Un Hijo Para El Duque

Capítulo 13

Felipe Delacroix

Llego a la cabaña que siempre alquilo cuando vengo a este volcán. Me gusta la familiaridad del lugar, esa sensación de que puedo desaparecer del mundo por un rato sin que nadie me moleste. Apenas abro la puerta y siento el olor a madera, dejo caer mi equipaje al suelo. Todo está como lo dejé la última vez, tal y como lo pedí.

Me gusta aparecer normal de vez en cuando, sin embargo por ser el duque gozo de los privilegios de reservar la misma cabaña siempre.

Pero algo no encaja. Al mirar por la ventana, noto humo saliendo de la chimenea de la cabaña frente a la mía. Frunzo el ceño. Las órdenes eran claras: quiero privacidad absoluta. Nada de turistas, nada de vecinos. Maldigo entre dientes.

—Siempre hay alguien que no entiende la palabra “privacidad” —murmuro, dejando salir un suspiro pesado.

Primero, necesito una ducha. La combinación de sudor, polvo del camino y frustración no es glamorosa. El agua caliente ayuda, pero la irritación sigue allí, latente. Me cambio de ropa, elijo algo cómodo pero presentable, y decido averiguar quién se ha atrevido a invadir mi espacio.

Cuando cruzo el camino hacia la cabaña, mi mente ya está planeando cómo lidiar con esto. Le pagaré al intruso para que se marche. No importa cuánto cueste, solo quiero que desaparezca. Llamo a la puerta, pero no hay respuesta.

—¿Hola? ¿Hay alguien? —insisto, golpeando de nuevo.

Silencio. Solo el lejano sonido de música de fondo. La puerta está entreabierta, y no soy de los que esperan invitación para entrar cuando algo no me gusta. Empujo con cuidado y cruzo el umbral.

—¿Hay alguien aquí? — vuelvo a preguntar en voz alta mientras camino por la sala principal.

Sigo avanzando, notando el desorden de mochilas y ropa en el lugar. Subo las escaleras de madera que crujen bajo mis pasos. Cuando llego a la planta superior, el sonido del agua corriendo me detiene. Alguien está en la ducha.

Asomo la cabeza hacia el baño, intentando confirmar si hay alguien.

—¿Qué clase de idiota deja la puerta abierta? —mascullo para mí mismo.

De pronto, la puerta de la ducha se abre de golpe, y un grito desgarrador rompe tenue silencio. La figura que emerge patina en el suelo mojado, resbala y cae con un golpe seco. Mis ojos tardan un segundo en procesar lo que ven.

Annette.

Santos cielos. Está completamente desnuda, su piel brillante por el agua, y yo… Yo estoy allí, plantado como un idiota, incapaz de apartar la vista de todo lo que la naturaleza ha sido generosa en darle.

—¡Felipe! ¿Qué demonios haces aquí? —chilla, cubriéndose como puede con las manos.

Mi cerebro consigue reaccionar. Miro hacia el techo, hacia cualquier lugar que no sea ella.

—Yo… esto… pensé que la cabaña estaba vacía. ¿Qué haces tú aquí?

—¡Vine a descansar! —gruñe, sus ojos fulminándome mientras se envuelve en una toalla.

—Bueno, pues este no es un buen lugar para eso. Me gusta estar solo cuando vengo aquí —respondo, mi tono cortante, aunque no puedo evitar el calor que me sube al rostro. Y recuerdo que la invité a venir en la fiesta de la condesa, pero no dijo nada sobre venir.

Ella me apunta con el dedo, furiosa.

—Y tú, ¿acostumbras a entrar a cabañas ajenas sin invitación? ¡Sal de aquí ahora mismo!

Asiento, reprimiendo una sonrisa que amenaza con aparecer.

—Cuando están ocupando mi espacio personal quizás sí.

Mientras bajo las escaleras y cruzo de regreso a mi cabaña, no puedo evitar pensar en la forma en que el destino parece disfrutar jugando conmigo. Annette, aquí. Justo cuando creía que podría tener algo de paz, al verla marcharse con su pareja en la fiesta me arrepentí de invitarla, nunca he traído compañía a mi lugar especial. Pero si algo tengo claro, es que esto va a ser interesante.

Ojalá y no venga con el noviecito.




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