Oliver
Enfoco mis ojos en la pantalla de mi laptop, para prestarle la debida atención a Dimas, mi abogado y amigo, que está gestionado todo el proceso legal para que mi nena porte pronto mi apellido. Eso es algo que me urge.
El hombre de saco y corbata que está en su oficina en este momento, me mira extraño como si hubiera algún problema.
—¿Qué sucede, Dimas? No me salgas con el cuento de que el proceso para que sea reconocido como el padre de mi hija, se va a demorar más de lo que puedo esperar. —pido sintiendo algo de ansiedad por su respuesta.
—No, nada de eso, al contrario, será más sencillo y más rápido de lo que puedes imaginar, de hecho, prácticamente no tengo que hacer nada, porque tú apareces en su registro como su padre. —afirma mirándome inquieto.
—Eso quiere que, aun sin conocerla, ¿siempre he sido parte de la vida de mi bebé? —cuestiono algo sorprendido.
—Así es, solo es cuestión de que se gestionen algunas firmas para que seas oficialmente su padre. No tengo más que hacer en este caso. Sin embargo, hay algo que tienes que saber. —Su voz denota intriga.
De inmediato, me bajo de la nube en la que estaba por pensar que los problemas serían nulos.
—Anda, habla ya, Dimas, que me tienes con la ansiedad a mil, ¿cuál es el lío? —Me exaspero.
—Se trata de la mamá de tu niña, ella…
—Karen murió, Dimas. Mi nena está pasando por un momento muy triste —comento lo que ya sabe, sintiendo una punzada en mi pecho por traer a mi mente el llanto de mi niña cada que se despierta en la madrugada llamando a su mami.
—Yo sé que ella falleció, Oliver, me lo contaste antes de ayer cuando me llamaste para hacerme cargo de tu caso. Cuando digo la madre de tu hija, no me refiero a Karen Ferrer, porque ella no aparece en los registros de tu hija asumiendo ese papel. —suelta palabras carente de coherencia.
—¿De qué carajos estás hablando? ¿Cómo que Karen no es la mamá de mi niña?
—Así como lo escuchas, no hay rastros de Karen en esos registro, porque la mujer que aparece legalmente como la madre de Abby, es Emma Ferrer.
—¿Qué? ¿Emma? Pero, si ella es la tía de mi niña, ¿cómo es posible?
—Pudo haber sido lo más sencillo de este mundo, Karen y Emma son hermanas, por lo que me contaste de ellas, eran muy unidas, se querían mucho y pudieron llegar a un acuerdo. O no sé, de verdad, no sé qué pensar. Lo único que te puedo confirmar es que tanto tú como tu ex cuñada son los padres legales de la niña. Eso es algo que no se puede cambiar. Como amigo, te aconsejo que tomes este asunto con calma y antes de acelerarte como estoy seguro lo harás, pienses bien las cosas.
—Me estás pidiendo mucho, ¿cómo rayos voy a tener calma con algo así? —contrarresto, percibiendo como se multiplican todas las dudas que tengo enredadas en mi cabeza.
—Sé que no me harás caso, eso lo tengo claro, solo es un consejo, porque, Emma es abogada Oliver, sabe exactamente cómo proceder en estos caso, y como madre de tu niña, tiene todos los derechos de estar con ella. La ley siempre velará por el bienestar de los niños, por lo general ampara a la madre y a eso súmale, la vida sentimentalmente desordenada que llevas, por supuesto que ese detalle no juega a tu favor ¿Me entiendes?
—¡No, ¡no te entiendo! Lo único que tengo claro es que ni Emma ni nadie me va a alejar de mi hija. Es mi bebé y se queda conmigo —hablo con un poco de coraje, me despido con un simple; hablamos después, y sin más, salgo de habitación, rumbo a la alcoba de la mujer que me está volviendo loco con tantos secretos.
Freno mis pasos acelerados, con cuidado me asomo a la alcoba de mi niña, que esta dormidita disfrutando de su siesta de la tarde. La dejo quietecita, cierro la puerta, me encamino al dormitorio de al lado y…
La rabia regresa a mi sistema y es tanta que omito hasta el último grado de educación que pueda existir en mí, cuando sin anunciarme abro la puerta y entro sin pedir permiso a la habitación ajena.
—Oliver, ¿qué haces? ¿Por qué entras así? —grita alarmada, quien se nota, esta recien bañada, su toalla está en la cama y ella está solo con su panti puesto cubriendo su intimidad, acelerada se cubre los senos con las manos.
Por un momento, las curvas que lucen totalmente expuestas ante mí, son el centro de atención de mis ojos. No lo puedo evitar, mi mirada la recorre entera desde los pies a la cabeza una y otra vez.
—¡Sal de aquí! ¡No seas atrevido! —grita de nuevo, quien, en su intento por taparse, se desespera por agarrar la toalla, por lo que le es inevitable que sus senos redondos se vean en todo su esplendor cuando del nervio que tiene se enreda con la tela gruesa con la que intenta cubrirse.
Su voz alarmada me hace reacciona, le doy una última mirada antes de que mi mente me empuje abruptamente a mi realidad, al recordarme a qué vine.