Un Hijo Para El Duque

Capítulo 3

Annette Dubois

La comida con mi hermano, como siempre, estuvo cargada de esas conversaciones que él cree importantes y yo… no tanto. Ahí estaba él, con su eterna cara de trasero, lanzando su monólogo sobre cómo debo empezar a pensar en algo que me guste y que sea estable para mi vida. "Annette, no puedes vivir para siempre de la mensualidad que te paso. Tienes que buscar un propósito."

Lo miro desde mi asiento, sosteniendo mi copa de vino, mientras él sigue con su retahíla sobre la floristería de Agnes, que según él está al borde del colapso, y sobre cómo debería replantearme mi vida. Todo mientras yo me dedico a observar cómo las chicas del restaurante no se pierden ni un detalle de él. Vamos, Louis podría vender boletos para mirarlo comer. Si tan solo se relajara un poco, seguro ya tendría una novia. Pero no, ahí sigue, con su traje impecable y ese aire de "el trabajo lo es todo."

—Louis —le interrumpo, dejando mi copa en la mesa con un leve golpe que hace que se detenga—. Tal vez deberías tomar nota de las miradas que recibes y conseguirte una novia. Porque, siendo honestos, me preocupa más tu vida amorosa que mi estabilidad económica.

Me lanza una mirada de advertencia, pero no puede evitar que sus labios se curven apenas en una sonrisa.

Cuando terminamos, me despido de él frente al edificio de nuestra empresa cafetalera. Nos damos un abrazo fuerte, porque a pesar de todo, adoro a mi hermano. Claro, me hace rodar los ojos al sugerirme que tome el chofer para ir a la florería. Lo hago, más que nada para no verlo con su cara de limón agrio si decido irme por mi cuenta.

Mientras estoy en el auto, el duque Felipe vuelve a rondar mis pensamientos. Decido sacar mi teléfono y buscar más sobre él, porque, vamos, un hombre así no se queda fuera del radar de una persona curiosa como yo.

Lo único que encuentro es una noticia vieja que menciona su color de piel y un breve escándalo relacionado con su carácter. Qué tonta es la gente al enfocarse en cosas tan superficiales. Para mí, ese hombre es un verdadero lujo. Sí, un churro bañado en chocolate. Es imposible no sonreír ante la idea.

El auto llega a la florería, y ya puedo ver a Agnes moviéndose de un lado a otro dentro del pequeño local, regando plantas y arreglando un ramo. Bajo con energía, lista para escucharla quejarse de algo mientras yo intento animarla con algún chiste malo. Porque así somos, el caos y la calma, aunque no estoy segura de quién es cuál.

Al entrar, Agnes me lanza una mirada de "¿y ahora qué hiciste?" y yo me limito a responder con una gran sonrisa.

—¿Tienes café? Porque acabo de dejar a mi hermano y su sermón semanal me dejó sedienta.

Ella ríe, y ahí es cuando sé que, pase lo que pase con su floristería, mi amiga seguirá siendo un jardín lleno de vida en mi mundo.

El café que Agnes prepara siempre tiene algo especial, probablemente porque lo mezcla con su cariño y, en este caso, con una pizca de desahogo. Nos sentamos en la pequeña mesa que tiene al fondo de la florería, rodeadas de plantas que parecen absorber nuestras conversaciones como si quisieran ser testigos de todo.

—Deberías dejarme ayudarte con las deudas —le ofrezco mi ayuda entre sorbos, saboreando el amargor suave del café.

—Ni loca, Annette —responde, negando con la cabeza mientras su mirada se llena de lágrimas.

Y ahí va, la compuerta se rompe, y Agnes empieza a hablar de su tía Adelyn, de cómo el cáncer parece un veneno que corre lento pero mortal. Me preocupa, claro, pero intento consolarla a mi manera.

—Vamos, Agnes. Ya sabes lo que dicen: las penas con pan son menos penas. Y tú haces pan con todo, hasta con las flores.

Consigo sacarle una sonrisa entre lágrimas, pero vuelve a llorar. Me armo de paciencia y le lanzo otra de mis joyas:

—¿Sabes? Si yo comiera tanto pan como tú dices que como, estaría rodando en vez de caminar. Es un milagro de la naturaleza que tenga este cuerpo perfecto.

Agnes ríe más fuerte, su rostro iluminándose por un instante.

—Perfecto es poco —me adula, limpiándose las lágrimas con una servilleta—. Pero que no te pongan a correr porque ahí sí estarías perdida.

Le pido que prepare más café mientras yo cruzo al otro lado de la calle, hacia la panadería, para buscar algo dulce que nos acompañe. Mi teléfono vibra, y reviso una notificación de un mensaje. Es del sujeto que me invitó a salir, y ahí estoy, distraída, pensando en cómo responder. Hace una semana que no salgo con nadie.

No me doy cuenta del auto que viene hasta que escucho el bocinazo y el rechinido de llantas frenando de golpe. Me quedo congelada, con la mano en el pecho, mientras mi corazón late como un tambor desenfrenado.

—¡Annette! —escucho la voz de Agnes desde la florería.

Del auto sale alguien dando un portazo, y cuando lo veo acercarse, mi mundo se tambalea. Es imposible no reconocer esa figura imponente, ese rostro cincelado que parece hecho para un maldito anuncio de perfume. El duque Felipe. O eso creo.

—¿¡Está loca o qué!? —me grita, y su tono hace que mi cerebro vuelva a la realidad.

Por un segundo, no sé qué responderle. ¿Le pido disculpas? ¿Le digo algo inteligente? No, porque soy yo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.