Un Hijo Para El Duque

Capítulo 10

Annette Dubois

Los tacones son mi peor enemigo esta noche, y el vestido no se queda atrás. Después de tres canciones, mis pies están gritando clemencia. Miro a Louis con mi mejor cara de súplica y, para mi alivio, entiende el mensaje.

—Un descanso—propone, con esa sonrisa encantadora que siempre lo hace parecer demasiado perfecto.

—Por favor, antes de que mis pies se declaren en huelga.

Nos dirigimos a nuestra mesa asignada, y apenas mi trasero toca la silla, siento como si hubiese encontrado el paraíso. Me quito los zapatos siendo discreta debajo de la mesa y dejo escapar un suspiro de alivio mientras me sirvo una copa de vino.

Louis, siempre el empresario, comienza a hablarme sobre un montón de documentos que tengo que firmar. Hago un esfuerzo por mantener mi cara de interés, aunque la verdad es que no me apetece en lo absoluto pensar en contratos o en mi participación en su empresa. Lo miro con una ceja alzada mientras bebo un sorbo de vino.

—¿Sabes qué, Louis? Un día de estos te voy a cobrar por cada firma que me hagas estampar. —Él ríe, acostumbrado a mi sarcasmo, pero yo lo digo en serio.

En eso, levanto la mirada y mi vista se cruza con la de Felipe. Oh, genial. Justo lo que necesitaba para arruinarme la noche. Está ahí, de pie junto a la anfitriona, quien está pegada a él como si fuera un accesorio más de su traje.

Intento ignorarlo, pero no puedo evitar sentir una punzada de desagrado. ¿Por qué? No lo sé, pero ahí está, fastidiándome como un mosquito en verano.

—¿Annette? —La voz de Louis me saca de mis pensamientos.

—¿Qué? Ah, claro, claro, firmaré lo que sea. —Le hago un gesto con la mano para que siga hablando mientras mi mente sigue atrapada en esa mirada oscura que parece perforarme desde el otro lado del salón.

De repente, unos caballeros se acercan a saludar. Pongo mi mejor sonrisa de cortesía, pero apenas puedo soportar la conversación trivial. Después de unos minutos, me disculpo con una excusa bastante convincente y me escapo al patio trasero.

El aire fresco me recibe como una avalancha en medio del mar. Camino por el largo corredor admirando la belleza de la mansión. Es enorme, casi demasiado perfecta, como si cada ladrillo estuviera diseñado para hacerte sentir inferior. Me detengo en un rincón tranquilo, sosteniendo mi copa de vino y perdiéndome en mis propios pensamientos.

No quiero admitirlo, pero la imagen de Felipe sigue rondando mi cabeza. Maldita sea, ¿por qué mi cerebro decide aferrarse a él justo en los momentos menos oportunos?

Estoy tan distraída que no escucho los pasos detrás de mí. Un grito se me escapa cuando una mano se posa en mi hombro, y la copa se me resbala de las manos, estrellándose contra el suelo.

—Tranquila, soy yo. —La voz grave y tranquila de Felipe me devuelve al presente.

Mi corazón late a mil por hora mientras trato de recuperar el aliento. Lo miro, y por un segundo, deseo tener un zapato en la mano para lanzárselo.

—¡Por el amor de Dios, Felipe! ¿Es que no puedes acercarte como una persona normal?

Felipe no responde de inmediato, pero sus ojos negros se clavan en mí, analizándome con esa intensidad que hace que me sienta expuesta. Cruzo los brazos sobre mi pecho, más para protegerme que para imponerme.

—¿Siempre eres tan asustadiza? —pregunta con una leve sonrisa, y ese tono burlón me hace querer golpearlo.

—¿Y tú siempre eres tan insoportable? —respondo, sin molestia alguna en esconder mi irritación.

Él da un paso hacia mí, y de repente el espacio parece demasiado pequeño. Mi corazón, que ya estaba acelerado, ahora late con tanta fuerza que temo que él pueda escucharlo.

—Solo quería asegurarme de que estabas bien. —Su voz es suave, pero hay algo en ella que me hace pensar que no es toda la verdad.

—Estoy perfecta. —Doy un paso atrás, intentando recuperar mi espacio personal.

—¿Segura? Porque parecías bastante... distraída.

Sus palabras me golpean como un dardo certero, pero no pienso dárselo en bandeja. Enderezo la espalda y lo miro a los ojos.

—¿Y tú? ¿No deberías estar dentro, entreteniendo a tu fan club?

Él sonríe, pero es una sonrisa peligrosa, de esas que te advierten que el juego apenas comienza.

—Quizás, pero me pareció más interesante venir aquí. Tú ¿Has dejado solo a tu galán? — no sé por qué diantres me siento molesta, pero escucharlo preguntar por cita me dan ganas de carcajearme.

No sé qué responder, así que solo me agacho para recoger los pedazos de la copa rota. Pero antes de que pueda hacerlo, él se inclina y nuestras manos se rozan. Mi piel arde con el contacto, y sé que el duque lo siente también porque su mirada cambia, volviéndose más oscura.

—No tienes que quedarte si no quieres —murmura, pero hay algo en su tono que me dice que espera lo contrario.

Y en ese momento, no sé si quiero quedarme... o salir corriendo.




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