco antes de sentarse en la cama, mira hacia puerta de salida y luego se fija en mí de nuevo.
—¡¿Tienes hambre? Ven conmigo, vamos a buscar comida —hablo incorporándome rápido de la cama, la cargo y con ella en brazos camino hacia la salida.
—Mi gato. —dice muy clarito, antes de que logre abrir la perta, señalando con su dedito índice el gato de peluche con el que duerme.
—¡Oh, sí, es cierto! Casi dejamos a tu gatito. —sigo hablándole con mimos, me regreso hacia la cama, me inclino un poco y es ella quien se apresura a cargar al muñeco.
Sin más demoras salimos de la alcoba que luce muy plana para ser de una bebé. Eso me da ilusión, porque desde ya estoy pensando en una transformación total para ese espacio que debe verse lleno de vida, para que sea digno de mi nena.
Bajamos las escaleras hasta llegar al primer piso, encamino mis pasos hacia la cocina sin tener claro que puedo darle de comer Sin embargo, una vez entro me doy cuenta de que no tengo que romperme la cabeza por no saber cómo alimentar a un bebé porque, Emma está adueñada de mi cocina como toda una ama de casa.
—¡Buenos días! ¿Cómo amaneciste? —saluda con recelo.
—Bien, muchas gracias. —respondo un tanto cortante— la nena despertó con hambre, bajamos para que comiera algo.
—Sí, ella come muy temprano, ya le tengo listo el desayuno. —responde al tiempo que se lava las manos en el lavaplatos, se las seca en el delantal que tiene puesto, se lo quita, lo deja a un lado y se encamina hacia nosotros. —Buenos días, mi niña. —Le habla con tanto amor a mi hija que es imposible que su voz maternal no vibre en mis oídos.
—¿Ya hiciste chichí? —inquiere cargando a la pequeña, que niega de inmediato.
Su pregunta me hace caer en cuenta que de verdad, de atender a un bebé, no tengo ni la más remota idea.
—Eso es lo primero que tienes que saber, como todos los mortales, los bebes se levantan con muchas ganas de orinar. Si quieres, anótalo para que no se te olvide. ¿Vale? —Me habla con algo de reproche, caminando con mi niña de regreso al segundo piso. Empieza a subir las escaleras.
Me le voy detrás.
—No estoy acostumbrado. ¿Vale? Por cierto, si hace más de dos años, cierta persona por ahí, me hubiese contado que tuve una hija, seguramente ya sabría todo lo pertinente de cómo cuidarla. —hablo con sarcasmo, caminado a la par con ella.
—Pues aprende, no creo que la vida libertina que llevas desde entonces, te haya quemado todas neuronas. —reclama de repente.