Oliver
En plena madrugada, estoy como zombi porque después de la confesión de Emma hacen noches que me es imposible dormir tranquilamente
Mi mirada se enfoca como por milésima vez en el papel donde está escrito la carta de despedida que me envió Karen, como si en esta carta de tan una sola hoja, fuera a encontrar todas las explicaciones que tanto exige esta rabia que a diario me consume, por entender como la madre de mi bebé fue una vil mentirosa que jugó como se le dio su maldita gana, con todos a su alrededor.
Dejo la hoja en el cajón de la mesita de noche y resignado a que ya no podré dormir más, me levanto, voy al baño, lavo mi rostro, aseo mis dientes y regreso a la habitación. Abro el closet, y saco las prendas deportivas que usualmente uso en mis entrenamientos. En menos de nada me coloco cada prenda, los guayos negros y agarro uno de los tantos balones de futbol que tengo en un rincón.
Listo para empezar la rutina a la que tengo años de estar acostumbrado. Salgo de mi alcoba, como es costumbre en mí ahora, antes de irme, me asomo con cuidado a la alcoba de mi nena, y juro por Dios, que siento cómo se me relajan los pulmones, al notar que está placidamente dormida y que está solita. Me alegra mucho ese detalle porque quiere decir, que, poco a poco, su sueño se ha ido regulando y su tristeza por la pérdida de su madre está cediendo. Eso es algo que le da alivio a mi alma, y aunque me pese tanto todo lo que está sucediendo con las hermanas Ferrer, tengo que reconocer y aceptar, que de no ser por esa entrega total que tiene Emma con ella, Abby, estuviera realmente destrozada con ese vacío tan grande al que se tuvo que enfrentar tan pequeña.
Dejo a mi nena tranquila para que siga recuperando las horas perdidas de sueños de todas estas noches pasadas. Bajo al primer piso, acelero mis pasos, de inmediato, siento que el frío intenso quema un poco mi rostro, cuando salgo al patio trasero de la casa. Guio mis pies al fondo, donde una enorme cancha espera por mí, y sin importarme la baja temperatura, dejo el balón a un lado e inicio mi rutina de ejercicios, mientras mis pensamientos son como un nido de ratas que rugen mi cerebro.
Empiezo con un calentamiento, mis músculos tensos se estiran lentamente mientras me muevo al ritmo del reloj, cada movimiento es calculado para preparar mi cuerpo para lo que está por venir. Pronto inicia un nuevo torneo y debo estar en forma.
Mi sangre se va calentando y con ello la fría brisa de la madrugada se empieza a sentir como caricias cálidas en mi piel, mientras me concentro en cada estiramiento, dejando que el aire fresco llene mis pulmones y despeje por lo menos un poco mi mente.
Después del calentamiento, paso a los ejercicios de fuerza y resistencia. Me concentro en mis piernas, la base de mi juego, realizando sentadillas, zancadas y saltos, sintiendo el quemar de mis músculos con cada repetición. El sudor comienza a empapar mi camiseta, mientras me esfuerzo por superar mis límites, recordando cada gol, cada partido ganado y cada derrota superada que me ha llevado a ser quien hoy soy. Ser futbolista de talla mundial y que mi nombre estuviera entre los mejores goleadores, siempre fue mi sueño, a eso le aposté desde siempre con todas las fuerzas de mi alma.
Una vez completados los ejercicios de fuerza, me centro en la velocidad y la agilidad. Realizo sprints cortos y rápidos, cambiando de dirección con rapidez y precisión. Cada paso es calculado, cada movimiento es fluido, mientras me esfuerzo por mejorar mi rapidez en el campo y mi capacidad para reaccionar ante cualquier situación.
Finalmente, llega el momento de trabajar en la técnica central de este deporte. Recojo mi balón del suelo y comienzo a driblar, controlando el balón con delicadeza y precisión. Practico mis pases y mis tiros a puerta, buscando la perfección en cada movimiento. Cada toque del balón es un recordatorio de mi pasión por este juego, un recordatorio de por qué me levanto cada mañana para entrenar, un recordatorio de todo lo que me ha tocado vivir y de todo lo que he tenido que renunciar para llegar donde estoy.
Pateo con fuerza hacia la portería, reventando el balón contra la malla y anotando un tiro desde larga distancia, cuando el eco de ciertos gritos colmados de emoción inundan mi mente. Son los gritos de Emma Ferrer, divertida y mostrándose inmensamente feliz, cada que anotaba un gol y mi dedicación era dirigida a ella, porque a pesar de que mi novia era Karen, fue con su hermana menor, con quien compartía mi pasión, porque ella se enloquecía conmigo, y lo disfrutaba tanto como lo hacía yo.
El sol comienza a asomarse en el horizonte mientras continúo mi entrenamiento, notando como el poco calor del nuevo día se mezcla con el frío de la noche pasada. Para mí, no hay distinción entre día y noche, cuando estoy en el campo, solo hay futbol y la búsqueda constante de esa grandeza que un día anhele. Hoy, al tener a mi hija conmigo, y comprender la canallada que nos hizo su madre, me pregunto ¿Qué tanto ha valido la pena llegar hasta este punto, si me perdí de tantas cosas con mi nena?