Un Hijo Para El Duque

Capítulo 11

Annette

El aire fresco del patio es un calmante a la agonía que se siente tener al duque así de cerca. Camino junto a Felipe, manteniendo una distancia prudente, aunque cada tanto nuestras miradas se cruzan con una euforia que hace que me olvide de respirar por un segundo. Es como si hubiera un hilo invisible entre nosotros, tirante y lleno de electricidad.

—Bailas muy bien, por cierto — menciona de repente, con un tono casual que no logra ocultar su verdadera intención.

—Gracias, Louis es un gran bailarín — comento con una sonrisa traviesa, consciente de que mi respuesta no le gustará.

—Lo noté. —Su voz tiene un deje de sarcasmo, y una ceja arqueada acompaña la frase.

—¿Te refieres a cómo girábamos en la pista? —pregunto, fingiendo inocencia.

—Algo así. Parecía... ¿cómo decirlo? Muy... íntimo.

Suelto una carcajada. No puedo evitarlo; la forma en que intenta mostrarse indiferente mientras su incomodidad es evidente resulta hilarante.

—¿Íntimo? Por favor, Felipe, es mi hermano. Podemos bailar como queramos sin preocuparnos por lo que piensen los demás.

—Claro, porque todos los hermanos bailan así, ¿no? —replica con una sonrisa sarcástica.

—¿Y qué hay de ti? —contraataco con humor, inclinando la cabeza hacia él—. La anfitriona no te dejó ni respirar en la pista. Parecía que quería morderte... y no precisamente de forma figurativa.

Felipe sonríe, pero sus ojos no pierden esa chispa que siempre tiene cuando hablamos.

—Solo es una conocida.

—Claro que sí, Felipe. Y yo soy la reina de Inglaterra.

Él se ríe, y ese sonido me desarma un poco. Es raro verlo relajado, pero cuando lo hace, hay algo en él que me atrae como un imán.

Decidimos cambiar de tema, y él comienza a hablar de una excursión que planea hacer.

—Hay un volcán cerca donde se practica rope jumping. Quiero ir este fin de semana. —Me mira con una expresión que no puedo descifrar del todo—. ¿Vienes conmigo?

Casi me atraganto con mi propia saliva.

—¿Qué? ¿Saltando al vacío con una cuerda? ¿Es una broma?

—No lo es. ¿Qué dices?

—Digo que no puedo creer que pienses que soy tan temeraria.

—Vamos, Annette. Sabes que te gustan las aventuras. Además, prometo que no dejaré que te pase nada.

Sus palabras me toman por sorpresa. Hay algo en su voz, en la manera en que lo dice, que me hace querer aceptar, aunque la idea de saltar desde un volcán me aterre.

Nos quedamos quietos, mirándonos a los ojos. Hay una conexión entre nosotros que parece imposible de ignorar. Felipe da un paso más cerca, sus manos se posan en mi cintura, y mi corazón decide correr una maratón.

Sin pensar, mis manos suben a su cuello. Todo en él me llama, me tienta. Su respiración choca con la mía, y su mano sube despacio hasta acariciar mi mejilla. Me inclino un poco hacia él, mis labios temblando por la anticipación de un pequeño roce.

—Annette.

La voz de Louis me saca de ese trance. Es fuerte y clara, rompiendo la burbuja en la que estábamos atrapados.

Felipe me suelta al instante, pero no antes de dirigirle a Louis una mirada de superioridad que me hace querer reír y rodar los ojos al mismo tiempo.

—Tu... noviecito te busca — murmura con ironía, mirándome con una ceja alzada.

—Es mi hermano, Felipe. Mi. Hermano. —Cruzo los brazos, tratando de disimular mi rubor.

—Claro que sí. —Sonríe, burlón, antes de dar un paso atrás.

Louis llega hasta donde estoy, lanzando una mirada inquisitiva entre Felipe y yo.

—¿Todo bien? —pregunta, y su tono protector es evidente.

—Sí, todo bien. —Le dedico mi mejor sonrisa tranquila, mientras Felipe se despide con un movimiento de cabeza y desaparece hacia el interior de la mansión.

La noche se siente más larga de lo que debería, y cuando le pido a Louis que nos vayamos, acepta sin protestar. Subimos al auto, y mientras él maneja, se queja de lo aburridas que pueden llegar a ser estas fiestas de la "alta sociedad". Yo le respondo con un gesto exagerado de agotamiento, lo que lo hace reír. A pesar de todo, Louis siempre sabe cómo mantenerme de buen humor.

Al llegar a casa, la escena que encuentro me detiene en seco. Agnes está en el sillón, su rostro enterrado en las manos mientras solloza. Mi corazón se aprieta, y dejo mi bolso en la entrada antes de acercarme.

—Agnes, cariño, ¿qué pasa? —pregunto, arrodillándome a su lado y envolviéndola en un abrazo cálido.

Ella se aferra a mí, como si mi presencia pudiera sostener su mundo roto. Entre lágrimas, me habla de su tía, de lo mal que está y de cómo la situación económica se le está complicando. Cada palabra es hiriente, porque sé cuánto se preocupa por los demás, incluso cuando ella misma está al borde del colapso.

—No sé qué voy a hacer, Annette. Necesito conseguir otro trabajo, pero todo parece imposible en este momento.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.