Annette Dubois
El aroma de las flores invade cada rincón del camión mientras ayudo a Agnes a subir los arreglos florales. Hay algo en su mirada concentrada, en cómo sus manos colocan cada ramo con una delicadeza casi reverencial, que me hace sentir una punzada de ternura. Ella cree que podemos salvar la floristería con este contrato, y yo, por supuesto, voy a apoyar su fe, podemos lograrlo si todo sale bien.
—Ten cuidado con ese lirio, Annette — manifiesta con esa voz que siempre suena a suave reproche. Su estado de ánimo lo vamos acusar a sus nervios y sus ansias por que todo salga bien.
—Tranquila, Agnes. Si algo le pasa, lo pego con cinta adhesiva y nadie notará la diferencia.
—No es gracioso.
Claro que lo es, pero no se lo digo. Sólo sonrío mientras aseguro los arreglos en la parte trasera del camión. Una vez todo está en su lugar, me giro hacia ella y coloco las manos en las caderas, imitando la postura seria que usa cuando quiere que tome algo en serio.
—Voy a conducir el camión, Agnes. Y sí, lo sé, eso te preocupa más que cualquier deuda o ramo de flores. Pero relájate, ¿sí? Llegaré con bien… o al menos eso creo.
Agnes no sonríe, pero sus ojos me delatan. Está nerviosa, sí, pero también me conoce lo suficiente como para saber que, pase lo que pase, cumpliré con mi parte. Me despido de ella con un abrazo rápido, prometiéndole que llevaré los arreglos primero y luego volveré por el resto.
El volante del camión se siente extraño en mis manos. Hace tiempo que no conduzco algo más grande que mi bicicleta, pero estoy decidida a no preocuparme. Conduzco despacio, hablando en voz alta conmigo misma.
—Todo va a salir bien, Annette. No es como si fuera a chocar con una iglesia o algo así… aunque, pensándolo bien, sería algo muy en mi estilo.
Reviso los espejos siendo precavida, como si fueran a darme una señal de que todo está bajo control. Las flores se balancean en el retrovisor, pero permanecen firmes, como si también ellas estuvieran dispuestas a salvar la floristería a toda costa.
El camino al lugar de la boda es tranquilo, pero mi mente no lo es. Mientras conduzco, pienso en Agnes, en todo lo que ha sacrificado para mantener viva esa pequeña floristería que es su sueño. Pienso en cómo este trabajo es más que un simple evento: es una tabla de salvación.
Cuando llego al lugar, un salón que parece salido de una revista de bodas, me detengo frente a la entrada. Respiro hondo antes de bajar del camión.
—Bueno, flores, hemos llegado. Ahora sólo falta que no haga un desastre al descargarlas.
Una sonrisa se asoma en mis labios. Porque, al final del día, sé que Agnes y yo somos un equipo. Y, juntas, podemos enfrentarnos a cualquier cosa, incluso a una boda que depende de nuestra habilidad para arreglar flores y, tal vez, salvar un sueño en el proceso.
Termino de colocar los arreglos florales en su lugar, asegurándome de que cada pétalo brille bajo las luces del salón. Todo se ve precioso, pero apenas es el comienzo. Aún faltan los manteles, las moñas para las sillas y un millón de detalles más que, siendo honesta, no tengo idea de cómo vamos a terminar a tiempo.
Me limpio las manos en los jeans, ignoro las miradas de los encargados del lugar que seguro se preguntan qué clase de profesional llega vestida así, y me apresuro de regreso al camión. Agnes debe estar revolviéndose de los nervios, y yo necesito volver por ella y el resto de las cosas.
—Vamos, Annette. Esto es pan comido —me digo a mí misma mientras subo al asiento del conductor.
Pongo en marcha el motor y enrumbo el camino de regreso. El sol calienta el parabrisas, pero yo tengo mi remedio infalible: una de mis canciones favoritas a todo volumen. No sé si canto bien, pero canto con ganas, y eso es lo que cuenta. Mi voz llena la cabina mientras tamborileo el volante al ritmo de la música.
Todo va perfecto hasta que escucho un sonido que me deja helada. Un estallido seco, seguido de un temblor en el camión que me hace agarrar el volante con fuerza.
—¡No, no, no, no! —grito, como si protestar fuera a solucionar algo.
El camión se tambalea, y siento el sudor en mis palmas mientras lucho por mantener el control. Logro detenerme, pero el corazón me late tan rápido que parece que voy a echarlo por la boca. Respiro hondo antes de atreverme a salir y enfrentar lo que ya sé: la llanta trasera está hecha un desastre.
—Vaya día para esto —murmuro mientras me paso las manos por el cabello.
Estoy justo en medio del camino, obstruyendo el paso. No puedo creerlo. Esto no sólo es un problema para mí, sino también para los invitados a la boda que, por supuesto, tienen que pasar por aquí.
Me agacho para inspeccionar la llanta, como si de repente me hubieran otorgado poderes mecánicos por arte de magia. No tengo idea de lo que estoy viendo, pero sé que esto no se arregla solo. Saco mi teléfono, esperando poder llamar a alguien, pero no hay señal.
—Genial. Lo que faltaba —susurro, dejando salir un largo suspiro.
Regreso al camión y reviso la parte trasera. Si hay herramientas, no las encuentro. La frustración empieza a asomarse mientras me pongo las manos en la cintura, mirando el camión como si fuera su culpa.