Un Hijo Para El Duque

Capítulo 9

Felipe Delacroix

Salgo del palacio, ajustándome la chaqueta con un gesto automático mientras mis pensamientos dan vueltas en mi cabeza. Acabo de sobrevivir a otra interminable reunión con el rey y su séquito de funcionarios, todos con sus rostros serios y sus interminables preocupaciones. Esos eventos siempre me resultan un tedio insoportable, pero la etiqueta y mi posición me obligan a soportarlos con la misma expresión neutra que llevo practicando años.

Me subo al auto, cerrando la puerta con un golpe seco. El chofer me mira por el espejo retrovisor, esperando instrucciones.

—No a la fiesta todavía —le indico con voz seca. —Primero, llévame a un bar decente. Necesito un trago antes de enfrentarme al espectáculo que dará la condesa Vivienne esta noche.

La sola idea de esa mujer me provoca una sonrisa torcida. Vivienne, tan provocativa, tan consciente del efecto que tiene en los hombres. Sé que esta noche no será diferente. Seguro llevará un vestido ajustado, una mirada seductora y un plan bien calculado para hacer que me quede más tiempo del que debería. No me molesta, claro, pero hoy mi mente no está en ella.

Hoy mi mente está atrapada en otra mujer.

Una mujer con ojos verdes que no me deja en paz desde aquella boda. Esos ojos llenos de vida, de tormenta, de algo que no sé describir pero que me consume cada vez que los recuerdo.

Dejo escapar un suspiro, inclinándome hacia atrás en el asiento mientras el auto avanza por las calles iluminadas. La seguí aquella noche. Lo sé, no es lo que un caballero haría, pero nunca me he considerado un caballero. Ella salió corriendo de la boda como si algo la persiguiera, y yo, incapaz de resistir la curiosidad, fui tras ella.

Tres horas de viaje hasta la playa. Tres largas horas en las que tuve tiempo de pensar en lo absurdo de mi comportamiento, en lo ridículo que era seguir a una mujer que apenas conocía. Pero cuando la vi allí, descalza, caminando sobre la arena bajo la luz de la luna, todo eso dejó de importar.

La escena era hipnotizante: su cabello suelto bailando con el viento, sus pies deslizándose por la orilla, dejando huellas que las olas borraban lentamente. No sé qué esperaba encontrar al seguirla, pero lo que encontré fue una paz que no recordaba haber sentido en años.

Quería acercarme, quería romper la distancia que nos separaba y hacer algo impulsivo, algo que no hago a menudo. Pero en lugar de eso, me contuve. Me quedé ahí, observándola como un idiota, y al final, cuando nuestros caminos se cruzaron, todo terminó con un simple apretón de manos y una sonrisa. Una sonrisa que, maldita sea, no se ha ido de mi cabeza desde entonces.

—Señor, hemos llegado al bar. —La voz del chofer me saca de mis pensamientos.

—Bien. Espérame aquí. No tardaré mucho.

Entro al bar, el ambiente oscuro y lleno de humo se siente como un refugio. Me apoyo en la barra y pido un whisky doble, necesitándolo más que nunca. Mientras el licor quema mi garganta, mi mente regresa a ella, como siempre.

¿Por qué no puedo sacarla de mi cabeza? No es como si fuera la primera mujer que me impacta, pero hay algo en ella que se siente diferente. Algo que no puedo ignorar, por más que lo intente.

—¿Pensando en alguien? —pregunta el barman con una sonrisa burlona, mientras me sirve otro trago. Ya me conoce, sabe que soy el duque, y su bar es uno de los pocos discretos donde no se filtra información.

—En algo — murmuro, cortante evitando que se dé cuenta que traigo la mente distraída por una rubia.

Salgo del bar unos minutos después, con el sabor del whisky aún en mis labios y la silueta de esa mujer en mi mente. Subo al auto y le indico al chofer que nos dirijamos a la fiesta de Vivienne.

Mientras el auto avanza, me miro en el reflejo de la ventana y me doy cuenta de algo. Estoy acostumbrado a ir de corazón en corazón, a no quedarme con nadie, a no sentir nada profundo por ninguna mujer. Pero esta vez, con ella, siento algo que no puedo identificar.

Y eso, sin duda, es más peligroso que cualquier mirada provocativa de la condesa Vivienne.

El auto se detiene frente a la enorme mansión de Vivienne, iluminada como un faro que anuncia una noche de excesos. Desde la ventana, veo cómo los invitados se mueven como peones en un tablero, saludándose con sonrisas vacías y vestidos caros que parecen competir entre sí.

—No tardaré demasiado —le indico al chofer mientras desciendo. Aunque, siendo honesto, no estoy tan seguro.

Subo las escaleras con calma, ajustándome el reloj en la muñeca mientras uno de los mayordomos abre la puerta. La música suave y el murmullo de conversaciones me reciben al entrar, junto con el inconfundible aroma de vino caro y perfume francés.

Vivienne aparece casi al instante, como un depredador que detecta a su presa. Lleva un vestido negro, ceñido al cuerpo, con un escote que tiene la intención de captar mi atención. Me ofrece una sonrisa que grita invitación y un par de copas de champán que no pido, pero tomo de todas formas.

—Felipe, querido, siempre un placer verte. —Su voz es sedosa, como una serpiente deslizándose entre las palabras.

—Vivienne. Siempre tan… radiante. —Mi tono es educado, pero distante.




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