Con la nueva noticia, el rey Arthur tuvo que tomar asiento, sintiendo que el aliento se escapaba de su cuerpo. Allí, una aún más aturdida Iris compartía el sentimiento, mientras que el médico tomaba sus cosas para retirarse, como si no hubiera dejado caer una gran noticia en la habitación. Una vez abrió la puerta, el rey pudo volver a producir palabras, deteniéndolo.
—Doctor, total discretud con esto. No quiero que nadie lo sepa aún.
El anciano médico, le observó con una sonrisa en los labios, como si allí mostrara toda la experiencia y secretos oscuros que alguna vez había tenido que cargar. Una raya más al tigre era insignificante.
—No se preocupe —respondió antes de dar una reverencia y dejarlos solos en el estudio.
El aire se sentía por demás pesado. Rey y sirvienta sabían que debían de compartir palabras después de aquel tiempo de ignorarse mutuamente. Pero, no sabían cómo comenzar. Era difícil, después de todo, siendo que habían compartido sus almas aquella noche, siendo unos completos desconocidos, dejándose guiar por el deseo.
—Mi señor —llamó una aterrada Iris—, fue todo mi culpa. Yo debí haberle dicho que no era la señorita Evonny. Todo fue mi error —repetía con lágrimas en los ojos, perdiéndose en un abismo.
Ante sus lastimeras palabras, el monarca no sintió rencor, enojo o crítica ante la débil doncella frente a él. Sí aceptaba que tenía razón en sus palabras, que debió haber dicho la verdad cuando comenzaron aquel apasionado beso que los prendió para dejar de hablar. Pero comprendía que, tampoco debía olvidarse de su propia culpa. Él ni siquiera había conocido a su prometida. Había abandonado a la pobre en el altar. Aunque haya sido por razones de peso, no era algo que debiera de hacerse, al menos no sin notificación. Y, aquella noche, ni siquiera pensó en la descripción que le habían dado de la señorita Evonny. No le importó. Ver aquel bello cisne esperando ser comido hizo que su mente se desconectara para disfrutarla por completo.
La culpa, sin duda, era de ambos. Pero, ¿qué deberían hacer ahora que el fruto de su noche ahora se encontraba en el vientre de la joven sirvienta? Por lo pronto, el rey Arthur avanzó hasta el asiento donde se encontraba la desconsolada Iris, sobando su espalda con una suavidad que hasta a él mismo le sorprendió. Nunca antes había tenido esta experiencia con las mujeres, por lo que no sabía muy bien qué hacer. Así es que, siguió sus instintos.
—No es cierto. En todo caso, fue culpa de los dos, así que no digas esas cosas.
—Mi señor —nombró acongojada, levantando la mirada con sus ojos llorosos, los que hicieron que el rey se enterneciera por su imagen.
Lucía tan hermosa y frágil, que no pudo evitar delinear el delgado camino que había dejado una de sus lágrimas, haciendo que su piel se erizase al tacto. Para Iris, ver al rey con una mirada tan devota y dulce hizo que se confundiera aún más, no sabiendo el verdadero sentir de esta persona que podía pisotearla en cualquier momento si se le antojase. A final de cuentas, era nada más ni nada menos que el rey. Y ella, solo una simple sirvienta.
—Haré lo que usted me pida, Su Majestad.
Como acto reflejo, se sobó el vientre, gesto que no pasó desapercibido al monarca. Era como si ambos ya hubiesen aceptado la presencia de aquel pequeño vástago que crecía en el pequeño vientre de Iris.
Arthur tenía bien en claro que aquel niño no tenía la culpa de cómo había llegado a ser engendrado, por lo que quería conocerlo. Era su hijo, no importaba la posición social de la madre ni nada más en verdad. Iba a ser sangre de su sangre. Pero, temía y pensaba cómo lo haría público, cómo presentaría a su hijo para que no tuviera ningún problema en sociedad y en su reputación. Después de todo, ser hijo de una familia con orígenes tan contrarios iba a serle difícil.
—Tranquila, vamos a tener este hijo —aseguró el rey, haciendo que le volviera el alma al cuerpo a la pobre doncella frente a él.
—Oh, gracias, mi señor. Usted es grande. Que la gracia del cielo lo acompañe.
—Pero, creo que tendremos que mantenerlo en secreto por un tiempo.
Aquella revelación hizo que Iris se callara de inmediato, pensando en todo a lo que esto se refería. Pensó, para sus adentros, que quizás querría deshacerse de ella y de su hijo, haciéndolo un bastardo. El miedo era tal al encontrarse en aquella situación, que solo podía quedarse en silencio, rogando al cielo que no fuera así.
—Tú sabes que aún estoy comprometido con la señorita Evonny, y no será bien visto que anuncie que estoy con otra mujer o que tendré un hijo —trataba de razonar el rey, lo que no conseguía—. Solo dame tiempo, ¿de acuerdo?
Tiempo era lo único que podía darle. Dependía completamente de él y sus decisiones, por lo que dio un ligero asentimiento con la cabeza en respuesta. Se encontraba tan perpleja por todo, que sus reacciones eran un lío.
—Bien. Ya lo solucionaremos —aseguró Arthur, secándole las lágrimas a una deprimida Iris, la que volvía a llorar—. Además, ahora te quedarás en la habitación conjunta, para que no tengas que trabajar más y puedas tener un buen descanso y atención. Debido a tu estado, es una prioridad.
Todo era tan irreal, que la pequeña sirvienta deseó pellizcarse el brazo para comprobar si aquello en verdad estaba pasando o si era un sueño. Aunque, no sabría indicar si era sueño o pesadilla.
—Ven, te mostraré la habitación que ocuparás. No está preparada aún, pero sé que te animará verla —alentó con viveza el rey, tratando de sacarla de su estado donde no paraba de llorar. Sin embargo, no lo consiguió.
Conforme Iris pensaba en todo lo malo que había hecho, en cómo se sentiría su madre si se enterara que estaba embarazada antes del matrimonio, que posiblemente iba a quedarse sola con su hijo sin un padre y demás, Arthur le sobaba la espalda, esperando a que largara toda su tristeza. Después de todo, sabía que no podía hacer nada más, ella necesitaba desahogarse.