Annette Dubois
Dios, ¡qué vergüenza! Nunca antes me había sentido tan expuesta delante de un hombre. ¿Podría la tierra tragárseme de una vez? Sacar a Felipe de la habitación fue todo un espectáculo; primero, porque parecía plantado como un árbol, observándome con esos ojos oscuros que no se pierden detalle, y segundo, porque me vio tal cual Dios me mandó al mundo. ¡Qué desastre!
Respiro profundo mientras termino de vestirme. Me coloco una camiseta que apenas cubre lo suficiente, me recojo el cabello en un moño desordenado que grita “no me importa”, y deslizo un par de vaqueros cómodos sobre mis piernas. Por fuera intento proyectar calma; por dentro, mi corazón no deja de latir como si hubiera corrido un maratón.
Sí, lo admito, sabía que me lo toparía aquí. Claro que lo sabía. Investigué dónde podría quedarse el duque cuando viene a esta área del volcán. Ser la hermana de Louis Dubois tiene sus ventajas, y pedir información de un lugar como este fue pan comido. Después de todo, Felipe me invitó, aunque no estoy segura de sí aun quiere que este aquí. Bueno después de todo no tiene nada de malo tratar de conocerlo un poco más... ¿cierto?
Cuando bajo las escaleras y entro a la pequeña sala, allí está el duque más sexi del planeta, sentado frente a la mesa, como si fuera dueño del lugar. Lleva una camisa casual que parece diseñada para resaltar sus hombros y esos brazos que, lo reconozco, son demasiado para un hombre que se supone que no me gusta. Siento un calor subir por mis mejillas, y antes de que empiece a hiperventilar por el simple hecho de verlo, me aclaro la garganta.
—¿Qué estás haciendo? — cuestiono, arqueando una ceja, intentando sonar despreocupada.
—¿Qué parece que estoy haciendo? Sirviendo comida, Annette. —Su tono es seco, como si la pregunta fuera ridícula, pero hay una chispa en su mirada que me desconcierta.
Me pide que me siente y, aunque mis piernas quieren salir corriendo, hago lo contrario. Tomo asiento frente a él, mis ojos viajando de los platos servidos a su rostro. Todo parece tan simple, tan cotidiano, pero siento un cosquilleo recorriendo mi cuerpo.
—No sabía que sabías cocinar, Felipe. —Mi voz intenta sonar ligera, casi burlona, pero el hormigueo no se va.
—No es gran cosa. Solo sé hacer lo suficiente para no morir de hambre — comenta, sirviendo un poco de vino en las copas.
Lo miro fijamente mientras lo hace, intentando encontrar algo en su rostro que me explique por qué me provoca esta avalancha de emociones. ¿Por qué él? ¿Por qué ahora?
—¿Por qué vienes a este lugar? — cuestiono llevándome un bocado de comida a la boca, dioses, es lo más delicioso que he comido.
—Me gusta alejarme del mudo, estar solo y respirar paz— responde provocando que me sienta como una intrusa.
—Yo…yo lamento estar aquí… es que
—Si Annette te invité, pero después de verte con tu novio creí que no vendrías— agrega indicando que aún no se convence que Louis es mi hermano.
—Por favor, Louis es mi hermano, pocas personas lo saben porque yo elegí vivir mi vida en un bajo perfil— informo evitando dar mayor información.
—¿Por qué? Digamos que te creo, son hermanos, ¿Por qué vivir en un bajo perfil? — cuestiona dándole un trago a su copa llena de vino.
Dejo salir un suspiro y me muerdo la cara interna de la mejilla, lo veo a los ojos y elijo que ha sido una mala elección, es demasiado lindo como para no perderse en su mirada, descubro que estoy sintiendo demasiada atracción hacia Felipe y dejo salir un suspiro.
Yo nunca como con mis citas, jamás me siento a la mesa hablar con los hombres que me he involucrado y no suelo contar mis cosas, al duque ya le he dicho más de lo que puedo permitirme hablar. Sus ojos me analizan, espera a que diga algo y decido que es momento de cambiar de tema, aun no lo conozco y tampoco deseo involucrarme con él a profundidad como para hablar del tormento que ha sido mi vida.
—¿Y por qué el gran Felipe Delacroix, el hombre que se escapa de sus responsabilidades cada vez que puede, se molesta en preparar comida para una intrusa como yo? — pregunto cambiando de tema, intentando disfrazar mi nerviosismo con sarcasmo.
Sonríe de medio lado, ese tipo de sonrisa que parece usar demasiado cuando está en medio de una cita. Esperen, pero esto no es una cita, puf, para nada.
—Porque, Annette, si voy a tener una intrusa en mi espacio, al menos que esté bien alimentada.
Mi corazón palpita a mil, y odio la sensación que me provoca. Lo odio a él por hacer que me sienta así, como una adolescente torpe y nerviosa. Pero lo peor de todo es que sé que me gusta. Dios, cómo me gusta. Y eso lo complica todo.