Un hijo para el presidente

Capítulo 4

Matteo puso su mejor cara de hombre dolido y bajó del avión después de que Lauren lo hiciera. El chisme se fue cómo pólvora y todos estaban a su favor. Tal y como lo planeó, nada podía salir mal y si pasaba, buscaría la manera de sacar esas espinas del camino. Licy estaba detrás de él respondiendo algunas llamadas y en cuanto entraron al auto, dejó salir una carcajada que se escuchó por todos lados, llamando la atención hasta del chofer.

— ¿Ahora de qué te ríes? —Licy presionó el botón que dividía el auto—. ¿Y si alguien te hubiera visto?

— No me importa —se aflojó la camisa—. James debe tener todo listo. Lauren debe estar realmente asustada con todo lo que se anda diciendo.

— Su madre me acaba de poner un mensaje de que lo está esperando —Licy le pasó su celular—. Usted no toma sus llamadas y…

— Mi madre es una metiche —respondió Matteo, sin tomarle el celular—. Ella no tiene por qué meterse en mi vida.

— Seguro debe estar preocupada porque usted ya es noticia en todos los medios —su asistente se notaba preocupada—. ¿Por qué no me había dicho que su esposa le era infiel?

— ¿Eso hace alguna diferencia en mi vida personal? —suspiró—. Eso ya es evidente, nosotros no éramos un matrimonio feliz. Todo fue más por conveniencia. Ni siquiera teníamos sexo y es entendible que buscara a otros hombres…

— ¿No tenían intimidad? —preguntó Licy sumamente confundida—. ¿Cómo es eso posible?

— Nunca la toqué —confesó—. Nuestro matrimonio fue más fácil porque su padre me la metió por los ojos. Había especulaciones de qué era homosexual, ella es hermosa, la mujer perfecta para mostrarle al mundo, pero no era la mujer que quería en mi vida para formar una familia —dijo mirando por la ventana—. Lauren sabía que si la prensa se enteraba de que me era infiel, todo se le iba a caer encima. Su padre es un político que está buscando la presidencia a como dé lugar. Pensó que su hija me haría débil, sin embargo, quien resultó ser el débil fue él.

— Todo esto fue parte de un plan que ni yo tenía conocimiento —el ángel se notaba confundida—. Por eso, sigo insistiendo que me vaya de su lado.

— Deja ese tema para después —siseó—. No estoy de humor para…

— No me importa lo que tengas en mente, me iré en cuanto este teatro sin sentido termine —la vio moverse hacia el otro lado del auto—. Este circo que armaron James y tú se acabará con ustedes, no conmigo metida.

— No te irás, deja de decir estupideces —masculló—. Te harás cargo de lo que sea que mi madre vaya a decirme y harás que se largue a molestar a mis otros hermanos.

— No es tan fácil decirle a su madre que se vaya a otro lado si usted está ahí metido en ese lío también —el ángel comenzó a mandar mensajes a saber Dios quien—. James me acaba de decir que usted debe hablar con su madre. Ella está esperándolo en su casa.

— Ya no podré descansar.

Licy se rio de su desgracia. Si su madre estaba en el país es porque alguno de sus hermanos estaba en serios problemas. El chofer condujo hasta su casa a las afueras de la ciudad. Su único lugar seguro, en dónde en más de una ocasión en el pasado, Licy cayó en su jardín sin recordar nada de lo que pasaba y que luego se marchaba con las provisiones que encontraba en el cuarto de servicio. Vio a su madre esperándolo de brazos cruzados con cara de pocos amigos.

— Los dejaré solos para que hablen entre ustedes —dijo Licy, y luego entró a la casa.

— Mamá, en verdad no estoy de humor para tus escándalos sin sentido —dijo Matteo metiendo las manos en sus bolsillos—. Voy a mudarme lejos para que no puedas encontrarme…

— Que no se te olvide que tu madre tiene dones y que puedo encontrarte en dónde sea —Marsella chasqueó los dedos—. Vi lo que hiciste, ¿qué harás ahora?

— Casarme con Licy —respondió con simpleza—. Ese siempre ha sido mi plan. No hay nada más que decir sobre eso.

— Ella no te recuerda, Matteo —dijo su madre mirándolo con pena—. Lo único que podrás lograr es que ella te odie por el resto de su vida. No hay una marca en su cuello, y aunque la haya, las cosas no serán fáciles.

— No me importa —se quedó mirando hacia otro lado—. Ella ha venido pocas veces a esta casa y no recuerda nada. ¿Qué fue lo que usaron con ella?

— Lo siento, Matteo —dijo su madre con pesar—. Ni siquiera yo puedo saber que le dieron para que te olvidara.

— No importa —miró el cielo—. Ella quiere irse, necesito algo que la mantenga conmigo.

— Eso está por verse, sin embargo, creo que tengo la solución a todos tus problemas —su madre se acercó a él—. Dentro de poco se hará un crucero familiar, llévala contigo.

— Licy no irá conmigo a ningún lado.

— Deja de pensar en que las cosas malas te pasarán, Matteo —su madre acarició su mejilla—. Es tu alma gemela. Deben estar juntos y cometiste un terrible error al casarte con esa mujer que solo buscaba dinero y fama a costillas tuya. 

— Ahora tiene mucha fama —suspiró—. Dame un momento conmigo mismo antes de decirte si iré a ese sitio o no.

Entraron a la casa y se encontraron con que Licy no se encontraba por ningún lado de la sala. Matteo fue a buscarla a la cocina, y su corazón volvió a latir cómo era debido luego de verla comerse unas fresas con miel que él tenía guardadas en la nevera. Por un momento creyó que ella estaba en una de las habitaciones revisando todo y se daría cuenta de que se conocían de antes.

— ¿Ya terminaron de hablar entre ustedes? —Licy se metió una fresa a la boca como si eso no estuviera matando por dentro—. Hola, señora Marsella.

— Hola, Licy —su madre se acercó a ella—. ¿Cómo has estado? ¿Mi hijo te tiene patas arriba?

— Sí, pero ya me voy del trabajo en poco tiempo —respondió metiéndose otra fresa en la boca—. Digamos que su hijo me tiene con canas verdes y soy joven.

— Bueno, tú querías trabajar en esto de la presidencia antes de conocerlo. No puede ser que ahora te quieras echar para atrás.




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