El soldado iba corriendo por los pasillos como jamás había hecho, sabiendo que la noticia que llevaba ameritaba a ello. El sonido de su armadura resonaba por todo el lugar, hasta que por fin pudo llegar hasta su destino: el estudio privado del rey. Allí, con la respiración agitada, golpeó la puerta esperando pasar de inmediato. No podía contener la lengua por mucho más con aquella probable noticia, sobre todo con el monarca, que le competía en sobremanera.
Luego de que le diese el permiso, el jefe de guardias pasó a la oficina, haciendo que el rey le observe de arriba abajo por su inusual aspecto.
—¿Qué ha sucedido, Thomas? ¿Has visto un fantasma?
—Mi señor, no bromee en estos momentos. Tengo una noticia muy grande para usted —exclamó el soldado con el rostro algo enrojecido.
Arthur, por su parte, observó a su viejo colega, quien le había acompañado en las guerras y con quien había compartido hambre y lujo. Ahora, era la primera vez que le veía tan exaltado. Claro, aparte de las veces que se entusiasmaba en las batallas, lo que le hizo ganar el apodo de “La bestia de Sanya”.
—Amigo, creo que vas a ser padre —expulsó con una gran sonrisa, a la que el rey quedó especialmente atónito.
Creyó haber oído mal, por lo que se frotó el puente con cansancio. Quizás su amigo le estaba jugando una broma, a pesar de que eso no era mucho su estilo. Pero era una probabilidad. Después de todo, eso era más lógico y realista que el que él fuera padre. Eso solo podría ser si era con…
—¡¿Iris está embarazada?! —espetó fuera de sí.
—¡Eso creo! Hoy cuando fui a ver a las sirvientas para darle el informe, ella tuvo náuseas. Y tú sabes lo que dicen de las chicas que tienen náuseas o malestares matutinos.
—¿Tiene malestares matutinos? —inquirió un exaltado Arthur.
—No. O por lo menos no lo sé —confesó Clivood, viendo su error—. Ya te dije que es lo que me pareció, habría que llamar al doctor para confirmarlo.
—Sí, opino lo mismo. Llama a Iris para que venga aquí y al médico real, para confirmar si es verdad que ella está embarazada.
Aquella palabra le supo confusa, con cierta dulzura y amargor al mismo tiempo, siendo que era fruto de una noche de pasión. La joven era hermosa, sin duda, como si la luna hubiera tenido una hija y la hubiera dejado en la tierra. Pero, a pesar de eso, la idea de tener un hijo era extraña. Iba a cumplir sus veintitrés años, siendo una edad joven en la que nunca antes había tenido un contacto muy cercano con las mujeres, más que quienes lo criaron.
Sin embargo, esa noche fue con la idea de cumplir su deber, encontrándose con una belleza que le quitó cualquier duda, miedo o confusión, llevándolo a fundirse en un torbellino de emociones en donde la pasión primó. Fue un fuego que los consumió al punto de que, dos meses y medio después, las cenizas aún ardían en ambas partes. Y, ahora, podía ser que estuviesen conectados para siempre.
—Haré todos los arreglos —notificó un obediente Clivood antes de salir del estudio del rey, dejándolo solo con mil pensamientos.
Después de ese tiempo, iba a volver a verla, lo que le provocaba cierto nerviosismo y anhelo. Pensó en su cabello, cómo lucía todo alborotado en la almohada; sus labios entreabiertos e hinchados por sus besos; esa mirada de ojos negros tan bellos y profundos que le hipnotizaban, despertando deseos donde quería protegerla y destrozarla al mismo tiempo. No había podido sacársela de sus pensamientos, volviendo a verla una y otra vez aquellos dos meses.
Mil preguntas llegaban a su cabeza, pensando en cómo luciría Iris, la pequeña sirvienta, embarazada o cargando a un niño. Y se dijo a sí mismo que aquella imagen sería de lo más tierna. También, trató de visualizar la imagen de cómo luciría él como un padre. Y, la verdad era que eso no podía ni imaginárselo. Era demasiado. Nunca había pensado en esa escena antes y parecía fuera de la realidad. No estaba listo para ser padre y tener hijos.
La situación era un desastre la situación en ese momento como para agregar algo más a la lista. La señorita Evonny aún se encontraba en el castillo con el título de prometida, conforme esperaban que se desvelara si Iris estaba embarazada o no. En caso de que no lo estuviera, el rey tendría que casarse como se había planeado y como debió haber hecho ese día.
Por suerte, la señorita había sabido comportarse y mostró su fortaleza de carácter, esperando con paciencia hasta que el rey se dignara a hacer lo correcto para desposarla. Estaba continuamente cambiando sirvientas, como había sucedido antes de Iris, las que se quejaban con la jefa de sirvientas y el mayordomo real para que se les haga justicia. Sin embargo, ya había demasiadas preocupaciones como para que importaran las quejas de un par de sirvientas.
Por fin, luego de tanto pensar, el rey fue traído de vuelta a la realidad cuando volvieron a tocar la puerta. Sabía de quiénes se trataba, por lo que se reacomodó en su sitio y peinó su cabello con sus manos, sintiéndose ansioso por alguna razón. Quería que ella le encontrara muy atractivo.
Una vez pudo expresar el permiso para que entre, una bella Iris cruzó el umbral del estudio, haciendo que el tiempo se detuviera en ese instante. El rey la observaba embobado, pensando en que lucía incluso más hermosa que lo que recordaba, haciendo que las ganas de besarla aumentaran a niveles peligrosos. Ella, por su parte, le observó con nerviosismo, un nerviosismo en el que se sentía completamente expuesta ante los ojos del imponente monarca, quien permanecía serio desde su asiento.
Los ojos de Arthur buscaron con anhelo los de Iris, quien permanecía con la cabeza gacha ante su profunda mirada. Quería verla mejor, saborearla como había hecho aquella noche. Pero sabía que era imposible. Ahora no tenía más remedio que pensar en una manera de arreglar todo este asunto de la confusión, sobre todo si es que ella se encontraba embarazada.
Por vez primera, el rey no sabía que hacer.